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ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/

La lengua y la ideología vestida de ciencia

Diccionario de la RAE

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El último despropósito informativo en asuntos lingüísticos nos lo aporta una reciente pseudonoticia en cuyo subtítulo se nos cuenta que “existe un lugar español en el que no se habla castellano tan bien como se debería”, en referencia a Melilla, la cual iría seguida de Murcia, de acuerdo con esta peculiar clasificación. Naturalmente, el cuerpo de texto finaliza con la contrapartida de que “en cuanto al ”mejor español hablado“ hay muchos expertos que se empeñan en establecer que la zona en la que quedan encuadradas las provincias de Burgos, Palencia, Salamanca y Valladolid sería aquella zona de España en la que mejor se habla el castellano”, frente a “aquellos lugares del sur de España en los que no se habla castellano a la perfección”. Sic.

La asignación a esas localizaciones donde presuntamente “peor castellano se habla”, como reza el titular, no es nueva. Por ejemplo, en la comedia cinematográfica Cuerpo de élite, de 2016, encontramos al personaje de una científica alrededor de la cual gira toda una retahíla de gags basados en que nadie entiende su habla, precisamente la de Murcia. Aquí topamos por enésima vez con el sempiterno mito del nacionalismo lingüístico español de que “las demás lenguas” o variedades distintas al castellano centropeninsular “son menos entendibles que el castellano” de Burgos, Palencia, Salamanca y Valladolid. Bueno, hay que aclarar que en la película sí hay alguien que entiende a la agente Camacho y, como era de esperar, es andaluza: la guardia civil de Coria. Al fin y al cabo, la presente división administrativa del reino de España en comunidades autónomas y demarcaciones borbónicas no invalida los vínculos históricos de Murcia con Andalucía (Blas Infante ubicaba a Murcia como parte de la “Andalucía alta” junto a las actuales provincias de Almería, Granada, Jaén y Córdoba). Eso, a pesar de que, según la doctrina oficialista del divide et impera, en lugar de, puestos a etiquetar, proceder de la forma más lógica (clasificar al habla murciana como una variedad del andaluz, tal como hace instintivamente la gente común), algunos especialistas, especializados en no querer ver lo evidente, se empecinen en afirmar, al revés, que en las zonas más orientales de la Comunidad Autónoma supuestamente no se hablaría andaluz sino murciano.

Sabemos bien que en Andalucía cargamos con la pesada cruz de tener que acomodar nuestra forma de comunicarnos oralmente a los sagrados cánones de aquella "zona en la que quedan encuadradas las provincias de Burgos, Palencia, Salamanca y Valladolid"

Pero, más allá de esta última consideración, sabemos bien que en Andalucía cargamos con la pesada cruz de tener que acomodar nuestra forma de comunicarnos oralmente a los sagrados cánones de aquella “zona en la que quedan encuadradas las provincias de Burgos, Palencia, Salamanca y Valladolid”, por rescatar el relato de la noticia que motiva estas reflexiones. Es lo que se conoce como diglosia y que se da cuando la variedad estándar, superpuesta o alta (la citada) es la reservada para, pongamos por caso, “informarse de las noticias por la radio”“ o la tele (por muy alternativa o progresista que se presente la emisora de turno; óigase un podcast de muestra), mientras la variedad baja (aquí, el andaluz), ”sirve para dar órdenes a sirvientes y trabajadores, para conversar con la familia, amigos y colegas, etc“. Obviamente, ”lo interesante de esta repartición de funciones es que si el hablante de la comunidad en la que se dan estas situaciones no emplea la variedad apropiada, hará el ridículo. Y ello porque todos creen que A es superior a B y, a veces, incluso, niegan la existencia de esta última“.

Tal creencia es la que el periodista Álex Grijelmo, coartífice de una “Fundación para la Defensa de la Lengua Española” (rebautizada luego como Fundéu, bajo el mecenazgo del BBVA), contribuía a difundir hace algún tiempo en otro medio de comunicación: “Hay muchas jergas profesionales y jergas locales y rurales, pero eso no se puede poner como ejemplo de diferencia sustancial en el idioma español porque son términos que se utilizan en un ámbito familiar y coloquial pero que nadie utilizaría en un congreso de cirugía o en un juicio el que está defendiendo a alguien ante un tribunal”. Allí nos regalaba otro ranquin de la oralidad en castellano declarando: “Siempre suelo decir que en Colombia se habla muy buen español”. Tal dislate conceptual se producía, casualmente, quince minutos antes de que supiéramos por boca del entrevistador que Grijelmo había sido nombrado hacía poco “académico de la lengua en Colombia”; distinción que, efectivamente, se produjo un mes antes.

A ello respondieron con ilusión: "Pues sí, don Dámaso; ¿cómo lo ha sabido?". La ulterior explicación desencadenaría definitivamente el cierre definitivo del diálogo entre estupefactos e indignados: "Por lo mal que habláis"

 

En cualquier caso, “el problema –derivado de que las obras” de divulgación “de Grijelmo suelen ser leídas por un público con escasa formación o actualización en lingüística– es que [...] esta creencia le puede venir muy bien al nacionalismo lingüístico que exalta su lengua” estándar “como la lengua de la concordia, del entendimiento, de la cultura, de la internacionalidad y de la modernidad” en exclusiva, pero “ese lenguaje figurado puede ser muy útil en los procesos de manipulación ideológica” cuando propaga la idea de que “los únicos buenos usos” lingüísticos “son los de una minoría”.

En esto de las clasificaciones y de la inteligibilidad, como decíamos, las personas andaluzas no solemos salir bien paradas. No estamos en esa minoría, salvo que nos esforcemos por asimilarnos a los usos orales de la zona simbólicamente privilegiada. Y a veces ni eso. En una ocasión, una profesora de secundaria de Lengua Castellana y Literatura relató a quien escribe el presente artículo cómo, durante la celebración de un congreso de Filología en Madrid, le presentaron a Dámaso Alonso, conocido poeta y exdirector de la RAE entre 1968 y 1982. Tras un breve intercambio verbal, este interrogó a ella y su acompañante, con el cual había viajado para asistir al evento: “¿Sois andaluces?”. A ello respondieron con ilusión: “Pues sí, don Dámaso; ¿cómo lo ha sabido?”. La ulterior explicación desencadenaría definitivamente el cierre definitivo del diálogo y la vuelta a casa inmediata de los asistentes, entre estupefactos e indignados: “Por lo mal que habláis”.

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ANDALUCÍA es, según la constitución, una nacionalidad histórica que vivió momentos de esplendor en el pasado y luego pasó a jugar un papel de cuartel, granero y mano de obra. Esta degradación llega a su punto álgido con el fascismo que deja a los andaluces en el imaginario popular como pobres analfabetos alegres y vagos -valga la contradicción- Ahora, hijas e hijos de Andalucía, intentamos contar nuestra historia con la dignidad, igualdad y justicia que esta se merece. (Columna coordinada por Juan Antonio Pavón Losada y Grecia Mallorca). Más en https://www.instagram.com/unrelatoandaluz/

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