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Chivos expiatorios

Foto: Linda Silva /wikipedia

Isabel Pedrote

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He silenciado varias cuentas en las redes. No suelo bloquear porque en estos espacios soy más voyeur que activista (estoy hecha al anonimato del periodismo antiguo, aquel en el que la única presencia era la firma), y lo que me interesa es mirar para saber qué se cuece y quién lo hace, aunque en ocasiones se me escapa algún que otro apotegma pretencioso del que enseguida me siento insegura: ¿tendrá interés? La toxicidad se ha multiplicado por mil y es sencillo identificar las estrategias encaminadas a propagar la desconfianza para tratar de sacar partido, ya sea político o económico. Las alertas sobre este fenómeno son constantes, ocurre en cada crisis, y es transfronterizo. De hecho, la UE tiene desde hace cinco años un equipo dedicado a vigilar las patrañas de los medios cercanos al Kremlin, que desparraman a su vez las teorías envenenadas procedentes de China o la extrema derecha de Estados Unidos.

Pero los perfiles a los que he terminado por quitar transitoriamente la voz pertenecen a compañeros y políticos conocidos e identificados. Nada de enjambres de cuentas falsas ni autores de tuits robotizados del entorno de Vox, quien, por cierto, con el único propósito de enfangar para oportunidades venideras (está pensando ya en la post-pandemia), ha desplegado una campaña avasalladora de mensajes emponzoñados, junto a hábiles memes y vídeos que siembran ágilmente la cizaña con un par de trazos. Estos últimos los daba por descontados. Lo que me ha provocado un rechazo insuperable son las argumentaciones en tono razonado y ecuánime que legitiman prejuicios y colocan directamente en la diana a un colectivo determinado. La lógica del chivo expiatorio es una práctica ancestral que nos sumerge en las tinieblas de lo peor del ser humano, por mucho que ahora venga envuelta en soportes sofisticados.

Las persecuciones surgen de la tendencia de las sociedades a depositar su ira en alguien cuando le abruma la incertidumbre y no sabe cómo resolver un problema grave. El catedrático de Historia Julián Casanova ha recordado estos días que en medio de los desastres la gente busca siempre culpables, y que desde la Edad Media lo común ha sido emprenderla con los judíos, un ejemplo de barbarie que tenemos reciente con las matanzas masivas a manos de los nazis. “Se explotan así las divisiones políticas y sociales y se echa gasolina para un conflicto de consecuencias impredecibles”, escribe en su muro de Facebook. La periodista y escritora francesa Mona Chollet sostiene que la antigua demonización de las mujeres como brujas, las precursoras que reivindican jocosamente las feministas de hoy, tiene mucha similitud con la fobia a los semitas por ser el blanco de la cólera de las turbas.

El antifeminismo obsesivo ha elegido como chivo expiatorio del contagio del virus que asuela el mundo las manifestaciones del 8 de marzo, al parecer, la única manera de que los españoles pudiéramos haber tenido contacto ese fin de semana. No importa que se celebraran miles de partidos de fútbol de todas las categorías, centenares de encuentros de baloncestos y otros deportes; se acudiera a los conciertos, teatros, cines, centros comerciales, restaurantes, bares, a comidas de amigos, al congreso de Vox en Vistalegre; o que multitudes de fieles se estrecharan las manos para darse fraternalmente la paz en las muchísimas misas que se oficiaron (en recintos cerrados). Aquí encaja a la perfección el patrón delirante que se les aplicó a las desgraciadas brujas, cuya prueba de culpabilidad en algunos disparatados juicios era que al arrojarlas al agua salieran a flote y no se fueran al fondo.

En estos momentos de zozobra colectiva me es insoportable leer alegatos abiertamente misóginos y racistas. Que personas destacadas pregonen a cara descubierta la aporofobia y pidan con total desenvoltura el aislamiento de los nadie bajo la coartada de la franqueza y la trasgresión de la supuesta dictadura de lo políticamente correcto, como si hubieran adquirido un pasaporte con derecho a la afrenta si terminan la frase con el comodín del “sin complejos”. Al cuerno lo de velar por la convivencia. No puedo con que la bondad, en especial hacia los desfavorecidos, se despache con un despectivo “buenismo”, y que sin dejar ese aire de respetabilidad asome con desparpajo lo mucho de ruin que llevan dentro. Por eso los he silenciado. Está visto que hay a quienes les resulta muy fácil hallar un chivo expiatorio y trasladar al otro su propia miseria.

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