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El “amigo” del sur y la “disfunción” del norte

¿A qué “disfunción” se refería el ministro español de exteriores la pasada semana refiriéndose a la desastrosa actuación marroquí en el rescate de los montañeros españoles atrapados en un barranco del alto Atlas? ¿Se trataba de una disfunción orgánica o mental? ¿Eréctil o de dignidad soberana? ¿De igualdad entre dos socios, o de la rastrera y servil sumisión con que este Gobierno se comporta con cualquier país que le pueda “calentar la cabeza”?

Todas estas preguntas me venían anoche a la cabeza, cuando veía la vomitiva imagen de nuestro ministro de Asuntos Exteriores, “comiéndose los mocos” con su homólogo marroquí, dando por bueno el cúmulo de despropósitos que acabaron con la vida de un montañero español accidentado en el vecino país.

El desgraciado accidente que se cobró en el acto la vida de uno de los tres integrantes de la expedición Atlas 2015 ha puesto de manifiesto la debilidad, la sumisión y el vasallaje con que nuestra diplomacia se conduce en todos aquellos escenarios internacionales donde el viento no sopla a favor.

La tragedia de la pasada Semana Santa ha vuelto a poner de manifiesto la extraordinaria debilidad de unos asuntos exteriores que no han sido capaces de resolver una sola crisis de forma individual. Sólo cuando España actúa en coalición con otros países, la cosa no acaba en desastre, tragedia o ridículo internacional.

Llama poderosamente la atención la falta de relación entre la importancia económica y geoestratégica de nuestro país y la calamidad internacional, en la que sucesivos gobiernos de todos los colores nos han situado. No es que nos ningunee diplomáticamente cualquiera, es que somos internacionalmente irrelevantes.

No deja de ser especialmente llamativo nuestro fracaso recurrente en áreas geopolíticas donde, por nuestra historia común, la influencia de nuestro país debería ser la máxima. Así, ni en Iberoamérica, ni en el Sahara, ni en Marruecos, ni en el mundo árabe, tenemos la más mínima influencia. Es cierto que se nos reconoce un papel decorativo, más utilizado por esos países para acceder de forma preferente al “paraíso” europeo que una influencia real.

Con Marruecos el desastre es proverbial. Cualquier empresario o ciudadano que haya tenido problemas en el vecino país, puede contar la sensación de desamparo e impotencia en que se ve sumido y la escasísima ayuda recibida por parte de nuestro país.

Produce una enorme envidia saber cómo se conducen otros países con sus ciudadanos expatriados. Los nacionales norteamericanos, británicos, alemanes, ingleses, franceses, incluso italianos, saben que ante cualquier problema en el extranjero, enarbolar su pasaporte es una auténtica garantía. Lamentablemente el pasaporte español es abolutamente irrelevante, salvo por su pertenencia a la Unión Europea.

La muerte de Josè Antonio Martínez en el Atlas es el más trágico y reciente ejemplo de esa inanidad internacional. Que nuestra diplomacia haya sido incapaz de conseguir que Marruecos permitiera actuar en el rescate a los equipos españoles listos para actuar es sencillamente inaceptable y a la postre causante la muerte del montañero granadino.

Si, como los primeros datos de la autopsia practicada en Granada apuntan, José Antonio Martínez no murió a consecuencia de la caída, sino por hipotermia o ahogamiento, a consecuencia de la desastrosa actuación de dos gendarmes marroquíes mal preparados y peor equipados, la tibia, cuando no servil actuación de nuestro país para no molestar al vecino del sur, ha sido en parte la causante de esa muerte, perfectamente evitable.

Que nuestra diplomacia haya sido incapaz de conseguir que un equipo de 16 especialistas civiles en rescate, presentes en Ouazarzate desde el Viernes Santo, pudieran acudir en auxilio de sus compañeros, demuestra, o una inutilidad absoluta, o una incompetencia criminal.

Como ya es habitual en las autoridades marroquíes, sólo cuando comprobaron el desastre de su actuación y su incapacidad para resolver el problema admitieron la actuación de los especialistas de la Guardia Civil. Claro que ya era tarde para José Antonio, aunque no para los “rescatadores” marroquíes, quienes tuvieron que ser rescatados por los especialistas españoles que debieron pensar aquello que decían de Mío Cid: “Dios que buen vasallo, si tuviere buen señor!

¿A qué “disfunción” se refería el ministro español de exteriores la pasada semana refiriéndose a la desastrosa actuación marroquí en el rescate de los montañeros españoles atrapados en un barranco del alto Atlas? ¿Se trataba de una disfunción orgánica o mental? ¿Eréctil o de dignidad soberana? ¿De igualdad entre dos socios, o de la rastrera y servil sumisión con que este Gobierno se comporta con cualquier país que le pueda “calentar la cabeza”?

Todas estas preguntas me venían anoche a la cabeza, cuando veía la vomitiva imagen de nuestro ministro de Asuntos Exteriores, “comiéndose los mocos” con su homólogo marroquí, dando por bueno el cúmulo de despropósitos que acabaron con la vida de un montañero español accidentado en el vecino país.