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De constituyentes a reconstituyentes
Un día sucede a otro y no escampa. Es más, se incrementa el tráfico pesado de argumentarios, propaganda, bulos, exorcismos patrióticos de las patrias de cada uno. Poca agua potable, y mucho menos mineral, en esta inundación de fango y despropósitos.
Ante todo esto, uno pretende tener algunas certidumbres en el morral para poder tirar p'alante. Una, que el artículo 155 se está aplicando; otra, que habrá elecciones el 21D. La aplicación del artículo, tótem de la potencia del Estado, se acepta, por estrategia o por realismo político o judicial; las elecciones y, en consecuencia, sus resultados, también. O no. Ahí empiezan, de nuevo, mis incertidumbres.
Además, alguna hipótesis. El independentismo, salvo el irreductible, de momento, Puigdemont, ha abandonado la vía unilateral hacia la independencia. Que no quiere decir que abandonen ni sus ideas ni sus objetivos. Hay en esto de los bulos judiciales una perversión que cuaja. Se ha intentado con Forcadell para decir que se ha rendido, que se ha bajado los pantalones. Pero, no. Afortunadamente en España, un estado democrático perfectible, no se exige militancia constitucional o democrática y, de momento, ser independentista y luchar por ello, por las vías legales, no es un delito del que haya que arrepentirse, y menos en vía judicial.
A casi nadie se le escapa la importancia de las elecciones, aceptadas de iure o de facto por el independentismo. Rajoy, astuto en su jugada, ya ha llamado a una participación masiva; otros unionistas como Borrell, también, y los soberanistas no les van a la zaga. No serán constituyentes, pero tienen un aposento fundamental. Son convocadas por el Estado, con sus garantías y herramientas, sin Gobierno “maligno” de por medio; quiere decir que los resultados difícilmente podrán ser impugnados, políticamente hablando. La ventana al exterior está abierta de par en par a la espera del comportamiento democrático de los contendientes, en su aceptación claro. La clave será el 22D. Pero, si no son constituyentes, las elecciones del 21D sí serán claramente reconstituyentes.
En ese momento, ya no valdrán las cifras de las manis, la mayorías silenciosas, minoría viajera incluida, o las bulliciosas; sólo los datos electorales. Nunca he entendido lo de las mayorías silenciosas, (aún así recuerdo a Rajoy teorizando con que en las manifestaciones lo importante era contar a los que no iban). Les pondré un ejemplo: la mayoría votó a Rajoy y, por eso, es el legítimo presidente de los españoles. Si hay o hubo una mayoría silenciosa en España no lo sé. Las mayorías y voluntades democráticas se cuentan votando, y si te vas a la playa o no votas, no eres mayoría silenciosa, eres mayoría idiota, en el sentido aristotélico de idiota. Por cierto, en Catalunya en las últimas elecciones votó más del 75%. No puedo compartir que los catalanes estén callados.
Decía que el independentismo ha abandonado la vía unilateral. Creo que el hecho de que no se presenten en lista única así lo demuestra. Puigdemont se ha aislado a sí mismo condenándose a una campaña extraterritorial imposible, candidato de un partido llamado a perder posiciones.
ERC no quiere ir con nadie. Quiere que se visualice que son ellos quienes ganan. Quiere así tener las manos libres para su vía, para gobernar y para las alianzas electorales que permitan los resultados, sin ataduras. Quizá observemos nuevas alianzas y estrategias y hasta un nuevo eje, mirando a la izquierda, mirando a toda España y no sólo a Catalunya. Una lección extraída, quizá, del fiasco de la vía unilateral. Lo dicho, reconstituyentes, o lo que viene a ser lo mismo, del “procés” al proceso.
El PSC es la esperanza de los desbordados, de los llamados catalanistas de izquierda, atrapados allí y aquí por sus extrañas alianzas. La derecha catalana se ha desplazado a Ciudadanos y la radicalidad de Albiol los sitúa en los extremos antisistema. Por otra parte, los comunes o como quiera que acaben llamándose, víctimas del tráfico pesado mediático y de sus contradicciones, se alejan del PSC y quieren ser la clave de bóveda de lo que pase el 21D.
Todos han tocado arrebato y pescan entre los damnificados del “procés”, convergentes, unionistas de Unió, comunes, socialistas de todas sus escisiones, y también entre los descarriados de la democracia, la extrema derecha, a la que sorprendentemente algunos se empeñan en hacer el boca a boca. Mala compañía para el Estado de derecho.
Pero la respuesta y las preguntas siguen residiendo en el 22D. Si hay un vuelco de bloques, el establishment descansará. Pero si se mantienen los resultados, continuará el stress y la ansiedad política. Ese establishment sigue empeñado en confundir defensa de la Constitución e imperio de la ley con el inmovilismo y la represión de un cambio inevitable que debería llevar a un nuevo pacto constitucional incluyente que busque tantos años de entendimiento y estabilidad, al menos, como los que se predican de la Transición.
Fuera de nuestras fronteras físicas y mentales, nadie comprendería una interpretación restrictiva de los resultados electorales. El Estado tiene que responder. Incluso Herrero de Miñón, nada sospecho, ha afirmado que ante un nuevo Gobierno legal en Catalunya habría que negociar y pactar una solución constitucional. La incógnita es qué entiende el Gobierno y el poder que lo maneja por un Gobierno legal.
Si el establishment no acepta el resultado electoral, solo caben dos opciones: la extensión indefinida del “Direct rule” del 155 y lo que haya de venir o, incluso, anular las elecciones. Sería curioso que el Tribunal Constitucional acabara haciéndolo. Bueno, en este país y con estas cosas ya hemos visto de todo. Cabe recordar que el Tribunal de Garantías de la República acabó anulando la suspensión de la Generalitat de Catalunya por el Gobierno de Lerroux.