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El desierto nos pisa los talones

Isabel Católica Ruta Cañamero Guadalupe Geodisea

Francisco Casero

En el paisaje rural se encuentra la mano del hombre. Es cierto que aún quedan espacios vírgenes, naturales tal como los concibió la naturaleza, pero la inmensa mayoría de nuestro territorio ha sido modelado por centenares y centenares de generaciones que han vivido y convivido con especies vegetales y animales, salvajes y domésticas. La supervivencia primero, la prosperidad después han estado vinculadas siempre al buen uso del territorio y la riqueza que produce.

Se sigue produciendo un éxodo de la gente del campo a la ciudad y la costa. Aunque el despoblamiento extremo aún no ha llegado, en muchas comarcas, se aprecia esta enfermedad en avanzado estado. No son infrecuentes las aldeas y pueblos abandonados en las zonas de interior. Cada poco, sabemos de otro núcleo histórico que se queda vacío. Territorios, objetivamente ricos en suelo y clima, ven mermadas y envejecidas sus poblaciones de forma continuada.

La renta percápita media del territorio rural es muy inferior a la urbana. Cada vez es más difícil lograr tener una vida digna en lugares serranos viviendo de actividades tradicionales. La agricultura, la ganadería extensiva, otras actividades auxiliares, se han convertido en deficitarias, no estamos consiguiendo unos precios justos y adecuados a los productos y servicios del sector primario rural. Estamos haciendo algo mal cuando no estamos consiguiendo que las mujeres y hombres que nos alimentan todos los días, los que cuidan el territorio donde se produce el aire, la energía, el agua que demandan las zonas urbanas, tienen que abandonar sus pueblos. Esos mismos que parecen convertirse en postales los fines de semana para uso y disfrute temporal, como si de un parque temático se tratase.

Andalucía, por ejemplo, desde el punto de vista legal, valora poderosamente su patrimonio natural. Lo demuestra el enorme espacio que está protegido bajo alguna figura de protección legal; actualmente, 242 espacios, que supone una superficie de 2,8 millones de hectáreas, el 30,5% de la superficie de Andalucía. La profusa y garantista legislación hace, además, que sean los lugares sometidos a un mayor y diverso control y vigilancia de las actuaciones que en estos espacios se desarrollan. Tan gravoso resulta que no es difícil encontrar habitantes de los espacios naturales que afirman que, más que un premio, supone un castigo.

La alineación de todos los factores está haciendo que, los que nacieron y se criaron en la sierra se estén viendo obligados a abandonarla y, los que estarían dispuestos a abordar su futuro allí se frenen ante tantos elementos disuasorios. El resultado es el camino de desastre que llevamos porque es necesario saber que, sin la acción diaria y continuada de la mano del hombre en la inmensa mayoría del espacio protegido andaluz, los equilibrios se rompen, el monte cambia con una rapidez tremenda y nos vuelve incapaces ante imprevistos. Sólo un ejemplo: los peores incendios se producen en zonas donde ha desaparecido el hombre y el ganado.

Necesitamos, imperiosamente, encontrar fórmulas que posibiliten la vida y el trabajo en las zonas rurales, prestando especial atención a las protegidas, por su riqueza natural, porque es el mejor, probablemente, el único camino para mantenerlas, conservarlas y mejorarlas. Es necesario apostar y priorizar fórmulas de vida compatibles con el entorno natural, expulsar las actividades extractivas de nuestro modelo de convivencia. Impulsar las energías renovables, el uso racional del agua. Descubrir la economía de proximidad, el ecoturismo, abrazar los principios de la economía circular.

Los cambios normativos se siguen produciendo. Los andaluces estamos a punto de estrenar la “Ley de Medidas frente al Cambio Climático”, la primera norma que reconoce que ya está aquí, que ya es un hecho, que estamos sufriendo las consecuencias, entre ellas, las sequías o la desertización. Pues bien, cualquier esfuerzo, cualquier compromiso desde los despachos será estéril e inútil si no hay mujeres y hombres en el territorio.

El paso del tiempo juega en contra. Aún somos demasiado pocos los que consideramos que estamos  ante una situación de emergencia. Tenemos que ser más. Tenemos que ser todos. Tenemos que abrir la brecha de la conciencia en los ciudadanos urbanos y de la costa porque, lamentablemente, la gente de la sierra empieza a ser demasiada poca para conseguir hacer oír su voz. Tenemos que aprender que sin gente en la sierra, no es viable la vida en las ciudades. Tenemos que entender que, sin ellos no es posible un nosotros.

A instancias de la conferencia de presidentes autonómicos, el Gobierno del Estado, hace, ahora un año, creó la figura del Comisionado por el Reto Demográfico. Hasta la fecha, sus logros brillan por su ausencia, quizás porque, además de la creación de la figura, es necesario que los máximos responsables crean en ella y la doten de medios, de recursos, de objetivos. Sólo la ambición de los mismos demuestra el compromiso con el problema. Va siendo hora que se adopte una estrategia que desemboque en una batería de medidas que frene el despoblamiento rural. El tiempo, el desierto, nos pisa los talones.

Tenemos que ser conscientes de la gravedad y urgencia del problema. De primera magnitud para nuestra sociedad y nuestro territorio. Es hora de adoptar medidas valientes, que reconozcan la gravedad del problema y que incidan en consecuencia. Tenemos que hablar de discriminación positiva, articulándolo mediante diversas líneas de trabajo. Activando medidas fiscales que incentiven la vida y la actividad económica en el medio rural, primando a profesionales de servicios públicos como la sanidad, la educación, la seguridad cuando elijan destinos en medios rurales, haciendo que se instalen en el territorio y consoliden y articulen sociedad civil. Es hora de que se reconozca de manera adecuada, pública y socialmente la función absolutamente esencial que realiza la gente del campo, proporcionando alimentos diarios, pero también generando agua, energía, aire, paisaje, territorio.

Hay que conseguir precios justos, valorando los productos que se identifican con un territorio, apostando por cadenas cortas de producción y comercialización, identificando y activando vías que faciliten la iniciativa privada en el medio rural, reconociendo y diferenciando el tejido empresarial de origen familiar que apuesta por la sostenibilidad, por el valor añadido. Son ellos los que vertebran el territorio.

Enla Península Ibérica, el desierto nos pisa los talones. Los únicos capacitados para frenar el proceso, para revertirlo, son las mujeres y hombres que cada día pisan, trabajan, aman el territorio.

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