Desdeelsur es un espacio de expresión de opinión sobre y desde Andalucía. Un depósito de ideas para compartir y de reflexiones en las que participar
Digo barrio y veo cadáveres
Cuando no sé qué escribir, salgo a caminar por mi barrio. Fue hace una semana. Iba a ser un paseo vaporoso, de una ingravidez pasajera que me empujara a sobrevivir una tarde insípida, dejándome llevar.
Pasé cerca de los veladores de un bar de toda la vida (mi memoria abigarrada diciendo: ¿la vida de quién?) donde el camarero servía un plato de pollo frito a una pareja. “Pero esto no son nuggets”, dijo la señora en un perfecto inglés americano. A lo que él respondió en perfecto andaluz: “No señora, esto es pollo frito. En la carta pone pollo frito. ¿A que no pone nuggets?”
Me hubiera gustado intervenir, decirle a la señora que aquí no hay pepitas de pollo, pero soy una cobarde. Así que continué mi camino.
Donde antes estaba el cine Bécquer y fui a ver Instinto Básico, ahora hay un Día donde compro leche, papel higiénico, café; un supermercado donde durante el confinamiento los vecinos llenaban carros de papel higiénico y latas; que abre los domingos. Muchos domingos.
Donde antes estaba El Bigote –un bareto resurgido de la memoria– y nos tomábamos la primera caña del viernes al solecito hace no tantos años, acaban de dar lustre a tres nuevos apartamentos turísticos.
Donde antes estaba la tienda de muebles en la que compré la primera mesita de noche cuando me fui de casa de mis padres, ahora hay un Hachódromo, una franquicia donde desestresarse lanzando hachas.
Donde antes estaba la agencia de viajes Rainbow Travel, ahora hay otra, otra pizzería de porciones. Donde antes estaba La Bruja con sus escaleras angostas enfilando a un averno luminoso y fui a conciertos y bailé con los ojos cerrados y las ganas abiertas, ahora hay apartamentos turísticos. Y donde estaba Muebles Ávila, ahora hay otro bar
Donde antes estaba El Rinconcito de Feria, ahora hay, también, apartamentos turísticos. Donde antes estaba el cine Alameda y un vestíbulo en colores madera y una hamburguesería y una librería y una mugre con olor de adolescente, ahora no hay nada. Iba a haber algo, me digo. Salió en todos los medios, pero lo cierto es que no hay nada.
Donde antes estaba El Kafka y bailamos hasta el amanecer algunos sábados, ahora hay apartamentos turísticos. Donde antes estaba Cosmética Eva ahora hay un locker. Donde antes estaba el Gabinete del Doctor Letamendi, una tiendita de alquiler de DVDs, ahora hay una pizzería de porciones. Donde antes estaba la agencia de viajes Rainbow Travel, ahora hay otra, otra pizzería de porciones. Donde antes estaba La Bruja con sus escaleras angostas enfilando a un averno luminoso y fui a conciertos y bailé con los ojos cerrados y las ganas abiertas, ahora hay apartamentos turísticos. Y donde estaba Muebles Ávila, ahora hay otro bar.
Donde antes había un zapatero, ahora hay locker. Donde antes estaba Electricidad Feria y mi marido compraba bombillas siendo un niño, ahora hay una pizzería. Donde antes estaba el Kilo y la abuela compraba retales, ahora hay un restaurante libanés. Donde antes estaba la Librería Baena, sobrevive, inerme, la Librería Baena.
Donde antes estaba El Mato, un negocio de confecciones a medida que dicen que acuñó aquello de Más barato que en el Mato, ahora hay una tienda vintage, después de haber sido Mr Cake y otras tantas cosas.
Donde antes estaba Splash Ibérica, una tienda de zapatos con alza para que los tipos bajos parecieran más altos, ahora está Masaltos. Algunos más altos fueron: Mick Jagger, Tom Cruise, Carlos Baute, José María Aznar, Nicolas Sarkozy, Vladímir Putin.
Donde antes estaba Noctalia y compré mi primer colchón de matrimonio, ahora hay un Carrefour Express que abre los domingos.
Digo barrio y veo cientos de candados con combinaciones paralíticas de esta cárcel en la que nos convertimos; digo barrio y veo gente obedeciendo la voz de Google Maps, todos buscando lo mismo; digo barrio y veo lockers y lavanderías porque aquí todos están de paso, mientras escucho las plegarias de los pocos privilegiados que aún quedamos
Si lo piensan, la escena no tiene nada de especial. Ocurre en la mayoría de nuestras ciudades y bastaría con hacer un breve recorrido por aquellos lugares en los quizás fuimos plenos sin aspavientos y advertimos, por supuesto, mucho tiempo después: ir al cine, comprar el pan recién hecho, arreglar unos zapatos rojos que guardabas y vuelven a llevarse, escudriñar telas estampadas, preguntarle a la farmacéutica por aquel dolorcito, que te despachen fruta, oír el griterío en los columpios.
Leyendo sobre las ciudades me topé con un poema de Precious Arinze que podría traducirse como “El pasado no siempre es una puerta que se pueda cruzar.”
Digo barrio y tras su puerta veo el gentío buscando trufas blancas bajo la tierra, pero ya no hay tierra; pepitas de oro en el lecho de un río de alojamientos, pero tampoco hay río; perlas en el interior de unas ostras que no son ostras sino mejillones y caracoles.
Digo barrio y veo cientos de candados con combinaciones paralíticas de esta cárcel en la que nos convertimos; digo barrio y veo gente obedeciendo la voz de Google Maps, todos buscando lo mismo; digo barrio y veo lockers y lavanderías porque aquí todos están de paso, mientras escucho las plegarias de los pocos privilegiados que aún quedamos. Y sí, claro, hay días en que nos resultan tan molestos como el zumbido de una mosca un verano pegajoso, inaudibles nuestras plegarias bajo el pelotón de un ejército que arrasa calles que antes fueron comercios de barrio y patios de vecinos o qué sé yo.
Escribe Arinze un último verso turbador: “Escucha, que no haya sangre no es prueba suficiente de que nada haya muerto (Look, the absence of blood is not enough to prove that nothing died)”. Cuando no sé sobre qué escribir salgo a caminar por mi barrio. Solo que mi barrio ya no es un barrio. Lo sé porque últimamente solo veo cadáveres al doblar cualquier esquina. Y luego, nada.