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Mientras festejamos, Israel mata
Da igual lo que hayamos estado haciendo este fin de semana. Mientras los europeos asistíamos a un festival, un concierto, un concurso televisivo, una entronación papal, un jubileo vaticano o a un partido de su deporte favorito, Israel seguía matando.
No se esconde, es más, se manifiesta, se pavonea de ser protagonista de su propio horror, a cubierto de sus cómplices y de las palabras de unos libros viejos y aterradores. El contador de muertes de niños, mujeres, todos civiles, sigue corriendo en una locura inhumana. No esperen apenas respuestas: la dignidad, –tal vez insuficiente– de RTVE y su presidente y la cadena pública belga, con un gesto político trascendente del presidente español, Pedro Sánchez, ante los mandarines de la Liga Árabe. Poco más.
Un silencio criminal que es cómplice de los criminales ante el exterminio de todo un pueblo recorre el mundo, al que se suma un fascismo telemático –o no– que oculta a la masa, pero no a sus mentores e incitadores domésticos de una derecha que ha sucumbido al horror por la promesa de un pacto de lentejas; un genocidio que desmerece que nuestra civilización se llame tal porque humanos ya lo somos, es decir, miembros de un horror que navega a través de todas las épocas de nuestra historia.
Todas las manifestaciones deportivas y culturales de ese país ensangrentado siguen entre nosotros como si nada pasara
El cinismo estadounidense, con el tirano actual o con sus antecesores, no explica toda esta infamia. La Europa de la Ilustración es igualmente una triste sombra de sus proclamas almibaradas. Los contratos militares y el tránsito de armas hacia Israel se mantienen, los acuerdos comerciales preferenciales de la Unión Europea siguen vigentes, todas las manifestaciones deportivas y culturales de ese país ensangrentado siguen entre nosotros como si nada pasara; sin duda que una Alemania aún penitente por sus graves orgías de pecados colectivos forma parte cabecera del entramado criminal del silencio.
Los países árabes pertenecientes a la Liga Árabe no son menos cómplices del exterminio de sus hermanos. Su hipocresía, cobardía y servidumbre del gran matón no encuentran amparo ni en su libro sagrado ni en su profeta, a veces solo invocados como excusa para la dominación en la ignorancia de sus propios pueblos.
Cuando ya no quede gente y sigan sobrando misiles, bombas y armamento sofisticados de todo tipo, aquellos territorios anexionados, serán, dicen, un complejo turístico. Y los nuevos turistas millonarios y los transeúntes sin escrúpulos de lo que sea disfrutarán sobre un gigantesco cementerio de gente inocente masacrada por una tiranía sin límites. Triste humanidad, Miguel, tristes guerras, triste el oficio de matar, pero más el de guardar silencio.