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La izquierda invertebrada

Yolanda Díaz conversa con Pablo Iglesias en los escaños del Gobierno en el Congreso en 2021

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Casa, interior, noche. Mojo pan en el aceite. Por la radio, el periodista anuncia que va a hacerle una entrevista a Sergio Pascual, ex diputado y ex secretario de Podemos, que ha publicado un libro. Subo el volumen y corto un poco más de pan. A los diez minutos, la radio está cortada, la casa en silencio, el mendrugo y la alcuza recogidas, y tengo entre las manos un libro de Anne Carson.

No es que lo que dice el entrevistado carezca de importancia; es que a mí no me interesa. O mejor dicho, ya me lo sé; no de ahora, sino desde los tiempos de George Orwell en España. Yo lo que quiero es escuchar hablar de soluciones climáticas que no pasen por el capitalismo verde, contra el giro que ha dado el Gobierno en la cuestión del Sáhara, de que las ciudades tengan en cuenta a la infancia y los trabajos reproductivos, de medidas integrales y efectivas contra las violencias machistas, de justicia y de libertades, de rentas, de pensiones, del desmantelamiento de la sanidad pública, de las escuelas, de quienes no tuvieron ni sepultura, de esos otros exiliados por el hambre que fueron los emigrantes, de la cultura considerada por la administración andaluza como la última gamba que entra en el cuarto de kilo. De qué hacer. Pero el volumen, altísimo, de las guerras intestinas, los golpes de mano, las zancadillas, los fratricidios, las políticas de sillón, las vendettas políticas, las indirectas directísimas, no me deja oír nada. Solo ruido, un ruido que aflige y deja a muchísimas personas con sensación de desamparo (a quienes pasan fatigas no les hacen especial ilusión las intrigas de partido).

Esa derecha, ora suavona, acullá bravía, da mortales patrás cada vez que hay navajadas en la izquierda. A cada gol en propia puerta, a cada víctima del fuego amigo, replican enfrente: "¿Ven ustedes? Si no se saben gobernar ni a sí mismos…".

Es la viejísima política. La del comisario del pueblo en Doctor Zhivago, la del Obispo Carrillo, la de don Juan Pacheco. Esta peli la he visto muchas veces. Y continúa, temporada a temporada, como si acaso este país se lo pudiera permitir. Se supone que en la Uni de Podemos se habló, se escuchó, se discutió, se pensó. Yo no he oído nada más que el ruido, el mucho ruido, que han hecho las palabras que Pablo Iglesias le dedicó –supuestamente-  a Yolanda Díaz.

La tendencia a la fragmentación y, más preocupante, a las luchas internas por el poder, no solo es un mal endémico de la izquierda, sino de muchos movimientos sociales. Que levante la mano quien no haya vivido en propias carnes la fosilización, en una férrea estructura, de una acción ciudadana brotada de la consciencia, la espontaneidad y la razón común. Que levante la mano quien no haya visto saltar todo en mil pedazos, precisamente por el lugar por donde se soldó a hierro y fuego. Lo que tiene de sana la disensión, lo tiene de pútrido el cogerle el gustito a mecer la cuna, a tener poder y a olvidar para qué y para quién se lucha. Confirmado: quienes no se revolucionen a sí mismos, para comenzar a hacer las cosas de otra manera, seguirán perpetrando la vieja política, con todos sus viejos vicios. Y esto es, exactamente, lo que ni a mí ni a muchas personas nos interesa lo más mínimo, porque ya nos lo sabemos. Como suele decirse, para esto no hemos hecho la revolución.

Desde luego, no está el horno para bollos. No está para farolillos el mundo, ni España, ni para darle cancha a esa derecha que cuenta que la Guerra Civil consistió en que se enfadaron nuestros abuelos, o que en Madrid está poniendo muy difícil una atención sanitaria en primaria o urgencias con las mínimas garantías. Esa derecha, ora suavona, acullá bravía, da mortales patrás cada vez que hay navajadas en la izquierda. A cada autocombustión, a cada gol en propia puerta, a cada víctima del fuego amigo, replican enfrente: “¿Ven ustedes? Si no se saben gobernar ni a sí mismos…”. Quienes pierden en este juego son los y las políticas maduras e íntegras que desde la izquierda trabajan por hacer más habitable su pueblo, ciudad, comunidad y país.

La solución no está en disponer, sin debate ni disensión, prietas las filas, ni en comprar loctite, o un amado líder o una amada lideresa tras de la cual ponerse. Es más complejo

La propia denominación de las fuerzas políticas de izquierdas ya podría servir de recordatorio, más que de cruel paradoja: Unidas podemos. Sumar. Izquierda Unida. Adelante Andalucía. Más país. Por Andalucía. Porque desunidas no pueden, ni se suma restando, ni con una izquierda invertebrada, ni tiene buena pinta –más que para unos pocos, los de siempre- la deriva de Andalucía libre, ni de España ni de la Humanidad.

La solución no está en disponer, sin debate ni disensión, prietas las filas, ni en comprar loctite, o un amado líder o una amada lideresa tras de la cual ponerse. Es más complejo, y requiere la voluntad común y el compromiso de que la política, también desde dentro, sea muy otra cosa, y nunca más un juego de tahúres.  

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