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Ladridos en la oscuridad

Era un político, gobernador, presidente o, quizá, un director de periódico, no lo recuerdo bien. Le sobrevino una urgencia. Entonces le ordenó a su chofer que dejara la autopista y se internara en una oscura urbanización. Apresuradamente se bajó del coche delante de un chalé y corrió a orinar. El perro residente se puso a ladrar. Entonces le siguió el del chalet de al lado, y el otro y muchos otros más, hasta que los ladridos se perdieron en la oscuridad de la noche, en la ignota lejanía. Cuando se sacudió la urgencia, el protagonista volvió aliviado al coche y, dirigiéndose a su acompañante, dijo: mira, esto es como en la política, solo el primer perro sabe por qué ladra. Así lo cuenta Héctor Aguilar Camín en su libro La guerra de Galio. En México, un país decadente, con un sistema político decadente y un medio de comunicación mandón, en el mismo proceso de decadencia .

No sabemos en España, después de lo acontecido con el PSOE en los últimos días, quién es el primer perro que ladró, pero se intuye. Solo sabemos, disculpen la expresión, propia de una fábula de animales, que Horacio me perdone, por qué ladran. Dicen que porque Pedro Sánchez se ha saltado el mandato del Comité federal de no pactar con los independentistas. Pero resulta raro, más cuando la comisión gestora se salta cada día lo acordado, adelantando, por boca, entre otros, de su presidente, tímidamente pero claro, que lo mejor es una abstención, leve o grave, pero, en todo caso, a la espera de una decisión que parece ya tomada por el dicho Comité, en diferido, con esas formas propias de un tiempo que no tiene nada de nuevo. Incluso Rajoy ha tenido conocimiento de los movimientos, perro viejo de la política y conocedor, me temo, de los ladridos originales, quizá en torno a unas papas fritas con huevos.

Esa es la versión que corre, pero como toda versión, ésta también tiene sus perversiones y, entre otras, se acumulan las que hablan de problemas y pactos sucesorios y provisionalidades, de deslealtades políticas, de servidumbres de los cabilderos del PSOE, de sorpasso ideológico, de exigencias del poder, en manos de elementos externos a la propia soberanía de los militantes. Un guardián feroz ha surgido para esto último, acusándose a si, es decir, a su organización, de podemización.

Entonces, resulta que todo ha ocurrido porque hay que abstenerse. Por el bien de España, dicen sus partidarios y la prensa afín, socialista de toda la vida. Un mal menor, sostiene el presidente Fernández. Y uno no lo entiende. No, no entiende que el partido, imputado en el caso Gürtel, el de la ley mordaza, la reforma laboral, la Lomce, los recortes, la desigualdad, la crispación territorial, la reacción contra las conquistas sociales, de las que el propio PSOE ha sido protagonista indiscutible, sea el bien de España o un mal menor.

Argumentan que mejor que no haya elecciones. Pero, si no las hay, se achicharrarán cómplices de las políticas pasadas y futuras del PP. Si, por el contrario, ejercen una oposición que no guste a Rajoy, éste adelantará las elecciones a mayo y, entonces, a ver cómo recomponen su maltrecha reputación, fruto, por cierto, además de la complicidad, de una legislatura inestable, prometida por Fernández, eso dirá el registrador en excedencia.

El sábado conocimos una encuesta realizada para La Sexta, que habla de más del 70 por ciento de militantes socialistas en contra de permitir la investidura de Rajoy. La oscuridad. Un periódico amigo, incluso habla de trasvase de votantes desde el PSOE a Podemos y Ciudadanos. Da igual, los propios amigos, de manera inminente, en los momentos previos al acto formal de reunión del próximo Comité federal sacarán otra encuesta al socaire de lo que mejor convenga. Una encuesta Tomás Gómez, que así, con ese nombre, han hecho fortuna en la Academia las encuestas de opinión publicadas y editorializadas del último momento demoscópico a sueldo. Ya se sabe, en las encuestas, como en las manchas, la mancha de mora, con otra de mora se quita.

Cuando se produzca la formalidad federal del sí a la abstención, algunos exclamarán, misión cumplida, pero aún no sabremos, de manera explícita, qué misión es la que tocaba cumplir. Ni por encargo de quién, ni a cambio de qué. Mucho menos sabremos por qué todos ladran, ni tampoco quién el que ladró primero. Con el tiempo conoceremos al perro alfa, o al Dartacán X.

Ladridos en la oscuridad

Era un político, gobernador, presidente o, quizá, un director de periódico, no lo recuerdo bien. Le sobrevino una urgencia. Entonces le ordenó a su chofer que dejara la autopista y se internara en una oscura urbanización. Apresuradamente se bajó del coche delante de un chalé y corrió a orinar. El perro residente se puso a ladrar. Entonces le siguió el del chalet de al lado, y el otro y muchos otros más, hasta que los ladridos se perdieron en la oscuridad de la noche, en la ignota lejanía. Cuando se sacudió la urgencia, el protagonista volvió aliviado al coche y, dirigiéndose a su acompañante, dijo: mira, esto es como en la política, solo el primer perro sabe por qué ladra. Así lo cuenta Héctor Aguilar Camín en su libro La guerra de Galio. En México, un país decadente, con un sistema político decadente y un medio de comunicación mandón, en el mismo proceso de decadencia .

No sabemos en España, después de lo acontecido con el PSOE en los últimos días, quién es el primer perro que ladró, pero se intuye. Solo sabemos, disculpen la expresión, propia de una fábula de animales, que Horacio me perdone, por qué ladran. Dicen que porque Pedro Sánchez se ha saltado el mandato del Comité federal de no pactar con los independentistas. Pero resulta raro, más cuando la comisión gestora se salta cada día lo acordado, adelantando, por boca, entre otros, de su presidente, tímidamente pero claro, que lo mejor es una abstención, leve o grave, pero, en todo caso, a la espera de una decisión que parece ya tomada por el dicho Comité, en diferido, con esas formas propias de un tiempo que no tiene nada de nuevo. Incluso Rajoy ha tenido conocimiento de los movimientos, perro viejo de la política y conocedor, me temo, de los ladridos originales, quizá en torno a unas papas fritas con huevos.