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Merienda cena en la ONU
En el año 1974 la ONU decidió vetar la participación de Sudáfrica en su asamblea debido al apartheid. Tan solo un año después la propia ONU emitía una resolución en la que equiparaba el sionismo del Estado de Israel y su política neocolonial con el racismo y el apartheid. En suma, resolvía que Israel cometía las mismas violaciones de derechos humanos que habían conducido a la expulsión de Sudáfrica (y que, por cierto, se extendería durante veinte años). Paradojas de la vida, a Israel no solo no se le expulsó, sino que su representante, Jaim Herzog, que más tarde se convertiría en presidente del país, subió al atril y frente a las cámaras despedazó esa resolución con aire desafiante.
Ese era el nivel de la ONU hace cincuenta años, así que no debería extrañarnos mucho que ahora el mismo organismo determine que Israel ha pasado del apartheid y el colonialismo racista al genocidio, aunque esa conclusión la haya tenido que sacar un poco en remoto. Como se sabe, al inicio del genocidio Israel ya bloqueó la entrada de los funcionarios de la ONU al territorio. En realidad, da lo mismo. Si a Herzog le pusieron atril, hace unos días al capo máximo del genocidio actual también se lo brindaron. Y eso que para para llegar a Nueva York su avión tuvo que zigzaguear bastante, a causa del incómodo contratiempo de que la Corte Penal Internacional dictara en su momento una orden de arresto por crímenes de guerra y lesa humanidad.
Nada de ello impidió que Netanyahu entrara en el país y en la sede de la ONU tan campante, al tiempo que, precisamente a los representantes legítimos y acreditados del pueblo contra el que comente el genocidio, se les denegara el visado para ingresar en el país. Es decir, que la ONU tendrá estatuto de organismo internacional, pero en la práctica son los Estados Unidos quiénes ejercen de gorilas en la puerta, y parece que un poco de genocidio da puntos a favor. Eso sí, hubo mucho gesto simbólico, que de eso en la ONU saben un montón, y el genocida intervino con la asamblea casi vacía. Sí, sillas vacías, a eso se reduce, en demasiados casos, la presión internacional, que jamás se concreta después en medidas realmente efectivas.
No es de extrañar que, al finalizar su intervención en la ONU, el bueno de Netanyahu se fuera tranquilamente por donde había venido, orden internacional de arresto incluida, para reunirse unos días después con el jefe del imperio y fantasear con humillantes planes de paz, o más bien de victoria
Ni siquiera España, que tanto ruido hace, termina de romper relaciones diplomáticas con los genocidas. Solo envía un pequeño buque para apoyar la flotilla humanitaria cuando ya está llegando a Gaza. No se le había ocurrido hasta ahora retirar empresas públicas en los asentamientos sionistas de Cisjordania e, incluso, ha decidido establecer excepciones, por “interés general”, al embargo de armas. Claro, por qué no intercambiar armas con un país al que consideramos genocida. Así que no, no es de extrañar que, al finalizar su intervención en la ONU, el bueno de Netanyahu se fuera tranquilamente por donde había venido, orden internacional de arresto incluida, para reunirse unos días después con el jefe del imperio y fantasear con humillantes planes de paz, o más bien de victoria.
Todavía se puede ver en la red uno de aquellos celebrities en los que Joaquín Reyes parodiaba a figurones públicos. Me acuerdo ahora del de Bono, el cantante de U2, reconvertido en filántropo mediático. En ese sketch, Bono-Reyes aseguraba que era tan guay y buenazo que, en cuanto aparecía por la ONU, Kofi Anann le invitaba quedarse para hacer merienda cena. ¿Acaso no es eso la ONU? Una partida de coleguitas que a veces se enfadan entre ellos por un quítame allá esos genocidios, pero que al final contemporizan con unas medianoches y unas fantas de limón.
Entre tanto, 66.000 personas asesinadas.