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Poder, mentiras y periodismo

Participantes en la manifestación del 8M de Madrid. EFE

Javier Aroca

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He escuchado a Jorge Ramos, un gran periodista, en una entrevista en la Cadena SER. Ha dicho algunas cosas con las que estoy totalmente de acuerdo pero que me suscitan, al mismo tiempo, un montón de preguntas o inquietudes.

Para Jorge Ramos, el periodista no puede ser neutral ante la defensa de los derechos humanos, en la lucha contra la corrupción y el racismo. Debe tomar partido, es decir, no ser equidistante, la plaga del periodismo acomodado. También sostiene que el periodista tiene que ser incómodo, situarse frente al poder, decir cuándo un gobernante miente. No es la primera vez que se lo escucho. Tiene mérito siendo un periodista mexicano, profesión de mucho riesgo en su país, teniendo en cuenta que su resistencia es, además, en el mundo hispano enfrentado al poderoso cacique estadounidense, Donald Trump.

La primera pregunta que me hago es: ¿dónde está el poder? Porque en muchas ocasiones no está en el Gobierno, por muy extraño que parezca, es más, es el poder el que se sitúa frente al Gobierno, con la ayuda, en muchos casos, de medios y periodistas.

Otra sería: qué pasa cuando no son el Gobierno, los gobernantes, los que mienten sino ese poder, sus aliados, instituciones no electas, poderes económicos, lobbies, incluidos los mediáticos, incluso destacados comunicadores o líderes de opinión que, aprovechando sus plataformas mediáticas, sirven al poder y no a la verdad, a la que, según Ramos, hay que ser fiel antes que a la objetividad.

Quizá hemos visto en EEUU ejemplos edificantes que albergan una cierta esperanza en otro periodismo, medios, líderes de opinión situándose frente al poder, en este caso, bien representado por Trump. Un poder que encarna esos vicios que hay que extirpar, tarea en la que el buen periodismo adquiere su grandeza. Defender la democracia, denunciar la corrupción, el racismo.

La política y los políticos, en todo caso, tienen mecanismos de control, salvo en regímenes totalitarios –en donde también hay periodistas, como los hubo con Franco–. Elecciones, mociones de censura, votaciones parlamentarias, equilibrio de poderes, en definitiva, un sistema de pesas y equilibrios, pero ¿a qué está sometida la prensa? Sobre todo cuando miente, conspira, cuando se da una concupiscencia con el poder, cama redonda, dependencia económica o sencillamente se han convertido en correas de transmisión de intereses. Otra cosa es la ideología que cada medio tenga y haga patente.

Tenemos el caso reciente de la presión judicial –lawfare– con motivo del acoso al Gobierno de coalición instrumentada en torno al 8M. Ha dado toda la impresión de una amplia entente entre medios de comunicación, muchos periodistas, mucho experto encastrado, filtrado como la carne de waygu pero a menor precio. No ha trascendido que hayan pretendido estar, ni intentar estar, al lado de la verdad. Han estado al lado del poder, en sus versiones y estrategias. Si mentía el poder y no el Gobierno, ¿por qué no estar de parte de la verdad aunque coincidiera con el Gobierno?

Naturalmente que podrían pensar que era el Gobierno quien no tenía la razón, faltaría más. Pero queda un poso de duda que hace aún reflexionar más sobre las palabras de Jorge Ramos. Si pensaban los periodistas y medios que estaban al lado de la verdad, una vez falseadas sus posiciones, ¿por qué no han dado la misma dimensión a la noticia, luego desmentida judicialmente, que a la verdad reluciente tras el archivo de la causa? ¿Puede, debe, un periodista pedir perdón?

Esto y muchas cosas más hacen que no se me vayan de la cabeza las palabras de Jorge Ramos

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