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'Poquita fe': 15 minutos de luz en las vidas apagadas

"Poquita fe", una de las series sorpresa de la temporada, tendrá una segunda temporada, según ha anunciado este jueves Movistar Plus+. Se encargarán de esta segunda tanda de capítulos los mismos creadores de la primera, Pepón Montero y Juan Maidagán, y seguirán teniendo como protagonistas a Esperanza Pedreño y Raúl Cimas en los papeles de Berta y José Ramón (en la imagen). EFE

Santi Fernández Patón

Málaga —

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Si el capitalismo ha convertido nuestra vida en una pelea constante por el día a día, ¿cómo no entender la claudicación, la falta de aspiraciones, el deseo de pasar por aquí sin mucho ruido, sin molestar, sin hacer nada malo, pero tampoco sin intentar mejorar las cosas? ¿Cómo no entender la blanda renuncia, siempre y cuando uno se la pueda permitir? ¿Cómo no empatizar, a veces, con ese dejarse llevar si uno consigue llegar a fin de mes, así sea sin pena ni gloria? Basta con que te arrastre la corriente de un sueldo modesto, aunque suficiente si no has tenido hijos, y un trabajo tan alienante como cualquier otro, pero que no te quita la salud. Después de todo, en la rendición también cabe la ternura.

Cada mañana nos despertamos presas de la ansiedad porque tampoco hoy encontraremos un empleo, una nómina que nos permita engancharnos a una vida sociable, o nos acostamos con la misma ansiedad porque sí tenemos ese empleo, pero nos roba la alegría, la serenidad y, paradójicamente, la energía para engancharnos a esa vida sociable. Pero lo sabes, eso no es vida, porque la vida no puede consistir en ir del trabajo a casa y de la casa al trabajo, ahora que tienes casa y trabajo.

Ahora rondas los cuarenta, los cincuenta, y todo lo que quieres es terminar tu clase de alfarería para llegar a casa y ver con tu pareja la serie que empezasteis anoche. Y no haces mal a nadie, y sigues siendo sensato

Aprende un idioma si te admiten en la Escuela Oficial, o asiste a clases de ajedrez, o de pintura, que no se te daba mal y, desde luego, no desaproveches esa oferta de tres meses en el gimnasio de tu calle. Dos días a la semana, o tres, aprenderás francés, o la apertura en gambito de dama, o a reflejar la luz en un bodegón, y al día siguiente, quizás, de nuevo la ansiedad. O no, o entonces solo la resignación de que eso es todo, porque pinchar la burbuja de tu adocenamiento exige un talante y un ímpetu que hace veinte años te sobraba. Por eso, tal vez, ibas de asamblea en asamblea, o al menos de manifestación en manifestación, y sabías que si es cierto que el capitalismo ha convertido nuestra vida en esa pelea constante por el día a día, tocaba dar la batalla, que votar cada cuatro años era también una forma tonta de conformismo. Pero ahora rondas los cuarenta, los cincuenta, y todo lo que quieres es terminar tu clase de alfarería para llegar a casa y ver con tu pareja la serie que empezasteis anoche. Y no haces mal a nadie, y sigues siendo sensato, y no te dejas engañar; cuando ves las noticias aún distingues a los malos de los buenos. Pero ya ni te indignas.

De una u otra forma, en ocasiones solo como deseo, o solo en cierta medida, o únicamente durante un tiempo, todos caemos en esa vida, y algunos se dejarán mecer por ella. Al menos hasta que llegue la subida monstruosa del alquiler, la restructuración de la empresa que te contrata, los resultados de una prueba hospitalaria... ¿Y quién tiene derecho a juzgarlo?

Por eso, porque no juzga, me encantó la serie Poquita fe, creada por Pepón Montero y Juan Maidagán, y con Esperanza Pedreño y Raúl Cimas como protagonistas. La he vuelto a ver ahora que se ha anunciado una próxima temporada. Me he reído como la primera vez, y eso que es de hace unos pocos meses, y también me ha embargado idéntica ternura.

En esas vidas de apariencia anodina, de fronteras tan estrechas como las de las calles de tu barrio de clase trabajadora y los veranos en Almuñécar; de, en definitiva, poquita fe en lo que te rodea, se encierran frustraciones, expectativas y ambiciones, dudas, temores, inseguridades, amores y desamores… La vida en su plenitud, aunque sea con poquita fe. Espigar todo ello en retratos tan hilarantes como delicados de 15 minutos, lo que dura cada capítulo, exige una mirada modélica, la propia de verdaderos artistas, de esos que apenas con nada saben observar en nuestras entretelas.

Un poco de condescendencia, o de magnanimidad, o incluso de baldía compasión. A veces hace falta todo eso, aunque solo sea durante quince minutos.

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