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El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.

La huella de la conquista cristiana en las ciudades de pasado andalusí

Vista actual del Albaicín-Sacromonte de Granada

Pedro Jiménez Castillo / Pedro Jiménez Castillo

Escuela de Estudios Árabes (EEA/CSIC) —

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Las ciudades actuales son el resultado de la acción sucesiva de las diferentes sociedades sobre el medio físico y sobre el paisaje urbano preexistente a lo largo del tiempo; por tanto, para entenderlas y gestionarlas adecuadamente es preciso conocer cómo y por qué se configuraron morfológicamente en el transcurso de la historia.

En este sentido, la conquista cristiana de al-Andalus fue un suceso traumático que conllevó importantísimas alteraciones en el urbanismo andalusí, puesto que en un espacio muy corto de tiempo mudaron radicalmente dos condiciones fundamentales: la primera de carácter cuantitativo, pues la conquista supuso que, en la mayoría de los casos, se pasara en pocos años de una madīna muy poblada y espacialmente saturada, a una villa cristiana con un vecindario mucho más reducido; la segunda, de carácter cualitativo, se refiere al cambio de modelo social ocasionado por la sustitución, parcial o total, de la población musulmana por la cristiana y al completo relevo de sus élites dirigentes. Ésta última no tiene que ver con factores coyunturales sino antropológicos y, por consiguiente, nos informa acerca de las diferentes características de ambas sociedades y como éstas se reflejaron en el paisaje urbano.

La sociedad islámica generó en la Edad Media una ciudad diferente de la cristiana, que, en parte, hay que explicar analizando su patrón de familia, condicionado por una fuerte necesidad de proteger el honor familiar depositado en los miembros femeninos del grupo. Este tipo de familia “extensa” y patrilineal, caracterizada por las tradicionales prácticas endogámicas que exigían el aislamiento de sus mujeres, conformó un modelo de vivienda impermeable a la calle, abierta al patio central del que se obtenía la luz y la ventilación, y dotada de un filtro de comunicación entre el exterior y el interior como es el zaguán acodado.

Por el contrario, el prototipo residencial de los conquistadores, libre de estas restricciones, no tiene inconveniente en abrirse a la calle en busca de luz y ventilación, a la vez que utiliza las fachadas para expresar la categoría social de sus moradores. Estos dos tipos de casa tuvieron una incidencia directa en la forma de su parcela y en la organización de ésta dentro de la manzana, lo que influyó de manera decisiva en el paisaje ciudadano, pues la transformación del parcelario impulsó progresivamente los cambios en el callejero.

En efecto, la ciudad cristiana medieval precisaba de calles más anchas que las de la medina musulmana, incluso antes de la generalización del uso del carro a fines de la Edad Media. Ello se debe, en primer lugar, a que la casa cristiana, al no estar tan condicionada como la islámica por las medidas de aislamiento, podía abrir amplias puertas y ventanas a la calle, por lo que ésta pasaba a ser una fuente importante de luz y ventilación complementaria al patio. En segundo lugar, la calle de la ciudad cristiana se convierte en un espacio de representación estatal y aristocrática, el escenario en donde los poderes públicos se expresan mediante comitivas y procesiones.

En general, los gobernantes cristianos sólo emprendieron grandes operaciones de transformación urbana, como la apertura de nuevas arterias, cuando lo consideraron imprescindible, debido a los problemas lógicos derivados de los procesos de expropiación y demolición. Fue mucho más frecuente la actuación sobre la red viaria preexistente con medidas correctivas encaminadas a adaptarla a las nuevas necesidades, lo que se expresó singularmente en la voluntad de los poderes públicos por ensanchar las calles.

A imitación de la Corona, los concejos, la Iglesia o las órdenes militares, también los hidalgos y nobles disponían los símbolos de su linaje y riqueza en las fachadas de sus casas, que eran cada vez más historiadas y exigían vías más anchas para su adecuada contemplación. Por ello, cuando se contaba con un solar lo suficientemente amplio, era frecuente que retranquearan varios metros la línea de fachada de los nuevos edificios, generando así pequeñas plazoletas destinadas a dignificarlos.

Aunque las casas y las calles son los elementos fundamentales de la transformación urbana, ésta se extendió también a otros ámbitos de la ciudad, como los edificios religiosos, los alcázares y palacios, los baños, los zocos e incluso las infraestructuras hidráulicas, de acuerdo con un proceso secular que acabó por alumbrar muchas de las características del paisaje urbano de nuestras ciudades de pasado islámico.

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