Dakar a tiro de piedra, o la aventura de cruzar el desierto en taxi (o autobús)
Cuando las noticias sobre la Primavera Árabe llenaban los periódicos, Alberto Llamas (Málaga, 1966) emprendió una ruta que llevaba años soñando con hacer. “Quería pasar de Europa a África y contarlo. Atravesar el desierto, el telón de arena, y llegar hasta Dakar (Senegal)”. Pero Llamas, periodista y escritor, no estaba tan interesado en el destino como lo estaba en el trayecto. No se trataba de llegar a Dakar, sino del viaje a Dakar. “Quería sentir el proceso, la gradación desde Andalucía hasta el África Subsahariana. Comprobar que se puede llegar al África subsahariana por tierra, poco a poco”, explica. Ese viaje lo ha contado en Taxi al desierto (Ediciones del Genal, 2018), un libro que es una invitación al descubrimiento.
En su viaje, Llamas parte de Málaga para atravesar Marruecos, Sáhara Occidental, Mauritania y Senegal. Suficientes kilómetros a bordo de taxis o autobuses como para entender que África no es un país, como tendemos a pensar, sino un continente con sus complejidades y diferencias étnicas, lingüísticas o culturales. “Es importante que nos atrevamos a romper tabúes, a hablar con la gente de allí y entenderlos. Ni se mueren de hambre ni nos invaden. Los que vienen son los más listos, gente que quiere ver mundo, aportar económicamente... Hay casos en que huyen de guerra, pero también otros que buscan oportunidades de vida. La realidad es mucho más compleja que la que nos dicen los tópicos”.
Para este viaje de descubrimiento, Llamas llevó la contraria a un cónsul. Atravesó el Sáhara Occidental en marzo de 2011, poco después de las protestas contra Marruecos, y cruzó Mauritania cuando el Ministerio de Asuntos Exteriores avisaba de forma inequívoca de que no se debía visitar el país. En 2009, tres cooperantes españoles fueron secuestrados y en 2007 cuatro franceses fueron asesinados. Poco después, el rally París-Dakar cambió su ubicación por la amenaza terrorista. “Mi conclusión es que los supuestos peligros dependen de los intereses económicos”, señala Llamas. “Si hay una bomba en Marruecos que mata a 15 personas, ningún Gobierno europeo te dice que no vayas, pero cuando son países donde no hay intereses diplomáticos o de otro tipo, rápidamente se les considera un gueto o un lazareto que no puedes conocer”, opina.
A pesar de todo, la decisión de continuar o no la ruta sobrevuela el libro, y el autor no deja de transmitir una sensación de alerta. Es consciente de que un acto terrorista no sólo le pondrá en peligro, sino que le señalará ante la opinión pública. “Claro que hay peligro, pero lo hay en todas partes”, insiste el periodista, que cree que este tipo de advertencias tiene el efecto de ocultar al mundo lo que ocurre en algunos lugares. Por las páginas dedicadas a Mauritania, un país con abundantes recursos mineros y pesqueros, desfilan tanques y soldados franceses, mientras que en Nuadibú (la gran ciudad comercial del país) patrulla la Guardia Civil.
Aún hoy, cuando Mauritania vuelve a recibir vuelos turísticos, la página del Ministerio advierte de que está “totalmente desaconsejado” viajar al este del meridiano 12ºW y por la zona norte fronteriza con Sáhara Occidental, Malí y Argelia y desaconseja los viajes “de aventura y/o fuera de pista”.
Taxi al desierto es también un libro de personajes. Por sus páginas desfilan muchos de esos perfiles que no responden al estereotipo de telediario. Por ejemplo, el mauritano retornado a su país tras vivir en Suiza o unos saharauis que alcanzaron Canarias en cayuco y regresaron a Dajla, la antigua Villa Cisneros. Está también ese tipo de personaje, quizá muy africano, que se acerca al forastero a veces con curiosidad genuina, otras con interés indisimulable. Para Llamas, es consecuencia de la hospitalidad africana: “No todos los africanos son maravillosos, claro, pero quizás hay menos desconfianza”.
Por último, el libro es también un escaparate de expatriados que a veces parecen cincelados a imagen del coronel Kurtz, locos o románticos en tierras ignotas. Está Guido, que decora su hotelito con calendarios de Mussolini y acaba alojando bacanales interraciales en su casa con piscina. O Paco y María, dueños de un restaurante en El Aaiún. O Lorenzo, un canario que facilita a Llamas el cruce por la tierra de nadie, la franja de 12 kilómetros entre Sáhara Occidental o Mauritania, donde cientos de coches abandonados aguardan a que los destruya el viento del desierto, igual que los buques del gran cementerio de barcos de Nuadibú serán finalmente molidos por las olas, dentro de miles de años.
Llamas viajó en 2011, escribió en 2012 y reescribió en 2017. Dice que el repaso le sirvió para entender el viaje y para comprender que un libro de viajes es como una novela en la que la casualidad, la vida y las personas que aparecen en el camino dictan el argumento. “Se puede ir a montones de sitios, pero hay veces que quieres algo y lo quieres a pesar de los inconvenientes”, responde Llamas a la pregunta de por qué este viaje, habiendo tantos otros. “También tiene que ver con el periodismo, me mueve la curiosidad, y un cierto espíritu político de romper el telón de arena”. Ese que hace que parezca tan raro, y tan loco, llegar a Dakar por carretera.
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