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Cuando las políticas eran noticia por ir a la peluquería: el feminismo memorioso de Amparo Rubiales

Amparo Rubiales

Alejandro Luque

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Al amparo del feminismo (Renacimiento) podrían haber sido unas memorias más o menos convencionales. Pero su protagonista, Amparo Rubiales (Madrid, 1945) prefirió que discurrieran como una conversación. Su interlocutor no sería otro que Octavio Salazar, estudioso del feminismo y las llamadas nuevas masculinidades, y el resultado son más de 500 páginas de recuerdos y reflexiones que resumen toda una vida dedicada a la política.

Según Rubiales, la idea surgió durante una conversación con dos periodistas, Isabel Morillo y Lourdes Lucio. “Me dijeron que tenía que escribir mis recuerdos, aunque yo ya había publicado en 2008 un libro, Una mujer de mujeres. Pensé que una conversación podía estar bien, y si era con un hombre, un hombre feminista, tendría aún más gracia”, dice.

“La propuesta era muy interesante, porque los dos somos juristas y andaluces, pero también porque ella es mujer y yo hombre, cada uno de generaciones distintas… Además de la amistad que nos une, pensé que podía dar mucho juego”, evoca Salazar. “Amparo me fue pasando mucha información, documentos y recortes de prensa que me ayudaron a entender cómo se veía a las mujeres en la política española cuando solo había dos o tres”.

El físico y la estética

Y la primera conclusión resulta sorprendente: “Quizá no hemos cambiado en el fondo tanto como creíamos, aunque el cambio cualitativo y cuantitativo ha sido enorme. Sí lo ha hecho el tratamiento mediático, porque en aquella época había mucha fijación por el físico, el cuerpo y la estética. Se hablaba de si Amparo era guapa, si vestía bien o tenía unas piernas maravillosas. Y coincidió en el tiempo con Soledad Becerril, también de Sevilla y también rubia. Se las confundía y se las comparaba. Ahí encuentras artículos tremendos en lo que todo era muy descarnado y normalizado, y en cambio ahora cualquier comentario similar nos genera rechazo”.

También señala Salazar que se ponía el foco en la vida privada de estas mujeres, hasta el punto de que era noticia que había ido a la peluquería y había coincidido allí con Carmen Romero, su compañera de partido. “Estaba muy presente la óptica del periodista hombre que mira a la mujer como un objeto. Y todavía sigue pasando que se cuestionen las aspiraciones o las ambiciones de las mujeres, como si fueran actitudes exclusivamente masculinas”.

En el repaso por la vida de Rubiales, Salazar se ha topado con algunas sorpresas, como el hecho de que pensara en su juventud dedicarse al mundo del teatro, interpretando incluso a una polémica Antígona en versión de Bertolt Brecht junto al actor Miguel Rellán. “Fue muy importante para su toma de conciencia, porque no tenía referentes feministas. Luego, cuando estudia Derecho, camino de la Facultad va dando vueltas sobre las causas de las desigualdades que ve a su alrededor”, dice el cordobés. “En el teatro, las relaciones entre hombres y mujeres son diferentes”, apunta Rubiales. “Era todo más igualitario, aunque los directores eran todos hombres y las maquilladoras, todas mujeres”.

Machismo de partido

Hasta que llegó la militancia, primero en el PCE, luego en el PSOE, partidos progresistas que no se libraban del machismo, más allá de que haya habido gobiernos más comprometidos con la igualdad que otros. “Es una cuestión estructural”, señala Rubiales. “El patriarcado ha sido una forma de organización de la sociedad desde que el mundo es mundo. La mujer reproductora y el hombre mantenedor. Y sigue existiendo. En aquellos años, en periódicos como El Caso, los asesinatos machistas eran ‘crímenes pasionales’. Y no era raro oír a una mujer decir ‘mi marido me pega lo normal’ o ‘a mí no me pega porque no le doy motivos para hacerlo’. Hoy no es extraño que digan que sus maridos ‘las ayudan’, como si las de casa fueran unas tareas que le corresponden solo a ellas”.  

En el PCE que conoció, “el feminismo no era objeto de debate. Había un Movimiento Democrático de Mujeres, pero más bien orientado a las mujeres de los barrios. La idea era que primero había que hacer la revolución, y luego la igualdad caería como fruta madura. En el PSOE también había mucho trabajo por hacer, y lo hicimos, imponiendo primero una cuota del 25 %, luego del 35, luego las listas paritarias… Recuerdo a un compañero que decía ‘ya están aquí la Democracia de Paritorio’, siempre había chistes así. Siempre ha habido que pelear por lo que nos corresponde”.   

Segunda doctora en la historia de la Facultad de Derecho de Sevilla –“en 500 años”, subraya–, concejal del Ayuntamiento hispalense en 1979, diputada del Parlamento andaluz, senadora, diputada en el Congreso, consejera de presidencia de la Junta y vicepresidenta segunda del Congreso de los Diputados, Rubiales desarrolló su trayectoria profesional al tiempo que ejercía de esposa y madre. “La carga no ha sido la misma para las mujeres que para los hombres. El político no se planteaba la necesidad de conciliar. A ella le generaba una sensación de culpa el hecho de viajar y estar lejos”.

Una privilegiada

Para Rubiales, “una de las razones por las que soy feminista acérrima es porque soy una privilegiada. Pude escapar de la regla de ser esposa y madre, que era el destino de la mayoría de las mujeres, y decidí ponerme al servicio de ellas. Lo tuve difícil porque en muchos de los cargos que desempeñé era la única mujer, pero tenía la ventaja de venir de una familia acomodada y con una madre y tres tías solteras de la guerra: toda la vida se ha resuelto la conciliación así, recurriendo a la ayuda de otras mujeres”, afirma.

Entre los muchos puntos que toca Al amparo del feminismo, destaca la defensa del papel actual de las mujeres mayores. “El envejecimiento nos afecta a todos, pero a las mujeres nos somete a una doble discriminación”, asevera Rubiales. “¡Hasta Sergio Ramos ha reivindicado hace poco el valor de su edad! Yo creo que tiene que haber un espacio para el envejecimiento activo, del que todo el mundo habla y nadie sabe muy bien lo que es, pero yo creo que se trata de algo más que ir de excursión con el Imserso o tener un local donde jugar a las cartas”.

“Yo estoy muy presente en las redes sociales, y cuando me quieren insultar me llaman vieja. Ahora estoy leyendo las memorias de la abuela de Obama, y cuenta que el problema de envejecer es que por dentro nos sentimos iguales”, concluye. “No puedes correr los cien metros lisos, que por otra parte no he corrido nunca, pero el apartamiento de esa parte de la población es absurdo. No digo que tengamos que estar en primera línea siempre, yo creo que el relevo es necesario… Pero bueno, ahora estamos contentos con Joe Biden y Nancy Pelosi [risas]. Es bueno tener a esos dos símbolos en lo más alto”.   

    

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