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Siria, capital Las Vegas

Elenco de la obra 'Mammon'

David Montero

20.05 H Aún con luz de sala, aparecen Irene Escolar y Ricardo Gómez para decir que la obra que estaba anunciada, Mammon, no va a poder representarse. Tras los segundos de desconcierto, entiendo que la obra va de otra obra que no ha podido hacerse. Al fondo hay una mesa alargada en paralelo al escenario, tras ella unas sillas (dos) y, sobre la mesa, dos micros. También hay dos tarimas y una mesita que ocupan aproximadamente el centro del espacio escénico.

20.10 h Los intérpretes se dirigen a las sillas y desde allí nos cuentan del viaje a Siria de Marcel Borrás allá por 2013. Nos muestran fragmentos de su diario, fotos y algún vídeo, como pruebas “documentales” de que lo que relatan es verdad.

20.20 h Cuentan que, tras este viaje, el dramaturgo tuvo la idea de hacer una obra de título igual a la que se supone que íbamos y no vamos a ver hoy: Mammon. Se trataba de una tragedia sobre ese dios que, bienintencionado, descubrió a dos familias el valor del oro y, con ello, las llevó a la destrucción. Esa obra, nos dicen, la iba a coproducir un teatro belga (a instancias de Jan Fabre) y el Central. Nos describen la escenografía (muestran una maqueta), algunos efectos y nos dicen que querían representarla en Isla Mágica. Luego, vemos el monólogo final de la tragedia representado por Ricardo Gómez. Lo de Isla Mágica (parque temático junto al Teatro Central) me lleva a creer que hay ironía, pero el tono del actor con el monólogo me confunde: ¿es tan irónico que esconde su ironía o hay una parte de verdad?

20.25 h Siguen contando que el teatro belga retiró su apoyo al proyecto, por lo que, de los 120.000 euros que costaba, sólo tienen una tercera parte. Por una mezcla de casualidades, terminan por ir a Las Vegas a intentar recuperar el dinero perdido (en verdad, nunca conseguido) apostando el dinero que sí tienen (40 mil euros). Comienza el viaje, comienza la verdadera función.

21.50 h Monólogo final de Manel Sans, Dylan Bravo en la ficción, sobre los horrores de la codicia y el dinero (me recuerda inevitablemente al que Ricardo Gómez  representó a las ocho y veinte, pero creo que no es el mismo). El resto de los intérpretes yace en el suelo tras un tiroteo “de película” que nos ha sobresaltado a todas. Tras esas últimas palabras, el público hace amago de aplaudir, pero Manel los calla con un gesto. Mima que monta en su caballo (o moto) y sale de escena. Este sí es el final. Así termina la aventura de dos personajes que se llaman como los propios dramaturgos/directores y están interpretados por ellos mismos: una espiral de juego, cocaína y delirio, que incita primero y luego trata de frenar el mencionado Dylan -perdedor contumaz, de vuelta de casi todo, filósofo de barra-. En esa espiral, Dylan, Nao y Marcel se encuentran con una pequeña parte de la fauna que puebla esa máquina tragaperras hecha ciudad que es Las Vegas: personajes disparatados a los que aportan credibilidad, humor y, por momentos, poesía Ricardo Gómez e Irene Escolar. En realidad, en el viaje Marcel y Nao terminan siendo idénticos a todos los juguetes rotos que pululan por Las Vegas. Algunos de esos juguetes tienen dinero, otros no. Algunos manejan el asunto y otros lo sufren. Pero da igual. Todos son juguetes rotos.

21.53 h El público en pie sigue aplaudiendo y vitoreando: esto es un triunfo en toda regla.

22.01 h No he encontrado aún el pasadizo subterráneo que une mi sillón con el teatro, pero sí he aprendido a despedirme rápido cuando la cosita (o sea, mi corazón) está como hoy. Cruzo el puente y miro mis botas negras. Me oigo pensar en la función. Me ha gustado su libertad narrando y siendo, sus aires a lo Cohen (los hermanos cineastas, no el cantautor), sus juegos con el punto de vista y con los géneros.

22.30 h Me cruzo con una pareja sin paraguas que se resguarda bajo un soportal. Se miran mientras miran llover. Parecen felices. Sigo con lo mío: De la obra me “ponen” su cuestionamiento de lo real y lo ficticio (imposible saber dónde termina la verdad y dónde empieza el fake), su mezcla de lenguajes, sus momentos de mamarrachismo intencionado, su esfuerzo por hacer en escena justo lo que les gusta de las pelis de los ya nombrados Cohen o de Tarantino o Scorsese. Además, todos los intérpretes están divertidos y creíbles, lo que es un mérito porque hay personajes que se las traen (la china que defiende y hace divertidísima la Escolar, el mejicano de Ricardo Gómez). O sea: la obra está de puta madre.

22.40h Llego a casa. Sigo y matizo: la obra está de puta madre, pero a mí no me ha terminado de gustar. Y aquí viene lo malo, este vicio mío con lo de las artes escénicas: que no puedo decir me gusta o  no me gusta o no me ha terminado de gustar y santas pascuas. Así que, mientras preparo un huevo pasado por agua y corto una tapita de queso, intento explicármelo a mí mismo. Nota a pie del huevo pasado por agua: no he dicho que no me guste sino que no me termina de gustar, o sea, que hay muchas cosas que sí y algunas que no.

Por ejemplo, dos ejemplos de lo que no. El primero:  se me queda sensación de haber visto una peli de alguno de los directores nombrados (eso es bueno, muy bueno), pero al principio y al final, pareciera que ha metido mano la Coixet (eso, para mí, es malo). O sea, hay un algo solemne. Algo “hola, qué tal, este tema es importante” que en vez de ayudarme, me quita profundidad (véase La vida secreta de las palabras). No digo yo que esto no sea irónico e intencionado, pero yo no lo veo. El segundo: creo que se saltan el núcleo duro de la función, o sea, el enfrentamiento entre los amigos y la acusación directa de uno al otro (“a ti la guerra de Siria te importa un carajo”, igual no dijo carajo pero algo parecido). Ahí me quedé con las ganas de la “leña” dialéctica de dos tipos hasta las trancas de coca, soberbia y dinero. Argumentar y defender sus dos posturas por un rato en ese estado me habría parecido, como decía, ahondar en el núcleo duro de la función y, más aún, una metáfora de las que se me quedan tatuadas como espectador. Aviso: acabo de migar el pan en el huevo y me voy a venir muy arribita. Si Shakespeare decía que “la vida es un cuento contado por un idiota, lleno de ruido y de furia, que no tiene ningún sentido”, yo digo que “la moral contemporánea es una pelea entre dos tipos puestos de farlopa, llena de incoherencias y dolor, que siempre termina en empate y, por tanto, en inacción”. Ya me bajo de aquí, T.

23.17 h Me estoy comiendo un cuadradito de chocolate (daños colaterales de llevar un mes sin fumar) y así, con el sabor dulce en la boca, me vuelven más cosas que me gustaron: la ironía dentro de la propia narración (flashbacks, cámaras lentas, coreografías insertadas por la cara), el juego en el filo de la navaja entre lo cutre y lo sublime (la supuesta peli documental, algunos recursos teatrales, ciertos códigos  en algunos momentos de la interpretación), las casi dos horas allí entretenido (no pensé en el whatssap en 110 minutos), la densidad de pensamiento mezclada con el gamberrismo, la sensación de que estos tipos han encontrado una forma de contar de hoy que funciona ahora (esta forma no es absolutamente original, claro, pero hay algo que es suyo y eso es mucho decir), el viaje de peyote, el baile decadente y poético de Irene Escolar en la barra americana, etc.

Termino con un detalle de la función que son de los que me conmueven hasta querer volver a fumar y suelen pasar desapercibidos. A la bailarina acaban de echarla de su trabajo por culpa de Dylan, Nao y Marcel han perdido casi todo el dinero, Dylan busca alguna frase de consuelo sin éxito, es decir, reunión de corazones rotos en la cafetería. Dudan si volver al hotel y ponerse a jugar a la ruleta (a lo que han venido) o llamar a una “amiga” de Dylan y seguir la juerga.  Están mirando la fachada del hotel y se lo juegan a suertes: si la luz que se enciende primero es de una habitación de la mitad superior del hotel siguen la juerga, si es de la inferior vuelven a jugar. Esos segundos de proyección de un edificio quieto al fondo con los intérpretes mirándolo desde la escena se me hicieron cicatriz. En ellos cabía  toda la vida de esos cuatro personajes: el dolor, el miedo, la frustración pero también la obstinación por seguir jugando un rato más, por arañarle una alegría a la partida que es estar vivos. ¿Quién no haría lo mismo en su situación? ¿Quién no ha estado en ella alguna vez, muchas veces, demasiadas?

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