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Sobre este blog

El Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) cuenta con 24 institutos o centros de investigación -propios o mixtos con otras instituciones- tres centros nacionales adscritos al organismo (IEO, INIA e IGME) y un centro de divulgación, el Museo Casa de la Ciencia de Sevilla. En este espacio divulgativo, las opiniones de los/as autores/as son de exclusiva responsabilidad suya.

Pelagra, una antigua enfermedad que vuelve

csic

Mariví Cascajo Almenara

Centro Andaluz de Biología del Desarrollo (CABD) —

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La pelagra (pell=piel, agra=áspera), también conocida como enfermedad de las 4D por sus principales síntomas: diarrea, dermatitis, demencia y finalmente la muerte (“death” en inglés), es una enfermedad curiosa, no solo por su nombre, sino también por su historia y por el descubrimiento de su causa.

Denominada así desde 1771, anteriormente se le otorgaron otros nombres, entre los que encontramos “lepra asturiana” o “italiana”, “mar de rosa” o “escorbuto de los Andes”. Esta patología actualmente es bastante desconocida, sin embargo en el siglo XVIII y durante más de 200 años causó enormes estragos en un segmento de la población del Sur de Europa, convirtiéndose a principios del siglo XIX en una epidemia en el Sur de los Estados Unidos.

Originalmente, la pelagra se consideró, y así se trató, como una enfermedad infecciosa, de origen misterioso y desconocido, a pesar de que ya en 1735, un médico español, Gaspar Casal Julián, sugiriera un origen dietético o nutricional para esta dolencia. Durante años la comunidad científica hizo caso omiso a esta hipótesis y esta devastadora enfermedad cayó en el olvido. La teoría del origen infeccioso encontró muchos detractores durante estos años, y la razón quizá radique en que resultaba políticamente “menos incómoda” asociarla a un origen infeccioso que a un déficit nutricional provocado por situaciones de pobreza y malnutrición.

Un primer estudio encargado por un sector del gobierno de los EEUU a un grupo de expertos confirmaba el origen infeccioso, basándose en que las personas que la padecían convivían en las mismas regiones o zonas cercanas, compartiendo situaciones de vida poco higiénicas. Sin embargo, a principios del siglo XX, las investigaciones del médico de origen Húngaro Joseph Goldberger, respaldado por el Servicio de Salud del gobierno de los EEUU, demostró definitivamente que se trataba de una enfermedad causada por un déficit nutricional.

Una de las primeras observaciones de Goldberger fue, que además de concentrarse en zonas de pobreza, las personas que padecían estos síntomas también eran bastante abundantes en orfanatos y manicomios. El hecho de encontrar un número elevado de enfermos de pelagra en centros de salud mental no fue lo relevante, al ser la demencia uno de sus principales síntomas, lo que llamó la atención de este médico fue que ni el personal sanitario, ni los trabajadores de orfanatos mostraban signos de esta cruel enfermedad.

Un sorprendente experimento

Los esfuerzos de Goldberger por demostrar que no era una patología infecciosa fueron en vano durante muchos años, hasta que diseñó un sorprendente experimento con el que pretendió demostrar que él podía enfermar a otras personas modificando su dieta. Para ello eligió como voluntarios a presos sanos de cárceles estadounidenses, que fueron alojados en habitaciones aisladas de insectos y que limpiaban pulcramente cada semana.

Estos voluntarios fueron sometidos a una dieta basada en maíz y limitada en carnes, simulando la alimentación de aquellas regiones propensas a sufrir pelagra, y el resultado fue que en pocos meses estos presos comenzaron a sufrir los síntomas de la enfermedad. Sin embargo, a pesar de su esfuerzo y dedicación, Goldberger nunca llegó a identificar el elemento específico cuyo déficit causaba la pelagra, aunque hay que atribuirle que fue el primero en identificar una sustancia soluble en agua como “factor preventivo de la pelagra”.

Hoy en día sabemos que este factor es la Vitamina B3, también conocida como niacina, cuyo déficit o malabsorción causa la enfermedad de la pelagra. Como podéis imaginar, esta dolencia se encuentra prácticamente erradicada. Las principales fuentes de niacina se encuentran en la levadura, la carne, el pescado azul, las legumbres y las semillas.

Al margen de estas curiosidades, recientemente la vitamina B3 está centrando el interés de muchos investigadores. ¿Por qué? Pues porque numerosos estudios están demostrando que la administración de algunas moléculas derivadas tienen efectos beneficiosos en modelos de laboratorio de algunas enfermedades humanas. En concreto, en el Centro Andaluz de Biología del Desarrollo estamos investigando el efecto terapéutico de una de estas moléculas sobre un conjunto de enfermedades raras conocidas como enfermedades mitocondriales, las cuales en la actualidad no cuentan con tratamiento farmacológico efectivo.

Finalmente, debido al amplio espectro de beneficios que se están conociendo y la complejidad de los procesos en los que interviene la vitamina B3, los investigadores tenemos todo un reto por delante para intentar descifrar estos mecanismos con mayor precisión y avanzar en el conocimiento de cómo la suplementación de moléculas relacionadas con la niacina pueden promover la salud.

¿Quién sabe si el Dr. Goldberger, además de curar la pelagra, no estaría mejorando la salud de las personas con su “factor preventivo de la pelagra”? ¿Qué creéis que pensaría el Dr. Goldberger si hoy levantara la cabeza y comprobara que aquella grave enfermedad se puede curar con un simple complemento vitamínico?

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