El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
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La comunicación es el fruto de una receta en cuyos ingredientes hay cinco raciones de empatía por cada cucharada de información. Si nos pasamos con los datos, generamos desconexión, y si se nos va la mano con lo emocional provocamos una irracionalidad tan fiel como volátil. Mentimos para gustar y defraudamos cuando nos conocen. Nos pasa porque nos engañamos nosotros mismos para resultar atractivos, y enfadamos a los demás si somos sinceros. Por una cosa o por otra nos cuesta encontrar un desequilibrio que parezca razonable. Somos seres recíprocos que damos lo que buscamos, aunque no lo tengamos. Pedimos a los otros que nos respondan como deseamos y no como son. Todo es un intercambio de medias verdades que construyen una gran falsedad llena de certezas. La reciprocidad es una característica de muchas especies, que en los humanos cobra todo su interés. Puede ser que hoy te invite yo al café, con la condición de que tú lo pagues mañana. Más te vale. Pero si quiero resultar atractivo a otras personas, les ofreceré lo que quiero recibir, no lo que puedan necesitar. El egoísmo social nos lleva a ofrecer mucho para recolectar más. Incluso adornamos el escenario y maquillamos nuestros objetivos para darles atractivo. Es lo que llamamos en psicología “efecto halo”. Adjudicamos características positivas a todo aquello que nos causa interés. Aunque, al mismo tiempo, empeoramos el conjunto que describe a una persona, por un detalle negativo que no nos convence, por muy menor que sea. El caso es que el cerebro rellena con expectativas, acordes a nuestros deseos, los vacíos de información que tenemos. Este fenómeno, que analizó a principios del siglo XX el psicólogo norteamericano Edward Thorndike, se ha venido aplicando en diversas técnicas de marketing y comunicación.
La reciprocidad en la sintonía política es la clave del éxito. Quienes representan al electorado saben que, si son como sus votantes, es más probable que cuenten con su apoyo. Las personas que acuden a las urnas lo hacen para elegir a los que más se les parecen, y no tanto a los que mejor les van a representar. En ese intercambio reside el poder, si esa relación fuera justa. Porque el esfuerzo y el dinero que se destina a disimular la reciprocidad entre personas elegibles y electas es abrumador. De ahí que la confianza que, hoy por hoy, no nos han arrebatado ni la inteligencia artificial ni la estupidez natural, sea la variable más constante de esta mutua relación. Sin pensamiento crítico no hay crítica alguna para reflexionar y actuar en consecuencia. Algo que sólo se puede aprender en los institutos a través del impulso de quienes enseñan a pensar por méritos propios. Sin duda la asignatura más difícil de impartir y de asimilar.
En Europa, los progresistas hemos respirado ante el ahogo extremista de las derechas que rodean a esta aldea hispana de la izquierda en la que vivimos. Nos rodean encuestas de miedo, mensajes de ira, jueces de guerra y medios llenos de odio. La victoria de las candidaturas de la izquierda en el país de Trump tiene algo de resistencia, bastante de refuerzo ideológico, mucho de esperanza y todo por aprender. No deja de ser curioso que dos de las capitales más importantes del mundo, como son Londres y Nueva York, tengan perfiles plurales y progresistas en sus alcaldías. Era evidente la necesidad del Partido Demócrata de refundarse para hacer frente a la tentación autoritaria del actual inquilino de la Casa Blanca. Pero aún resulta más patente la urgencia de los azules para acometer un rearme de liderazgos y reciprocidad con un electorado que había quedado huérfano. El equipo formado por Ocasio-Cortez, Sanders y Mamdani es un excelente tridente de lo que la izquierda puede y debe ofrecer en el futuro. Zohran ha sido capaz de comunicar con la dosis exacta de información y emoción que le ha vinculado al electorado. El éxito de su campaña ha sido la reciprocidad. Mensajes directos, simpáticos, sencillos, frescos y sinceros. No se trataba de votar a un político, sino a un neoyorquino o neoyorquina cualquiera. Si eres como yo, es sencillo apoyarnos juntos ¡Es la reciprocidad, estúpidos republicanos!
En España, y en Aragón, seguimos lejos de la reciprocidad colaborativa y nos mantenemos en la descalificación corporativa. No hay tregua porque la paz se asimila a la rendición. No hay avances porque el debate político de trincheras es propio de la Primera Guerra Mundial de la Comunicación. Las víctimas civiles de tanto bombardeo quedan sepultadas bajo los escombros más extremistas. Los refrescos llegan aturdidos al frente y los gases lacrimógenos les confunden de bando. Esto sólo beneficia a los viejos generales de la política, aunque algunos hayan llegado al ejército hace sólo unos años.
El mensaje del alcalde elegido en la ciudad de los rascacielos se resume en cuatro palabras: humor, eficacia, lealtad y propuestas (HELP). Sintonía, cercanía, buen rollo, capacidad resolutiva para solucionar los problemas y alternativas propositivas hechas desde, y para, el sentido común. Eso es el método HELP. Justo la antítesis de lo que en España hace Feijóo y en Aragón practican Azcón, Chueca, Orduna o Buj. La reciprocidad exige romper la dinámica de confrontación actual y arriesgar. Saltar del tablero de alambradas y proponer respuestas de vida. Tapar los cañones con mantequilla, aunque hayamos de hablar ahora más de vivienda que de comida. Más de sanidad pública que de beneficios fiscales. Más de educación pública que de universidades privadas. Más de oportunidades que de ansiedades. La comunicación recíproca exige dar respuestas y no estancarse en los agravios. Aragón necesita la reciprocidad de una presidenta que, como Mamdani, empatice con las y los aragoneses. Por eso, Aragón HELP.