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Sin batería

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Escuchamos a los líderes políticos contarnos que han vuelto con las pilas cargadas. Escuchamos a los coachs sus mensajes llenos de felicidad impostada, sus buenos propósitos de garrafón a la espera del bizum correspondiente. Casi nadie se atreve a decir que está triste porque el verano acaba. Porque vuelve la rutina. “Bendita rutina”, he escuchado decir estos días. Madre mía, os juro que no hay frase que me deprima más. Solo los niños se atreven a hablar claro. Volver a la infancia es aquí volver a la verdad. Estamos confundiendo la seriedad con el aburrimiento. No hay nada más serio, señoras y señores, que el verano. Las pilas están ahora a cero. ¿Cómo me dice usted que las tiene a tope? Contamos con largos meses por delante –tediosos como una estepa siberiana– para cargarlas y llegar al verano de 2026 con las baterías llenas. Ese ha de ser nuestro objetivo. Nuestro deber. Merecemos líderes políticos, influencers, presidentes de escalera, papas, consejeros de medio ambiente que nos miren a los ojos y nos transmitan ese mensaje.

Buscaremos en el móvil las fotos junto al mar. También las de aquella cena con esos amigos a los que no necesitas ver todos los días para quererlos tanto. Buscaremos entre la niebla las razones, los motivos. Sabiendo que no existen. Será el invierno una metáfora de la vida. Y no es este artículo ni derrotista, ni pesimista. Si acaso, chantajista. Quizás equilibrista.

Porque sabemos que solo en mañanas soleadas puede crecer el optimismo, seamos optimistas. Fugaz como un amor de verano, se marcha la rutina de no tener rutina. La extravagancia, cuyo significado etimológico remite a andar fuera de los límites. Seamos ahora formales y disimulemos no saliéndonos del camino trazado. Apenas se estén apagando las brasas de la próxima Noche de San Juan –cuando nadie nos mire–, podremos volver a saltar la valla y besar en los labios al verano. Entonces, sí, con las pilas cargadas.