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Los humanos nos pegamos tanto como nos apegamos. Nos juntamos para discutir y reñimos para encontrarnos. Nos buscamos para enzarzarnos y nos citamos para discrepar. Arropamos a los nuestros y dejamos que nos arrullen los demás. Lo importante es el contacto, no el fin del mismo. La gente se aísla para estar conectada con otros. Unas veces en el mundo virtual. Otras en el mental. Los anacoretas religiosos se recluyen para reunirse con la divinidad que habita en su cerebro. Los confinamientos pretenden que sigamos siendo capaces de reagruparnos. La socialización nos viene de serie. La impronta es un tipo de aprendizaje en el que un estímulo, que se produce en una fase inicial del desarrollo, queda fijado en un período especialmente sensible del individuo. Se ha estudiado desde la etología, esa rama de la ciencia que estudia el comportamiento de los animales. Por muy racionales que parezcamos, somos patitos que seguimos a las primeras personas que percibimos al nacer. Y después también.
Las relaciones de apego se mueven a través de transacciones comerciales de cariño. Aprendemos a querer y nos enseñan el desamor. Se trata de un equilibrio inestable que nunca alcanza la perfección. El problema es que solemos llenar el equipaje con facturas del pasado, que nos cobramos en querencias del presente, hipotecando así los afectos del futuro. Si utilizamos la memoria como una caja registradora de agravios, nos obcecaremos con sumas y restas de venganzas que ofuscarán la capacidad de multiplicar la felicidad. Nos cuesta distanciarnos de nuestros apegos con la perspectiva de la lógica. Es tan adictiva la emoción de la admiración que no podemos enfriarla con los hielos del pensamiento. Transformamos el apego natural en una devoción irracional. Da igual que hablemos de personas, ideas o creencias. Somos más devotos que de votos. No sirve la mayoría para decidir lo mejor porque la ceguera confirma que tenemos razón. Utilizamos términos religiosos para explicar comportamientos terrenales. Hablamos de fervor para describir la intensidad de un sentimiento. En cambio, la devoción se refiere a su expresión a través de la veneración. Ya sea a un líder, una idea o una doctrina. La intensidad emocional, la identificación, la irracionalidad y la emocionalidad son las principales características psicológicas del fervor. Lo vemos en manifestaciones políticas, artísticas, deportivas o religiosas. Las personas se entregan de igual manera a un ídolo musical o al gurú de una secta más o menos legalizada o numerosa. El fenómeno no cambia de calidad, sólo en su cuantía.
En otras ocasiones se manipulan las relaciones de apego para destruir a otros. Se hace con la connivencia del propio Estado de derecho, que se inventa argumentos jurídicos contra rivales políticos que ponen en riesgo al poder establecido. Este fin de semana, en el Festival de Cine de Zaragoza, se galardonó el largometraje documental 'Influjo psíquico', de la directora Alejandra Cardona, y que tiene un fuerte sello aragonés. Relata el caso de 'lawfare' que ha sufrido el que fuera presidente de Ecuador, Rafael Correa, y parte de su equipo de gobierno. Se condenó al expresidente ecuatoriano por influir psicológicamente en otras personas para que cometieran supuestos delitos. No se rían, porque así lo dice la sentencia. Las pruebas no son necesarias, porque todos somos sospechosos de influir en los demás para que delincan. Así que cuidado con lo que piensan o no, porque si los que mandan quieren, todos podremos ir a prisión por pensar (o aparentarlo) que otros hagan maldades. Como podrán comprobar, en este caso y en otros similares, el uso fraudulento de armas legales contra un oponente es la tendencia actualizada de los viejos golpes de Estado. ¿Les suena? Pues eso. Que la cosa no está tan lejos.
Más distantes de Ecuador, o no tanto, hemos visto a las derechas movilizarse este fin de semana junto al templo egipcio de Debod en Madrid. En ese acto asistimos a experiencias místicas, casi religiosas como cantaba Enrique Iglesias. Las visiones apocalípticas de Ayuso, resucitando a ETA, se mueven entre la política alucinógena y la patógena. El fervor lo vimos junto a la calle de Ferraz, donde por cierto Jorge Azcón atendió a los medios antes de concelebrar la protesta de la derecha extrema. Al terminar el acto de desagravio a España, por haber profanado los progresistas los privilegios de los mandamases conservadores, una parte de los reunidos acudieron a estrechar (más) las relaciones con la extrema derecha y se dieron cita con lo mejorcito de los ultras para berrear frente a la sede del PSOE.
Tras el conjuro dominical, Feijóo sigue esperando y desesperando. La pasada semana fue a Cataluña a pedir los votos separatistas de Junts, pero la coherencia no es su fuerte. Lo hizo con el fervor Mariano del expresidente Rajoy. Pensó que con un acto lleno de 'Debodción' conseguiría animar a los suyos. Al menos logró que muchos de los asistentes se sintieran representados al comenzar el acto con la música de El Padrino. El aquelarre de los conservadores fue como una reunión de endemoniados anónimos. Pero tranquilos, de la brujería también se sale. Y es que el influjo psíquico de Pedro Sánchez y su gobierno, para seguir avanzando, le sienta a la derecha muy malamente.