El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.
Todas las decisiones necesitan perspectiva. Pero elegimos desde el interior de nuestras emociones. Las cuevas de las sensaciones se imponen a los faros de las razones. Vemos todo desde dentro, para equivocarnos con lo que no percibimos. Intentamos ponernos en lugar de los demás, y al hacerlo descubrimos que ni los gustos ni los objetivos de otros tienen nada que ver con nosotros. Entendemos las diferentes posiciones como ángulos distintos con los que llegamos a las mismas conclusiones. Pero no somos capaces de abstraernos para asimilar una objetividad que se apodere de las motivaciones propias. Entendemos los árboles del distanciamiento como frialdad, y no como un alejamiento imprescindible para conocer la realidad del bosque. Siempre tenemos buenas excusas para no comportarnos con perspectiva. Nos implicamos tanto, que llegamos a desentendemos demasiado. Las relaciones personales, o la identificación con ideas y creencias, nos atan a todo mientras nos desligan de cada situación concreta. La paradoja de tanta socialización es que nos conduce a un aislamiento imposible para tomar decisiones que no sean previsibles.
En el teatro, Bertol Brecht aplicó la técnica del distanciamiento, o extrañamiento, a sus obras. Intentaba que los espectadores se centraran en las ideas y decisiones, y no tanto en las emociones de la atmósfera que creaba la interpretación en la escenografía. La terapia requiere que los psicólogos nos alejemos de los pacientes, sin involucrarnos en sus emociones. Es la única forma en la que podemos atender sus problemas para aplicar soluciones efectivas que cuenten con validez clínica. De hecho, la dependencia entre las personas atendidas y los profesionales suele ser un factor que complica la evolución de la salud. Sabemos recibir mejor, de lo que despedimos, a quienes tratamos. En cambio, quienes llegan a una consulta les cuesta entrar pero tardan en salir. No debemos confundir frialdad con distancia. Comprender no es compartir. A menudo nos confundimos. Algunas técnicas psicológicas ayudan a los pacientes a solucionar sus conflictos y frustraciones. Por ejemplo, la llamada “desfusión cognitiva” se utiliza en la Terapia de Aceptación y Compromiso (TAC), enseñando a las personas a observar sus propios pensamientos. No es fácil. Escuchamos a menudo frases que consagran e identifican la frustración dentro de nuestras vivencias. El rescate profesional consiste en sacar de la ecuación personal a la idea casi obsesiva que le persigue. Si la persona manifiesta y percibe una frase como: “Tengo el pensamiento de que soy un fracaso”, permite abordar una situación de conflicto de una manera más efectiva que si autoafirma repetidamente la idea de “soy un fracaso”. Otras veces le ayudamos, sencillamente, a ser un observador en el que le recomendamos que preste más atención al contexto que a su interpretación de la realidad o de sus sensaciones. Hay diversas herramientas que utilizamos en psicología para fortalecer la distancia como una técnica que acerca la vida a personas con un alto grado de ansiedad.
La actualidad política no tiene contexto ni distanciamiento. Si todo es foco, no hay luz ambiental. Si todo es innegociable, no puede haber entendimiento. Si todo es agresivo, no hay lugar para la amabilidad. Si todo está decidido, no es posible el acuerdo. El tamiz se ve como debilidad y la agresividad se percibe como seguridad. Se ha abandonado la política de la discreción, para practicar sólo la escenificación. Y quien se salga del guión corre el riesgo de ser interpelado, con desprecio, como una rendición. Hay más órdagos que guiñotes, y más póquer que ajedrez. Demasiado farol amenazante ante tan pocas luces de diálogo.
En la literatura y la televisión, leemos y vemos historias que nos atraen gracias a interesantes conspiraciones y hábiles estrategias que dejan la teoría de juegos de Nash a la altura del parchís. Admiramos la inteligencia, aunque esté dirigida por la ambición. Nos identificamos con los malos porque son más parecidos a nosotros. Los guionistas y escritores diseñan un escenario en el que el contexto justifica el relato. En 'Juego de Tronos', las conjuras tienen la elegancia de un bisturí y la profundidad de un volcán. Puro arte. En cambio, llegamos a la política cercana y asistimos a un navajeo tan simple como inútil. Si el objetivo de gobernar es mandar, el arte de la política se convierte en una chapuza de gritos contra los demás. Es lo que vemos en Aragón en la lucha de egos conservadores, unos más extremistas que otros, por hacerse con el poder de dirigir. El resultado es que las elecciones forzadas son una amenaza y no una oportunidad. Un castigo y no una decisión ciudadana. En Aragón falta arte ajedrecista y sobran demasiados “Juegos de Trinos”.'