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¡Paren ya!

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Pasamos el día divididos entre la indignación y la apatía, la euforia y el hastío. 

Una tortura que nos hace oscilar de extremo a extremo de nuestras emociones hasta acabar rendidos, dispuestos a firmar el primer disparate que nos ofrezcan para parar. Y parece que funciona. De otra forma no se explica que algunos líderes puedan llegar al poder democráticamente. Ya no llama la atención el testimonio de aquel que, habiendo votado contra sus intereses, se sorprende cuando se ve afectado por políticas dirigidas contra su clase social, poder adquisitivo, condición sexual o nacionalidad. 

La famosa polarización nos enfrenta a una constante dicotomía. Nos hace elegir entre nosotros o ellos, entre los míos o los otros. Las posturas políticas –cada vez más alejadas– dejan al ciudadano indefenso, resignado a tragar con actitudes deplorables con tal de que no vengan los otros que son peores, mire usted. Hemos pasado de votar con la cabeza, o el corazón, a hacerlo desde la rabia o contra el otro y tenemos que parar. Polarizar es, según la RAE, orientar en dos direcciones contrapuestas y eso es lo que está haciendo la política con los ciudadanos. Un señuelo en cada dirección para llevarnos a compartimentos estanco en los que, parece, no compartimos nada con el otro. Y eso es sencillamente falso, irreal. 

A la izquierda, algunos pretenden imponer una visión muy particular de lo que debe defender alguien desde esa posición política. No hablamos de lo nuclear –la justicia social o la equidad–, sino de otra serie de aspectos, formas de ver el mundo, creencias o aficiones que no encajan en el manual del perfecto izquierdista de la gran ciudad. La derecha lo ha sabido ver y ha usado la imposibilidad de muchos de encajar en todos esos dogmas –el sentimiento de ser un pecador, de sentirse culpable– para vender una falsa libertad que implica romper esos clichés. Si a eso le sumamos haber conseguido encontrar lo que más une en este mundo, un enemigo común, lo tienen hecho. 

La ultraderecha se ha inventado al coco: los inmigrantes. La derecha ha decidido ir a rueda creyendo que le renta. Problemas inventados que opacan los palpables, como el acceso a la vivienda. Ruido y causas efímeras. Como la del feminismo, solo en campaña. Mucho ruido y poco recorrido. Pero es en ese juego corto, a la contra, en el que la derecha se encuentra cómoda hoy. Maniobras de despiste mientras se gestionan presupuestos de dinero público pensando en cómo beneficiar al sector privado. 

La democracia no es perfecta pero es el mejor sistema para que sea la voluntad de los ciudadanos –y no la de un partido– la que rija la política. Los ciudadanos somos diversos, imperfectos, contradictorios. Nos mezclamos desde que nacemos encontrando siempre algo en común con gente que piensa de forma diametralmente opuesta a nosotros. La política es el arte de hacer precisamente eso, poner de acuerdo en medidas concretas a ideologías distintas poniendo el interés público en el centro. Vivimos en la época de los parlamentos fragmentados que obligan al entendimiento de fuerzas con intereses distintos. Eso es una fortaleza del sistema, no una debilidad. Es un reflejo más real que nunca de la sociedad a la que representa.

Aragón se enfrenta a sus primeras elecciones anticipadas. Un fracaso que sepulta una de las mayores virtudes de la política en este territorio: la capacidad de llegar a pactos. Los aragoneses deben anteponerse a los egos, el entendimiento al enfrentamiento constante y la política a la pantomima. No gobiernan para ustedes, gobiernan para nosotros. ¡Paren ya!