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El razonamiento nos lleva a buscar la explicación del mundo que nos rodea. Pero es el pensamiento el que dirige los pasos de nuestra razón. Pensar es una actividad mental genérica que interviene en muchos procesos cognitivos. En cambio, razonar implica utilizar un tipo específico de pensamiento que usa la lógica y la evidencia para llegar a una conclusión. Razonando, buscamos la verdad. Al pensar, buscamos ideas que den significado a nuestras preguntas. Es toda una paradoja que lo que nos hace humanos sea tan simple. De hecho, los animales piensan. Lo complicado es pensar con sentido lógico. Eso nos separa del resto de criaturas, al ejercer de seres racionales. En definitiva, todo razonamiento es pensamiento pero no todo el pensamiento es razonado. Por eso pensamos mucho, pero razonamos poco.
Pensar sin razonar conduce a la magia mecanismo para entender la realidad. Es lo que denominamos en psicología como pensamiento mágico. Con este método hacemos atribuciones ilógicas de causalidad que se hacen sin pruebas empíricas, sobre todo cuando creemos que estos pensamientos tienen una influencia directa en el medio, ya sea por lo que hacemos o por la intervención de fuerzas sobrenaturales. Utilizamos a diario este tipo de pensamiento hechicero. Una superstición trivial que nos lleva a utilizar un determinado bolígrafo para los exámenes. Esa manía de ponernos un calcetín de cada color para sentir la seguridad de que esta vez el avión no se caerá en este viaje. Suelen funcionar. Al menos hasta que se acaba la tinta en plena prueba y creemos que hemos suspendido porque se ha roto la magia, y no porque la ansiedad de perder nuestro bolígrafo de la suerte nos ha dejado en blanco. En el vuelo estamos tranquilos porque la pericia del piloto y la seguridad de las aeronaves están bajo la influencia de nuestras medias de colores. El mayor riesgo es que, si fallamos, probablemente no llegaremos a enfadarnos mucho tiempo. Ni siquiera seremos conscientes de las risas en la sala de disecciones. Son conductas que no necesariamente indican una patología en las personas que las muestran.
No deberíamos sorprendernos mucho de la proliferación del pensamiento mágico en nuestras vidas. Lo aprendemos desde niños y lo enseñamos de mayores. Jugamos con la realidad de mitos y leyendas que nos sirven de ilusión y que luego se desmontan con frustración. Tenemos ratones que roban dientes y seres voladores que gratuitamente llenan de regalos las chimeneas. De adultos adornamos las creencias para darles apariencia de sensatez. Así, el destino nos devuelve el karma como si fuera el rosario de nuestra madre. Las religiones aprendieron pronto la técnica de buscar en lo absurdo las explicaciones de lo incomprensible. Supieron mezclar mitos, miedos y magia, a partes iguales, y como línea de negocio no les ha ido nada mal.
En psicología, nos ocupamos de los trastornos que dejan de ser meros rituales para convertirse en comportamientos que impiden la conducta de las personas y les causan sufrimiento. Lo vemos a menudo en las personas que desarrollan el llamado Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC). Quienes lo padecen se sienten obligadas a realizar determinadas conductas, tras un determinado pensamiento mágico, de forma que no pueden hacer otra cosa hasta que la conducta ejecutada intenta apaciguar la obsesión de un determinado pensamiento. Estas personas tienen que lavarse las manos tras cualquier contacto porque me contamino. O necesitan volver a entrar en casa para asegurarse, nada más salir, de que he cerrado las llaves de grifos o fuegos. Son conductas descontroladas que se apoderan de conducta de una persona. La diferencia con otros comportamientos similares, como santiguarse al salir de casa o comenzar a jugar un partido de fútbol, es que en estos casos la superstición no se ha adueñado de la persona y está tan integrada en la conducta individual (y social) que se percibe con naturalidad y está exenta de sufrimiento para su protagonista.
La política está llena de supersticiones. Unos juegan con las creencias para sus intereses electorales, y otros hacen gala de las supercherías para sacar pecho. Uno de los casos más conocidos es el de Esperanza Aguirre. Siempre hizo gala de sobrevivir al accidente de helicóptero, junto a Rajoy, y a un atentado en Bombay. Su explicación, y las fotografías, no dejan lugar a dudas. Siempre iba con el mismo bolso para evitar el mal fario. María Guardiola, en Extremadura, ha convocado elecciones coincidiendo con el solsticio de invierno. La fecha no es casual, se encomienda a Rajoy que juró su cargo como presidente, con la mayoría absoluta que busca la extremeña, un 21 de diciembre. No deben verlo tan claro en Génova, ya que en lugar de amuletos, prefieren observar el laboratorio electoral en la tierra de los castúos.
En Aragón, el juego de los presupuestos se mueve entre el guiñote y el mus. Llegó Abascal el lunes a Zaragoza y citó a los suyos en el Hotel Hiberus. Pensaban los ultras que el nombre era de pura raza hispana. Pero cuando se dieron cuenta de que la hache presidía el cartel del lugar, ya era demasiado tarde. La extrema derecha de Nolasco había anunciado que no se sentarían a negociar los presupuestos con sus aliados de la derecha extrema del PP. Pero llega Santi, como llama Azcón al líder de Vox, y dice que no van a dar un portazo en las narices del inquilino del Pignatelli, por lo que hablarán de las cuentas autonómicas. En política, como en el fútbol, los partidos se deciden por detalles. No parece que el presidente aragonés llame a Nolasco como Álex, ni que éste le guiñe un Jordi simpático al líder maño del PP. El buen rollo de los jefes es la mejor señal de que acabarán enrollados. Puede que Abascal y Azcón marquen distancias. Pero Santi y Jorgito seguro que se entienden. No hace falta recurrir al pensamiento mágico, ni a contactos discretos cerca del Ebro entre los jefes de las derechas aragonesas, para explicar lo ocurrido. La navideña danza ‘élfica’ de Chueca para extender a Aragón sus acuerdos con la ultraderecha en la capital del Ebro parece que coge ritmo. No me extrañaría que la noche del lunes Santi, Chueca y Azcón bailaran juntos, como elfos de Aragón.