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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Nos jugamos una Europa abierta

Plácido Diez

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El filósofo alemán Peter Sloterdijk ve a la Unión Europea como “un club de perdedores”, que no dejó entrar sino a imperios humillados y naciones destruidas, en el que algunos países como Italia se han enganchado al infantilismo de los “selfies”.

La excomisaria Emma Bonino la ve como un “barco que hace aguas pero que aún estamos a punto de repararlo en medio de la tormenta”. Y, finalmente, uno de los grandes impulsores de la Europa social y de la ciudadanía europea, Jacques Delors, la veía en la década de los 80 como una bicicleta: “o se pedalea, o se cae”.

Lo cierto es que, a lo largo de más de sesenta años, el proyecto de integración europea ha traído paz y bienestar como nunca antes habíamos vivido los ciudadanos europeos. Somos alrededor de 550 millones los que nos cobijamos bajo el paraguas de la UE cuyo PIB, 15 billones de euros, supera al de Estados Unidos. La UE representa el 16 % del comercio mundial, solo China la supera ligeramente en exportaciones (se calcula que 30 millones de empleos dependen en Europa de las ventas exteriores).

Por contra, el gigante económico tiene los pies de barro desde el punto de vista demográfico con una población que suma menos del 7 % de la mundial, cada vez más envejecida, y que, según Eurostat, será del 5 % en 2050 si continúan las actuales tendencias.

Los nubarrones económicos continúan amenazantes porque en lo que va de siglo XXI los 19 países de la eurozona han registrado un crecimiento medio del 1 % frente al 6 % de la década de los 60, una década en la que la población europea representaba el 13 % de la mundial.

Italia entró en recesión el pasado mes de enero y a su Gobierno le está dando por embarcarse en una relación por libre con China con el estímulo de la ruta de la seda. Con un crecimiento estimado del 0,8 % para este año, los datos de Alemania, donde han empezado a negociar su fusión sus dos grandes gigantes bancarios, son inquietantes.

Hay que seguir pedaleando con más fuerza que nunca, hay que tapar las vías de agua del barco, siguiendo con las metáforas de Delors y Bonino, porque Europa tiene que ser algo más que una zona de libre comercio.

Salvo brillantes iniciativas como los programas de movilidad estudiantil Erasmus, en la UE nos está faltando un sentimiento de comunidad, un relato histórico común y autocrítico consensuado, salvo excepciones como las conmemoraciones del final de las dos Guerras Mundiales, y un hilo que, desde los currículos escolares, nos conecte emocionalmente por delante de las grandes cifras macroeconómicas y la estabilidad financiera.

Estos pueden ser algunos de los motivos de que solo el 42 % de los ciudadanos mantengamos la confianza en la UE frente al 57 % que confiaban en 2007. Son datos facilitados por el presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, que contrastan con el 75 % de europeos que están a favor del euro y de la integración económica y europea. Un buen dato nacional. El reciente eurobarómetro de primavera ha revelado que el 75 % de los españoles opina que se ha beneficiado de pertenecer a la UE frente al 68 % de media en los 28 estados.

¿Puede ser el temor a perder soberanía, puede ser el miedo y la incertidumbre que acarrean los vertiginosos cambios tecnológicos y la globalización, los motivos de esa pérdida de confianza?

Puede ser porque competimos con los países emergentes de Asia y del Pacífico, -Rusia, China, la India, Turquía-, que no son homologables a los europeos ni en derechos, ni en protección social, ni en libertades, ni en separación de poderes, ni en calidad democrática: dictaduras de partido único o democraduras.

Puede ser porque la UE se ha quedado rezagada en la industria de la digitalización (se secaron los brotes verdes bálticos de Nokia y Ericsson y desde entonces se han creado pocas empresas novedosas en Internet de consumo, redes sociales y aplicaciones móviles).

Puede ser porque en la contratación pública la UE no va unida para evitar la competencia desigual de la India, de Turquía y de China. En este último caso, sobrevuela el temor a que Huawei pueda utilizar la concesión de las redes de telecomunicaciones 5G para facilitar el espionaje del régimen chino.

En todo caso, parece claro que la independencia de los estados nación ya no garantiza la soberanía y que la verdadera soberanía no reside en el poder de las leyes estatales sino en un mayor control de los acontecimientos globales par responder, con normas comunes, a las necesidades fundamentales de los ciudadanos.

En ese sentido tenemos que pedalear fuerte, que reparar el barco, para no ser un “club de derrotados” que, a pesar de todo, continúan tutelando el mejor proyecto de vida en común y de protección social del planeta.

También nos está faltando decisión para dar prioridad a la lucha contra la desigualdad. Para avanzar hacia una igualdad salarial, hacia un salario mínimo comunitario y hacia un seguro europeo de desempleo. Hacia un presupuesto para la zona euro y una mutualización de las deudas, de la que no quiere oír hablar Alemania. Hacia una regulación de los paraísos fiscales y el blanqueo de capitales (un reciente informe de Oxfam internacional revelaba que en 2015 las multinacionales trasladaron 600.000 millones de dólares de sus beneficios a paraísos fiscales, un 30 por ciento de ellos dentro de la UE: las pérdidas de recaudación en Alemania, Francia, Italia y España, se cifraban en 35.100 millones de euros).

Hacia una estrategia vinculante de igualdad de género, hacia un gran acuerdo migratorio y hacia un “Green New Deal” de transición hacia las energías limpias. Hacia la unión bancaria con su correspondiente seguro de garantías de depósitos y hacia un ejército europeo. Hacia, finalmente, una tasa a los gigantes digitales, la denominada tasa GAFAM (Google, Apple, Facebook y Microsoft), y una mayor imposición a las grandes corporaciones.

A la espera del desenlace de ese laberinto cretense en el que se ha convertido el brexit, las fuerzas antieuropeístas de ultraderecha suman porcentajes de entre el 10 y el 20 por ciento de los votos en los 28 países de la UE. Están representadas ya en 18 parlamentos de la UE y forman parte del Gobierno en Austria, Bélgica, Dinamarca, Letonia, Hungría y Polonia. En estos dos últimos países gobiernan en solitario.

Hace unas semanas, el Partido Popular Europeo suspendía temporalmente al partido del primer ministro húngaro, Víktor Orbán, por vulnerar derechos fundamentales como la libertad de expresión y la separación de poderes. Orbán y Matteo Salvini, el ministro del Interior de la Liga Norte y rostro omnipresente del Gobierno italiano, se reunieron el pasado 2 de mayo en Budapest para diseñar una estrategia, de acuerdo con Marine Le Pen, para transformar desde la ultraderecha el proyecto europeo.

Son motivos más que suficientes para que hoy, 9 de mayo, Día de Europa, difundamos y reconozcamos todo lo bueno que la UE, como expresión de concordia entre los europeos, ha traído a este gran continente. Necesitamos más Europa, necesitamos más ciudadanía europea, necesitamos una Europa abierta y cohesionada, y, para ello, el primer paso debe ser participar en las elecciones del próximo 26 de mayo.

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