La autovía A-22 entre Huesca y Lleida está a punto de completarse dos décadas después de colocarse la primera piedra en la variante de Monzón. Los últimos 12,8 kilómetros pendientes, entre la capital oscense y Siétamo, se abrirán previsiblemente este mes de septiembre, lo que pondrá fin a un cuarto de siglo de retrasos, sobrecostes y complicaciones técnicas. El tramo, adjudicado en el verano de 2018 a la UTE formada por Copcisa y Vidal Obras y Servicios, debía haberse completado en 36 meses. La previsión era que estuviera listo en 2021. Sin embargo, el calendario se ha duplicado con creces: serán 84 meses de trabajos hasta su apertura. El coste también ha aumentado: de los 46,7 millones de euros iniciales a 61,5, un 30% más.
Los últimos meses han sido decisivos. Tras culminar los trabajos de drenaje, defensas y señalización vertical, las máquinas comenzaron a extender la capa definitiva de asfalto en la calzada en sentido a Barbastro. Para ello, en febrero se abrió un desvío provisional de la Ronda Norte por la nueva calzada en sentido Huesca. El Ministerio de Transportes preveía que ese desvío durara siete meses y, en esta ocasión, el plazo sí se ha cumplido.
Ahora, cuando se complete la extensión de la capa asfáltica, la circulación volverá a desviarse provisionalmente para acondicionar la calzada utilizada durante estos meses, que mantiene todavía señalización amarilla de obra. Varias señales verticales nuevas ya han sido “tachadas” a la espera de la apertura definitiva del tramo. Durante el desvío provisional se han registrado varios accidentes, especialmente de camiones en la rotonda de Quicena y en tramos curvos. Para reducir la siniestralidad se instalaron radares informativos y se reforzó la señalización.
La apertura supondrá un gran alivio para los usuarios. Hoy recorrer los 12,6 kilómetros entre Huesca y Siétamo lleva entre 15 y 20 minutos, con limitaciones de velocidad de 60 y 70 km/h, varias rotondas y línea continua en la mayor parte del trayecto. Con la autovía terminada, la misma distancia se cubrirá en 6 o 7 minutos.
La configuración del nuevo tramo incluye doble calzada de dos carriles por sentido de 3,5 metros cada uno, arcenes exteriores de 2,5 metros e interiores de un metro, con una mediana de 10 metros de anchura. Se han previsto límites de velocidad de 120 km/h hasta el kilómetro 4,020 y de 100 km/h hasta Siétamo.
El trazado atraviesa los términos municipales de Huesca, Quicena, Loporzano y Siétamo. Incluye un nuevo enlace en Loporzano y la reordenación de los accesos de Montearagón, Ronda Norte-Centro y Ronda Norte-Oeste.
En total, se han levantado 16 estructuras: dos viaductos sobre los ríos Flumen y Botella, otras dos en la duplicación de la Ronda Norte, cinco pasos inferiores, tres superiores, un muro de escollera, otro de hormigón, uno de suelo reforzado y una pasarela de madera.
El balance de siete años de obras no se entiende sin las dificultades técnicas. Una de las principales fue la reposición de líneas eléctricas de alta tensión, que tardó cuatro años en completarse. También hubo que modificar el abastecimiento de agua potable a Huesca, atender a las exigencias de las compañías de telefonía y gas y responder a demandas de regantes.
Otros imprevistos fueron la ampliación de las excavaciones arqueológicas en el yacimiento de Ayareces, la detección de un vertedero oculto en la traza, la necesidad de respetar el nivel freático en Quicena y el saneamiento del terraplén en esa zona. Todo ello ralentizó el ritmo de los trabajos.
Los retrasos han supuesto además sobrecostes. A los 46,7 millones de adjudicación se añadieron dos modificados: uno de 4,5 millones por la reposición de líneas eléctricas y la ocupación de más terrenos, y otro de 4,7 millones por obras y servicios adicionales.
La historia de la A-22 es la de una obra interminable. El proyecto se incluyó en el Plan de Infraestructuras de Transporte 2000-2007 del Gobierno de Aznar, pero apenas avanzó. Fue con el Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero cuando se colocó la primera piedra en 2005 en la variante de Monzón.
El tramo Huesca-Siétamo quedó descolgado desde el inicio. Un contencioso del Ayuntamiento de Quicena contra la Declaración de Impacto Ambiental, al considerar que afectaba a sus huertas y al entorno del castillo de Montearagón, obligó a separarlo del resto de la autovía para no frenar toda la obra.
Desde entonces han pasado ocho gobiernos y cuatro presidentes. Hubo parones por la crisis de 2010, ralentizaciones por falta de consignación en los Presupuestos Generales del Estado y problemas en la ejecución por parte de la UTE adjudicataria. El resultado: los 110 kilómetros de la A-22 se completan 25 años después de la planificación inicial.
Más allá de los sobrecostes económicos, los retrasos han tenido un impacto directo en la seguridad vial. La N-240, utilizada como alternativa durante este tiempo, ha sido una de las carreteras aragonesas con más incidencias graves. El Estrecho Quinto y el cruce hacia Loporzano han sido puntos negros de siniestralidad.
El tramo entre Huesca y Siétamo ha resultado especialmente tedioso para los conductores: retenciones, limitaciones de velocidad, desvíos temporales y accidentes, algunos mortales. La conclusión de la autovía pondrá fin a estas incomodidades.
Pese a los retrasos, la A-22 ha sido una obra reclamada por todos los partidos políticos y ayuntamientos afectados. Tanto PSOE como PP la han defendido en diferentes etapas, aunque los retrasos han generado críticas recurrentes.
La autovía conecta Lleida y Huesca, vertebrando el eje del Somontano y el Cinca Medio, y se considera estratégica para la comunicación entre Aragón y Catalunya. Su finalización reducirá tiempos de viaje, especialmente hacia las estaciones de esquí del Pirineo. Para los conductores que viajen desde Barcelona o el centro de España hacia Formigal, Panticosa, Astún, Candanchú o Cerler, el ahorro de tiempo se sumará al que llegue cuando concluya también la A-23 a su paso por Lanave.
Con la apertura de septiembre, la A-22 quedará terminada tras 19 años desde el inicio de las obras y 25 desde su planificación. El tramo Huesca-Siétamo, el más conflictivo, quedará como símbolo de la lentitud de la ejecución de infraestructuras en España: problemas ambientales, litigios administrativos, falta de presupuesto, retrasos de las empresas adjudicatarias y sobrecostes acumulados.
La imagen de las señales tachadas provisionalmente en la nueva calzada refleja esa espera interminable, pero también la inminencia del final. Apenas queda completar la capa de asfalto, pintar las líneas, instalar la señalización y realizar pruebas de seguridad. Si no surgen nuevos imprevistos, en cuestión de semanas los vehículos circularán por la nueva autovía y quedará cerrado un capítulo que ha marcado la movilidad de la provincia de Huesca durante un cuarto de siglo.