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La escuela de Babel

Clase de español para extranjeros en el Instituto Goya.

Óscar Senar Canalís

Zaragoza —

Interrumpir una clase siempre da apuro. Mucho más si los alumnos están aplicados sobre sus tareas, y tan solo levantan la cabeza para saludar. Son las 19:00 horas de un lunes, estamos un aulas del céntrico Instituto Goya de Zaragoza, y los 11 chavales que ocupan los pupitres son de medio mundo. Nos hemos colado en una de las clases de español para extranjeros que imparte la Asociación Mosaico a través Programa de Refuerzo de Español (PREs) del Centro Aragonés de Recursos para la Educación Inclusiva (CAREI). El objetivo de esta iniciativa es facilitar la inmersión en el idioma de alumnos de Secundaria recién llegados al país.

Algunos de los 140 alumnos que en la actualidad participan en el programa acudieron hace unas semanas a la proyección del documental La cour de Babel, dentro del Ciclo de Cine y Derechos Humanos de Zaragoza. En esta película se muestra el modelo francés, en el que los adolescentes no francófonos se mantienen en aulas de acogida hasta que logran el nivel suficiente para integrarse en las clases 'normales'. Tras el pase, surgió el debate, y los chavales lo tenían claro: preferían su experiencia a la que reflejaba el filme.

Días después, en este aula del Instituto Goya, con diez chicas y un chico de entre 12 y 17 años, hay menos unanimidad: “Me gusta ir a clases de español y clases normales, se puede compaginar todo”, dice Sanae, de Marruecos. En cambio, Denisa, de Rumania, cree que el sistema francés es más adecuado: “Ahora me resulta complicado seguir lo que dicen los profesores, con unos meses solo de clases de español lo entendería mejor”. Yuan, de China, levanta una sonrisa cuando afirma rotunda que su problema es que aprende todas las palabras “pero luego se me olvidan justo antes del examen”.

“En Aragón el sistema consiste en que en los centros, aunque no en todos, hay aulas específicas de español para estos alumnos, pero también comparten asignaturas con el resto de compañeros”, explica Merce Ovies, una de las tres profesoras de la Asociación Mosaico. “Algunos dan en sus institutos dos horas de español, otros cuatro o seis; otros, ninguna...”. En Zaragoza, a través del PREs, pueden optar a recibir unas horas extras por las tardes en tres institutos: Goya, Portillo y Grande Covían.

¿Hay centros en los que estos chicos, recién llegados a España, entran a las clases de Historia o Matemáticas sin conocer el idioma? “Sí”, dicen expresivas y en un suspiro al unísono Merce y su compañera de asociación Nines Espiau. “Los recortes han hecho que las aulas de inmersión desaparecieran de muchos institutos”, lamenta esta última.

Para algunos es, incluso, más difícil todavía. “Entre un 25 % y un 30 % de los alumnos que tenemos son chavales no alfabetizados o con un desfase escolar bastante importante. Es muy complicado que estos jóvenes, en un aula ordinaria, sin apoyo ni adaptación, tengan éxito dentro del sistema escolar”, cuenta Nines.

Cada alumno es un mundo

Cada chaval es un mundo, y aquí, todavía más. Margalida, la más pequeña de la clase, vino de Portugal y quiere ser veterinaria; ya domina bien el español, aunque en su instituto tenga que recurrir a su mejor amiga para que le ejerza de “traductora” de vez en cuando. Louise, de Dinamarca, solo estará en España durante diez meses, como parte de un programa de intercambio: “Prefiero el colegio de mi país, aquí hay demasiados exámenes”, se queja. A Ke Xin le gustaría ser escritora “en español” y confía en narrar algún día “las diferencias entre España y China”.

Amadou, el único chico, lleva apenas dos meses (“y dos semanas”, precisa) en España. Antes vivía en Dakar y acudía a un colegio en el que también había chicos de Malí, Costa de Marfil, Marruecos... Y un español. “Estaba bien integrado”, afirma. ¿Qué tal le va ahora a él como foráneo? “Tengo muchos amigos, pero hay un chico racista en el instituto que se mete conmigo”. Yussa se suma a la conversación: “A veces nos dicen cosas malas pensando que no los entendemos, pero sí”.

El idioma no es el único obstáculo que deben superar estos chicos y chicas. “Depende mucho de cada alumno, pero se les hace cuesta arriba la situación general: llegar aun país nuevo, con una sociedad y un sistema educativo diferentes...”, expone Merce. “En algunos casos -añade Nines- también hay que sumar situaciones económicas o familiares complicadas, que les impiden concentrarse en clase”. Y no hay que olvidar el ingrediente definitivo del cóctel: “Son adolescentes”.

El reloj marca las 20:00 horas, se acaba la clase. Cabe esperar una estampida general, pero no. Con tranquilidad, las chicas (y el chico) recogen sus cosas, se ponen las mochilas y se despiden educadamente con un “hasta luego” o un “adiós”.

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