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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

¿Vivieron felices para siempre?

A primera hora, siempre puedes ver a Gambit muy atento a todo lo que le rodea, sobre todo cuando sus cuidadoras llegan con la comida

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Gambit, un hermoso macaco Rhesus de unos cinco años, llegó a nuestro santuario en julio de 2021. Su dueño anterior lo compró siendo un bebé. Lo vistió con ropa humana, lo abrazó, jugó con él y lo trató como a un niño humano, pero con el paso del tiempo las circunstancias de esa persona cambiaron. Gambit pasó a otros miembros de la familia y comenzó a crecer hasta la adolescencia. Con los años, el joven macaco se estaba volviendo cada vez más agresivo, algo natural en la sociedad de los monos ya que los jóvenes buscan encontrar su lugar en la jerarquía social de su manada. Mordió a uno de sus cuidadores y le cogieron miedo. Lo encerraron en una jaula de 60 cm x 60 cm x 90 cm, asegurada con un candado.

Cuando vi a Gambit por primera vez se me rompió el corazón. Estaba más flaco y pálido que cualquier otro mono que hubiera visto, debido a no haber tenido acceso a la luz solar durante tres años. Sin embargo, su comportamiento era todavía más inquietante. Daba vueltas y vueltas en círculos en su jaula y se lanzaba contra los barrotes si me acercaba demasiado. Este comportamiento repetitivo se conoce como estereotípico y solo se ve en animales salvajes cuando están cautivos. Es una manifestación externa del estrés y el trauma que han sufrido, un mecanismo de supervivencia para sobrellevar sus vidas, vacías y miserables, en jaulas.

La primera vez que Gambit salió de esa diminuta jaula, después de tres años de encarcelamiento, fue cuando nuestro equipo llegó para recogerlo y recorrer los 2.100 kilómetros desde Las Vegas hasta el sur de Texas para comenzar su nueva vida en nuestro santuario.

Con una superficie de 71 hectáreas, en nuestro santuario el sol brilla la mayor parte del año, y en los pocos meses fríos los monos pueden refugiarse en sus espacios interiores, especialmente diseñados y climatizados. Los monos son atendidos por personal experto, incluido nuestro propio equipo veterinario. Cuentan con una excelente nutrición, espacio, enriquecimiento y, lo que es más importante, la compañía de otros monos. Somos uno de los pocos santuarios de todo el mundo que han recibido la acreditación de la Global Federation of Animal Sanctuaries (GFAS), lo que significa que hemos cumplido el complejo y riguroso proceso de inspección que confirma nuestros altos estándares. Estoy orgullosa del trabajo que hacemos.

Pero aunque estaba encantada de que Gambit viniera a vivir con nosotros y tuviera una segunda oportunidad en su vida, mis emociones mientras conducíamos por el largo camino a casa eran ambiguas. Aunque Gambit recibiría el mejor cuidado que podamos darle el resto de su vida, seguiría viviendo enjaulado para siempre. A pesar de que se le iba a dar la oportunidad de conocer y entablar amistad con otros monos, su trauma pasado podría no permitirle conectarse de manera beneficiosa con otros de su propia especie. A pesar de que se le daría más espacio para vivir del que había conocido en su corta vida, su mundo seguiría siendo mucho más pequeño de lo que se merecía.

Porque si bien los rescates nos dan motivos para celebrar, los santuarios no pueden garantizar que los monos “vivan felices para siempre”. El viaje de recuperación de cada individuo es singular, personal y, a veces, el trauma que han sufrido es demasiado difícil de superar.

Está Charlie, por ejemplo. Charlie era un macaco japonés de siete años que había pasado su juventud enjaulado como mascota. Como tantos otros animales salvajes forzados a situaciones de cautiverio antinaturales, mordió a uno de los miembros de la familia de su dueño. Las autoridades casi lo mataron pero una perrera local lo salvó. Después de ser trasladado a otro santuario, donde las cosas no fueron bien para él, finalmente vino a nosotros en diciembre de 2018. El trauma de Charlie lo abarcaba todo. Rebotó entre aterrorizado y furioso: nuestro personal tuvo que tomar precauciones extremas a su alrededor, ya que aprovecharía cada oportunidad para arañarlos o morderlos. Se comportaba igual con otros monos. Su miedo se convertía en agresividad y cada vez que tratábamos de socializarlo con otro mono terminaba hiriéndolo o asustándolo. Tuvimos que volver al comienzo, lo que significaba que Charlie pasaba la mayor parte del tiempo solo.

Una mañana, mi colega me llamó con un extraño tono de voz. “Creo que está muerto”, dijo, señalando el cuerpo inmóvil de Charlie.

No había una razón obvia para su muerte, por lo que solicitamos la ayuda de un patólogo experto. A pesar de sus problemas de comportamiento, Charlie gozaba de una salud física perfecta. Su muerte fue un completo misterio.

El informe confirmó que Charlie había muerto de estrés, literalmente. El estrés que había culminado en el transcurso de su corta vida mientras trataba desesperadamente de enfrentar el trauma diario de que se le negaran sus necesidades biológicas, emocionales y psicológicas más básicas. Murió porque lo habían tenido como mascota. Su historia es demasiado familiar.

Gambit por ahora está bien. Su peso es saludable, tiene buen color de cara y disfruta de su nuevo espacio. Le aterrorizan los otros monos. Hemos intentado presentarlos pero echa a correr, se esconde dentro de su casa y permanece allí durante horas. Es como si se cerrara por completo; actualmente estar con otros monos es demasiado para él. Esperamos que esto mejore a medida que se sienta más cómodo y se distancie de su horrible comienzo de vida. Tengo la esperanza de que va a estar bien y el deseo de que su historia tenga un final feliz, a diferencia del pobre Charlie.

Pero incluso si Gambit sale adelante, hay miles más como él y Charlie que están sufriendo ahora mismo. Se estima que hay hasta diez mil monos como mascotas en Estados Unidos. Otros setenta y cinco mil están siendo explotados en laboratorios. No podemos rescatarlos a todos. No podemos garantizar un final feliz para ninguno de ellos.

Por lo tanto, pese a que los santuarios hacen un trabajo vital para ayudar a los animales como individuos, no son la solución al sufrimiento de los animales. Porque el daño ya está hecho cuando estos animales son separados de sus madres al tener pocas semanas. El trabajo que hacemos puede contribuir a que vivan mejor, pero no podemos curar las heridas causadas por el trauma que han sufrido en el pasado. Debemos seguir trabajando para terminar con la explotación de los animales, todos los animales, por parte de los humanos. Ni siquiera el mejor de los santuarios puede proporcionar la vida que estos animales merecen. Sólo la verdadera libertad puede hacer eso. Debemos seguir luchando.

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El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

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