Erre que erre
Erre que erre, más de lo mismo. La Unión Deportiva Las Palmas se hace fuerte en eso de tropezar siempre con la misma piedra, tanto en en terreno de juego como fuera de él. En el tapete, dejando a un lado la penosa imagen que ofrecieron los amarillos en Alcoy, se materializaba la decimotercera expulsión de los insulares en tan solo 24 partidos, desmarcándose como líder en las estadísticas de dicho aspecto. A más de una roja cada dos partidos van los amarillos, aspecto más que preocupante y que bien debería ser solucionado por quien le compete.
Podríamos extendernos en dicho aspecto aportando líneas y líneas de estadísticas y reflexiones, pero hay aspectos que merecen mayor atención y profundización. Tras 45 minutos dignos de olvido en los que los amarillos traicionaron el espíritu del juego canario con un sin fin de balonazos al área y evitando que el esférico rodase por el césped bajo cualquier circunstancia, la Unión Deportiva decidió reaccionar y empezar a hacer algo parecido a jugar al fútbol. Momento exacto en el que Pignol decidiría hacer una dura entrada al borde del área a pesar de cargar a sus espaldas con una amonestación previa y ahogar el despertar de sus compañeros. Obviamente, toda expulsión lastra a cualquier equipo que se precie, pero no deja de ser una mera anécdota con la vista puesta en el juego desplegado por los amarillos con los once sobre el campo y más siendo conscientes de sus posibilidades.
Con varios jugadores pretendidos por equipos de Primera División y otros con calidad más que suficiente para mirar de cara al mejor de la categoría, la Unión Deportiva tiene, sobre el papel, un equipo aspirante a la gloria y, sobre el campo, once jugadores resignados a la mediocridad, a olvidar los primeros 45 minutos de los partidos y encomendarse a la épica jornada tras jornada en los últimos minutos. Esos en los que los de Juan Manuel demuestran su verdadero potencial, a veces a tiempo, con un tiempo añadido que basta para dar la vuelta a un partido, a veces demasiado tarde.
El objetivo del club, por supuesto, la permanencia. Bien se ha encargado el club, proclamándolo a bombo y platillo, de que así sea. Y, lo peor, es que no les falta razón. De necios sería mirar más allá visto lo visto en Alcoy o en tantos otros campos que han sido testigos de la mediocridad del juego de un equipo que está en sus estatutos el buen trato de balón.
Juan Manuel Rodríguez, tras el encuentro, no lo dudaba ante el cuestionamiento acerca de la actuación de los amarillos: “Claro que me ha gustado el juego del equipo”, aseguraba el técnico de las Alcaravaneras. Tras cerciorarnos de que el míster vio el mismo partido que el resto, invita a la reflexión sobre si este es el juego que busca el máximo mandatario técnico. De ser así, bien es preferible ahorrarse sufrimientos, resignarse a terminar la temporada intentando no sufrir para permanecer en la categoría, hacer caja con la enorme calidad que alberga buena parte de la plantilla y vuelta a empezar.
Para rematar la faena, cómo no, la culpa de la derrota la tiene el colegiado. “La expulsión a Pignol llegó cuando mejor estábamos y cuando el partido estaba controlado”, asegura Juan Manuel. Bien podría guardar tal discurso a una conversación privada y, por qué no, subida de tono con el francés y hacer uso de la olvidada autocrítica en la sala de prensa. Olvidada, eso si, cuando el resultado es negativo. Con los tres puntos en el bolsillo se ve que es más fácil mirar hacia los fallos internos, como bien hiciese el pasado fin de semana, criticando la falta de efectividad de los delanteros en la victoria amarilla ante el Guadalajara. “No se puede fallar lo imperdonable”, reflexionaba el míster tras la victoria. Muchos echamos de menos esa capacidad del técnico en evaluar los fallos de los suyos este fin de semana tras la derrota en El Collao. Supongamos que es más fácil mirar al de negro cuando los resultados no salen como esperamos.