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Carta de apoyo a los libreros

Librería El Águila

Francisco Javier León Álvarez

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Me he tomado la licencia de no utilizar tu nombre en el encabezamiento de esta carta porque, aunque no lo creas, formas parte de mi vida desde hace muchos años y porque quería que su contenido, de apoyo y solidaridad, llegase también a otros muchos que, como tú, han dignificado día tras día esta profesión, esencial para el desarrollo cultural y las relaciones entre las personas.

Hoy es 23 de abril. Sabes muy bien lo que significa esa efeméride y el orgullo que representa para ti, que trabajas todo el año para garantizar que los libros constituyan un pilar esencial en la construcción de nuestra sociedad y para dotarla de multitud de conocimientos y valores esenciales. Ese 23 de abril es también tu aniversario porque un día adquiriste la firme convicción de que querías trabajar como librero, una decisión que no se toma a la ligera, teniendo en cuenta que el sector del libro ha ido cambiando con las décadas y que ser autónomo supone siempre un esfuerzo y una inversión de tiempo que condicionan otros aspectos de tu vida.

A estas alturas de la semana deberías estar al frente de tu negocio, disfrutando de la vorágine de la celebración de Día Internacional del Libro y bajo la bandera de la diversidad como fórmula para intentar satisfacer los deseos de todos. Sabes que siempre recurrimos a ti para que nos orientes y guíes; para sembrar la reflexión, con el fin de que cuestionemos las verdades absolutas; para valorar la importancia de lo que cuesta editar un libro y el respeto a los derechos de autor; para aprender a analizar su contenido y la calidad de su redacción; y para dejar a un lado las campañas de marketing, que tienden a ensalzar y engrandecer falsamente a ciertos autores, a la vez que nos descubres otros, cincelándonos así en nuestra formación lectora.

Pero las circunstancias no son las de otros años. Estamos sumidos en una guerra contra un enemigo invisible, pero mortal, llamado COVID-19. Las calles se han quedado vacías y el silencio se ha adueñado de los rincones donde antes habitaban las voces y las palabras. Solo el sonido de las sirenas rompe esa quietud a las ocho de la noches de cada día para recordarnos que la lucha sigue. Eso es solo un consuelo. Tu pequeña librería sigue cerrada, muda, obligada a vivir en ese silencio, que duele tanto como un libro que nadie lee.

No hay que caer en el error del romanticismo de épocas pasadas porque la realidad es la que siempre llama a tu puerta. Ya sabes a lo que me refiero: la obligación de pagar facturas, impuestos y salarios a empleados; la competitividad, más que cuestionable, con el libro electrónico; la proliferación de grandes librerías, convertidas también en distribuidoras, que acaparan el mercado con una logística frente a la cual no puedes competir, pero que en el fondo son espacios deshumanizados y donde lo único que importa es la facturación mensual; y, sobre todo, el cambio en las pautas de consumo de nosotros, tus clientes, que se han adaptado a la era digital, a la crisis económica surgida en 2008 y a una reordenación en la priorización del ocio y la cultura, que ha llevado incluso la desaparición de librerías centenarias.

Ahora, a todo esto se le suma la cuestión de la pandemia de COVID-19. Todos sabemos que esta situación es circunstancial y que, tarde o temprano, volverá la normalidad. Aun así, debemos admitir que los días transcurren pesados y con mucha incertidumbre por los problemas económicos que conllevará esta nueva crisis económica.

Probablemente, estés sentado en el sillón de tu casa, sumido en un océano de dudas sobre cuál será tu futuro. Mientras tanto, te preguntas una y otra vez qué será de tu pequeño negocio, que tanto te costó levantar, pero quiero que comprendas que estas letras no son para que te sientas peor de lo que puedas estar ahora mismo. Todo lo contrario. Como te digo, esa la dura realidad, pero también quiero que sepas que tu pequeña librería es clave en nuestro espacio vital. Para nosotros, los libros son más que una religión, una ideología, los colores de una bandera y la letra de un himno. Representan la libertad de pensamiento, la creación artística, el aprendizaje y un bagaje cultural que no para de crecer. En gran medida, eso se lo debemos a tu trabajo y a ese espacio donde habita la cultura y donde se dinamiza el conocimiento, que construimos con cada uno de los títulos y ejemplares que adquirimos allí.

Lo que quiero que comprendas es que, a pesar de todos esos hándicaps, necesitamos que vuelvas. Cuando este virus haya perdido la guerra frente a la ciencia, te armarás de valor y ganas y abrirás otra vez de par en par las puertas de tu librería porque es una pieza clave en el tejido del pequeño comercio, gracias a la cual se dinamiza la vida de los barrios y aúna lazos entre los vecinos.

Te necesitamos, lo mismo que el sello de calidad de cada una de tus recomendaciones. Lo harás, aunque cargues sobre tus hombros el peso de esa inquietud. Y entre todos buscaremos la fórmula para seguir apoyándote. Volveré a sentiré cercano, como siempre, justificando la sugerencia de cada obra sobre la que tenemos incertidumbre; sonreirás ante la imagen silenciosa de los miembros de una familia que tratan de saciar su curiosidad lectora al unísono; retomarás tu responsabilidad de contribuir a que los más pequeños se inicien en el apasionante mundo de los libros, fidelizando así a quienes han de convertirse en tus clientes en años posteriores y, tal vez, hasta en tus amigos; y te sentirás orgulloso de ver de nuevo a aquella pareja de ancianos, que se conocieron con la excusa de un libro o que hicieron de él su anillo para la eternidad.

Iré a visitarte porque eres mi amigo, que se preocupa para que la cultura fluya y se retroalimente de la participación colectiva. Puede que este país esté dividido por culpa de las ideologías y que la religión siga enfrentada con la ciencia, pero en cualquier ciudad siempre hay un lugar donde todos somos iguales dentro de nuestra diferencia: se llama librería.

Ser librero implica el respeto social y tú tienes el mío.

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