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Visibilizar a través del lenguaje

Aurora Moreno

Un año más, celebramos el 8 de marzo el Día Internacional de la Mujer, ante una realidad que nos hace reflexionar sobre los avances logrados, pero también sobre los retos que aún nos quedan por conseguir, además de rechazar los retrocesos que bajo ningún pretexto debemos consentir.

Nadie discute ya la necesidad de avanzar en materia de derechos y establecer políticas dirigidas a la consecución de la plena igualdad. Es hora de hablar sobre los obstáculos, de esos que imposibilitan alcanzar más cotas de igualdad, de los grandes y de los pequeños detalles que persisten e impiden visualizar a las mujeres como parte integrante de esta sociedad.

Quiero hacer una reflexión sobre algo tan cotidiano como el lenguaje. ¿Qué pasa con el lenguaje sexista? ¿Acaso alguien piensa que el lenguaje no es sexista? Partimos de la confirmación de que entre los usos sexistas del lenguaje, algunos se derivan del androcentrismo, es decir, reflejan el mundo desde lo masculino obviando otras realidades de género.

Es una realidad que el lenguaje refleja los prejuicios sexistas, como construcción social que es; estos prejuicios están presentes en todas partes, en nuestro día a día, en nuestra forma de ver el mundo, en nuestra manera de hablar. Por tanto, si el lenguaje es producto de una sociedad androcéntrica, no nos extrañe que refleje una realidad que discrimina, que lo ha hecho a lo largo del tiempo, amparada en realidades del momento y tradición, pero hoy es necesario avanzar.

Cuando se habla de la necesidad de fomentar un uso no sexista del lenguaje observamos una resistencia muy violenta, incluso misógina, por parte de algunos sectores de la sociedad. Cada vez que defendemos el uso de un lenguaje no sexista, en la sociedad en general y, en particular, en un ámbito concreto, escuchamos la ridiculización y, a veces, hasta palabras insultantes.

En diversos espacios, y entre ellos el político, se ha ridiculizado la propuesta con diferentes argumentos. Es curioso comparar las posturas de algunos académicos de la RAE respectos a este y otros temas. El uso no sexista del lenguaje se ha presentado como una cuestión sin importancia y demagógica, y a menudo se ha argumentado que la lengua es una tradición que hay que respetar. Sin embargo, esos mismos académicos se muestran mucho más flexibles a la hora de incorporar cambios que vienen del uso cotidiano, argumentando que la lengua es algo flexible que debe aceptar realidades cambiantes.

A la hora de rechazar el lenguaje no sexista se esgrimen argumentos como que es pesado, repetitivo y poco espontáneo. En realidad, el esfuerzo por transformar de forma consciente nuestra manera de hablar permite usos creativos y ricos del lenguaje. Claro que puede resultar complicado al principio, pero se trata de un aprendizaje que nace de una convicción política y que requiere un cierto esfuerzo inicial.

También se dice que afectaría al principio de economía, es decir, al principio lingüístico de eficacia. Pero no es cierto que siempre rija ese principio, aún menos cuando se trata de lenguaje oral; para comunicarnos usamos frecuentemente recursos antieconómicos (muletillas, repeticiones, etcétera)

Y también hay quien dice que es políticamente correcto, que es una moda, pero ¿por qué no verlo como un avance, como una toma de conciencia? Es evidente que el lenguaje es la forma de expresión de una comunidad, pero además, configura el pensamiento, de modo que lo que no se nombra, no existe.

Si usamos el lenguaje de una forma consciente tratamos de corregir la discriminación, en este caso lingüística, que sufren las mujeres y las personas que no se identifican con el género masculino. Además, puede significar una buena práctica de empoderamiento, es decir, una práctica que permite una toma de conciencia para mejorar nuestra condición social. También porque el lenguaje se transforma en su uso y en nuestra mano está normalizar usos no sexistas.

Utilizar un lenguaje no sexista es hacer un uso igualitario del lenguaje que, de forma consciente, fomente una imagen equitativa y no estereotipada de las personas a las que se dirige o refiere. Pero, sobre todo, es una apuesta política dado que el lenguaje es una herramienta de exclusión. Y este debe ser nuestro principal argumento.

Esperanzada de que así sea, sigo pensando en el momento en que aquella niña de corta edad me contestó un día cuando le pregunté si todos los niños habían ido de excursión: “Sí, mami, y las niñas también”. Este 8 de marzo, además de reivindicar nuestros derechos y denunciar los retrocesos que pretenden imponer, es una oportunidad para subrayar aspectos que, como el lenguaje sexista, siguen contribuyendo a que existan diferencias.

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