Espacio de opinión de Canarias Ahora
Celedonio López, en el recuerdo por Domingo Viera González
Celedonio ha sido uno de los líderes más carismáticos de la aparcería en Gran Canaria. A él, entre muchos otros, le debemos la salida de las familias aparceras de aquel pozo de esclavitud y miseria en la que estaban con la movilización de toda la isla, el encierro en el Sindicato Vertical y la aprobación de la Norma de Obligado Cumplimiento, que legalizaba el cobro a la parte, la posibilidad de controlar y llevarse la tara garantizando así los kilos reales de tomate que les correspondía y acabando con el robo que se venía cometiendo en los almacenes en el pesaje del mismo. Gracias a él, a sus incansables asambleas en las cuarterías, a sus noches sin dormir, a sus detenciones por la Policía, a sus planteamientos siempre clarividentes, las familias aparceras vieron una salida y una esperanza, vieron cómo se iba acabando el quedar endeudados con la empresa de una zafra para otra, cómo sus hijos pequeños dejaban de estar en las cajas de tomates en medio de los tomateros o en la choza, cómo comenzaban a tener derecho a las escuelas, a tener agua y luz en las cuarterías, a no tener que trabajar desde pequeños.
Su muerte no es más que una ocasión para recordar e impulsar la vida. Sólo cuando la semilla cae bien en la tierra y muere puede dar un buen fruto. Y Celedonio de esto sabía y sabe mucho. Él sabía de la incertidumbre a la hora de plantar la mata de tomatero y que pegara bien. Sabía de las triquiñuelas de las empresas con el agua y los abonos para hacer que una zafra prosperase o se chafara de repente. Sabía de las trampas continuas en el pesaje de las cajas en los almacenes, sobre todo cuando los aparceros no estaban presentes. Sabía de la opresión de la clase trabajadora, no sólo la aparcera, porque estaba en constante contacto con los guagüeros, con las tabaqueras, con los portuarios, con las empaquetadoras, a través de Carlos Suárez, otro de los líderes más luchadores de nuestra historia obrera. También sabía de los momentos cálidos de echar un pisco junto a la lumbre, una vez caída la tarde y entrada la noche. Y conversar pausadamente sobre otras luchas en otros países, de las persecuciones, de las estrategias, de los amigos y de los que no querían unirse a la lucha.
Plantó y vio crecer, junto a una mujer, Benita, cuya fortaleza no ha sido capaz de derrumbar ni el tiempo ni los trabajos, cuatro hijos que han sido su mejor cosecha: Benita, Ana, Celedonio y Ernesto. Con sólo mirarles a los ojos puede uno contemplar la mirada serena y profunda de sus padres, la sonrisa cargada de añoranza en un futuro más esperanzador, la voluntad para continuar a pesar de las dificultades, la determinación de las convicciones más allá de los resultados inmediatos.
En un momento de nuestra historia en el necesitamos con urgencia, como nuestros campos necesitan ya el agua de la lluvia, retomar con voluntad, decisión y constancia, los valores del compromiso, de la solidaridad, del esfuerzo desinteresado, de las convicciones personales profundas, de la transparencia en los asuntos públicos, de liderazgos personales y colectivos que se pongan al servicio del bien común, la vida y el camino realizado por Celedonio sigue siendo para nosotros un ejemplo, un aliciente, un empuje y una convicción: la de que esos valores están en nosotros, están en la comunidad y son posibles.
Por eso, como la semilla muerta sigue viviendo en la planta y en sus frutos, Celedonio sigue viviendo en todos aquellos a los que nos transmitió sus valores. Y estoy convencido de que sigue, desde otros niveles, empujando, tozudo, hacia esa sociedad posible que soñó y a la que dedicó muchos años de su vida.
No sería una idea banal que el Museo de la Zafra, que con tanto acierto ha creado el Ayuntamiento de Santa Lucía con el incansable trabajo de Pedro Grimón, incorporara a su galería de personajes históricos de la aparcería, la persona de Celedonio López. Estoy seguro de que su presencia honrará al propio Museo y dignificará la lucha de miles de familias que, con su esfuerzo, han regado generosamente nuestros campos, nuestras calles y nuestras vidas.
Domingo Viera González
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