Espacio de opinión de Canarias Ahora
Una COP-26 insuficiente, pero debemos seguir empujando
Creo que, ante todo, debo ser sincero: en mi opinión el resultado de la COP-26, la Conferencia de las partes sobre el cambio climático que debía tomar decisiones de grandísima relevancia para frenar el calentamiento global ha sido decepcionante. Se han alcanzado algunos compromisos de mucha importancia, pero sin duda no ha sido el golpe sobre la mesa que el mundo exigía para comprometerse de verdad a frenar el calentamiento global. No quiero hacer de estas reflexiones un alegato catastrofista, así que creo que lo mejor que podemos hacer es buscar los acuerdos alcanzados y agarrarnos a ellos con firmeza para, todos juntos, exigir su cumplimiento a rajatabla, lo que en cierta manera supondrá mejoras para todo el planeta. No las que esperábamos de inicio, pero claramente mejores.
Vayamos por partes. La cumbre se presentaba como la última oportunidad para “mantener vivo el 1,5°C”, es decir, para comprometer a todo el mundo a tomar medidas decididas que permitieran mantener el incremento medio de las temperaturas por debajo de 1,5°C respecto a los niveles preindustriales. Con el acuerdo cerrado, al menos lo firmado refuerza el acuerdo de París (COP-21) en varios aspectos: el Pacto resuelve limitar el calentamiento global a 1,5°C, en lugar del texto de París que citaba el compromiso de estar “muy por debajo de 2°C”.
Algo positivo, como recuerda Cristina Narbona, ex ministra de Medio Ambiente y actual vicepresidenta primera del Senado en un artículo de opinión, es que los acuerdos alcanzados en esta cumbre obligan a revisar anualmente –y no cada cinco años, como hasta ahora estaba previsto– el cumplimiento y el impacto de las de medidas de descarbonización, si bien es cierto, añado yo, que los incumplimientos no conllevan sanciones.
Otro acuerdo interesante, junto al tomado en la reducción de las emisiones de metano, es el relativo al papel de la naturaleza en la consecución de los objetivos. Más de 135 países firmaron una declaración en la que se comprometían a detener y revertir la pérdida de bosques y la degradación de la tierra para 2030. Este reconocimiento es fundamental para potenciar la inclusión de la restauración de los ecosistemas en los compromisos climáticos de los países.
En África esta línea de trabajo se ha traducido en avances reales, por ejemplo, con un nuevo impulso, con compromisos financieros desde la Unión Europea y otros actores al proyecto de La Gran Muralla Verde, este cinturón de 8.000 kilómetros que cruza 11 países en pleno Sahel, de Senegal a Yibuti, y que hasta ahora solo ha visto como se restauran cuatro de los 100 millones de hectáreas en las que se tiene previsto incidir. Hay que recordar que la temperatura en el Sahel aumenta 1,5 veces más rápido que la media mundial, a pesar de que el continente africano es responsable de apenas el 4% del dióxido de carbono global. La seguridad en el Sahel, entre otros factores, tiene causas climáticas, así como lo demuestra el elevado número de refugiados climáticos en esta zona del planeta,
Se ha producido también el compromiso de más de 25 países de suspender la financiación internacional de proyectos de combustibles fósiles para finales de 2022. Algunos lo consideran como uno de los mayores éxitos de Glasgow. Esto podría hacer que más de 24.000 millones de dólares al año de fondos públicos dejaran de destinarse a los combustibles fósiles y se invirtieran en energías limpias.
Sin embargo, hay voces, y no pocas en el continente africano, que consideran que esta ‘patada en la escalera’ no es de recibo puesto que dejar de financiar avances en el desarrollo de estas energías sin garantizar un apoyo igual o mayor en la implantación de renovables no es más que una piedra más en el camino de la mejora de la vida de sus ciudadanos.
Esta situación paradójica para África subsahariana estuvo muy presente en Glasgow: el continente responsable de sólo el 3% de las emisiones de gases de efecto invernadero, se calienta más rápido que cualquier otro lugar del planeta. África es especialmente vulnerable al cambio climático, no sólo porque se está calentando primero y más rápido y soporta fenómenos extremos como inundaciones, sequías o ciclones, sino porque además carece de la infraestructura y las capacidades de capital para prepararse, mitigar y adaptarse a los cambios necesarios. Es un orgullo que la delegación española en Glasgow apostase fuerte por el reconocimiento de las necesidades específicas de las naciones en desarrollo.
Así, mientras las naciones ricas, responsables de la gran mayoría de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, presionaban para que los más pobres se comprometan a eliminar los combustibles fósiles, éstos respondían que no podrán cumplir sus objetivos de desarrollo sin el uso continuado del carbón, el petróleo y el gas.
En la versión final del acuerdo climático de la COP26, los países desarrollados acordaron apoyar financieramente la acción climática por una cantidad cercana a los 100.000 millones de dólares al año, una promesa similar a la que se hizo en 2009 y que, recordemos no se cumplieron los plazos de pago a los países en desarrollo. Cumplir con estos pagos es esencial para reconstruir la confianza entre los países desarrollados y en desarrollo.
Sin duda, para muchos países africanos el momento es incómodo: sienten que se ven forzados a presionar para que se sigan utilizando los combustibles fósiles, incluido el carbón, al mismo tiempo que sus países se ven amenazados por las consecuencias del cambio climático.
¿Puede parecer hipócrita, verdad? Y al mismo tiempo los africanos se preguntan: ¿Pero no son más hipócritas los líderes mundiales de los países más ricos, verdaderos culpables del cambio climático, que ahora quieren controlar el desarrollo industrial de las naciones más pobres que no han tenido la misma oportunidad de construir sus propias economías?
Estamos hablando de un continente sumido en la pobreza energética, por lo que por ello es tan importante y fundamental el concepto de la justicia climática y la financiación solidaria. Y sin un apoyo financiero real y comprometido, mucho mayor del que se ha prometido, no habrá avances.
Con ello no quiero decir que los líderes africanos estén hablando en contra de las energías renovables, ni mucho menos. Según la Agencia Internacional de la Energía, 38 tecnologías están listas para su despliegue en estos momentos, entre ellas la solar fotovoltaica, la geotérmica y la eólica. Sin embargo, ninguna se ha desplegado a la escala que necesitamos para alcanzar el 1,5℃. Las energías renovables, que actualmente representan el 13% del sistema energético mundial, deben alcanzar el 80% o más.
A nivel mundial, la transición a las energías renovables se calcula costará entre 22.500 y 139.000 millones de dólares. Lo que se necesita son políticas que apoyen una combinación de innovaciones, aceleren el aumento de las energías renovables y modernicen las redes eléctricas, incluido el derecho de los consumidores y ciudadanos a generar energía para venderla a sus vecinos y a la red. También es necesario que apoyen modelos de negocio que ofrezcan ingresos a las comunidades y puestos de trabajo para los sectores en transición.
Esto suena fenomenal, pero a nadie se le esconde que, para los países en desarrollo, las energías renovables están más lejos de su alcance. Ellos argumentan que necesitan energía barata y fiable ahora, en estos momentos, y más tras esta crisis generada por la pandemia. Algunos, recuerdan, están sentados encima de abundantes reservas de combustibles fósiles que aún no se han desarrollado.
Es, lamentablemente, “un problema perverso”: la extracción de combustibles fósiles tiene que terminar en lo inmediato si queremos evitar los efectos más devastadores del cambio climático, pero no todos los países están preparados para soportar la carga de esta transición sin comprometer seriamente el bienestar de sus ciudadanos.
Esta es una de las razones por las que la COP26 terminó con esta sensación de cierto estancamiento, y hasta fracaso. Los compromisos siguen estando muy lejos de lo necesario, pero todos, y todas, debemos exigirle a los gobernantes, a las grandes empresas, a las instituciones, que cumplan sus compromisos. Y también todos nosotros, en lo que nos corresponde, en el ahorro energético, la apuesta por la eficiencia, el reciclaje... todos tenemos algo que aportar a esta batalla.
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