Cuarenta años no es nada
Hace cuarenta años un grupo de jóvenes al mando del inolvidable alcalde Juan Rodríguez Doreste asumimos la gestión del municipio de Las Palmas de Gran Canaria con un programa hijo de la necesidad y anticipamos lo que luego sería una gestión local con el sello de la marca del PSOE: directo a las cosas y gobernando para todos, sin quitar de nuestra vista a los más desfavorecidos. En palabras de Ortega se veía como subía el barómetro de la honorabilidad municipal.
Acometimos problemas terribles, el agua que no había, la limpieza sin medios, las guaguas sin unidades, y el saneamiento de la hacienda local. Lo barrios de la ciudad no tenían carta de naturaleza y empezaron a ser estudiados y atendidos. Todo ello con una impronta cultural que imprimía el ciudadano más dotado para ello, el propio alcalde.
Las asignaturas troncales de un gobierno municipal es fama que son la seguridad, la limpieza, y esos otros servicios que siendo de su competencia los exige el ciudadano. Y la movilidad porque transformando la movilidad se transforma el espacio y con ello la realidad social siempre connotada de forma peyorativa por las diferencias.
Una de las características actuales del nuevo espacio urbano es la segregación de su gente por sus recursos, formando tribus que apenas tienen contacto entre ellas porque viven separadas en sitios distintos. Hay un vaciado de la esfera política que dificulta el sentimiento comunitario. Los ciudadanos con recursos distintos viven en sitios distintos y ya no discuten entre sí, sencillamente se ignoran. Esta ciudad es un paradigma de este aserto porque la división tiene una base topográfica ineluctable, la ciudad alta, la ciudad baja y los barrios.
Conviene a un análisis riguroso hablar de capital social, como el activo que tiene cada cual y que se mide por las personas que conoce. El capital cultural son el recurso de cada uno a los ambientes a los que puede acceder y por último el capital personal que depende de su condición natural. Creo que gobernar una ciudad es aspirar a igualar al menos las dos acepciones primeras.
La ciudad recientemente se ha modificado con la presencia masiva de carriles para la bici, o quizá para los patinetes y con un metro guagua que es apuesta arriesgada o inmadura que acaso quede de reminiscencia como aquel tren vertebrado tantos años expuestos como el símbolo de un fracaso. Una gran idea menos que espero no acontezca.
Si pudiera contribuir a un programa para los próximos años diría lo que sigue a continuación entendiendo que lo digo aquí porque nadie me ha pedido que lo haga allí. Es difícil saber de qué material están hechos los sueños. Pero si sigo con esto llegaría a Shakespeare que en temas de sueños tiene la última palabra. Proponemos acciones que ejecutadas nos localizarían en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria del futuro y de los sueños.
Una ciudad donde con el agua de abasto se haga el potaje. El agua para beber estará en el grifo y no en el mercado salvo que se requiera gasificada. Esto es hoy técnica y económicamente viable. Aunque las desaladoras estén hoy al borde la quiebra.
Una ciudad de luces y sombras. De luces porque esté iluminada de forma transversal e igualitaria sin distinciones de centro y periferia, de ciudad alta y ciudad baja que no sean producto de optimizaciones técnicas. De sombras porque los árboles, siendo muchos no sean solo cantidad sino substancia de sombra y las áreas verdes sean abundantes con un verde propio característico de nuestro piso bioclimático. Y de agua, haciendo fluir al agua cuando el calor apriete bombeada con la misma energía que el sol ofrece.
Una sola ciudad rompiendo la secular y constitucional separación entre la ciudad alta y la ciudad baja de forma que las oportunidades de ocio y negocio sean las que la ciudad aporta con independencia del lugar donde se habita. Ello comportará como medida necesaria que no suficiente tantas conexiones con transporte público, escaleras mecánicas, ascensores y remontes como sea preciso en número suficiente para disolver la dicotomía que es un puñal clavado en el alma de la ciudad. Es un imperativo económico y de justicia. La nueva concejalía principal de movilidad vertical.
Una ciudad con istmo. Sólo una manzana de edificaciones es preciso reubicar o demoler para que la anterior y originaria geomorfología de la ciudad opere conectando de forma natural el litoral de poniente con el litoral de levante con las arenas volanderas como testigo de la recuperación parcial de aquella realidad inaugural de nuestra ciudad.
Las arenas de poniente podrán aparecer como en su condición original en el litoral de levante y los vecinos y visitantes, pensemos en los cruceristas, deberán caminar pocos metros para acceder desde uno de los mayores puertos del atlántico, situado en el levante de la ciudad a una de las mejores playas del mundo en su viento de poniente. Una ciudad con tolerancia cero a los recursos ociosos del litoral. Ello comporta aprovechar todas las oportunidades de disfrute que el ciudadano tiene con el litoral y propiciar la máxima productividad del litoral puesta al servicio del vecino. Las Palmas de Gran Canaria no es hoy una ciudad marinera. Si lo fuera, previos cambios en las pautas del ocio de nuestros vecinos, ello repercutiría en nuestra calidad de vida.
Una ciudad que conozca y observe, pero no padezca, que es zona de paso de la conectividad Puerto-Aeropuerto y que entienda que combinar esfuerzos con los municipios vecinos conviene a todos. Pienso en Telde.
Una ciudad que aspire a ser capital del Atlántico Sur, una ciudad universitaria y culta. Una ciudad solidaria donde a todas las acciones además de contar con la variable ambiental, se exija la variable igualdad. Que se mida el éxito de la ciudad por el estado de los barrios y no por la imagen del centro.
Y sin desviar la mirada de dos enclaves, asignaturas pendientes, puntos negros que producen algo de vergüenza: en la desembocadura del Guiniguada no se ve el mar desde el Teatro Pérez Galdós y los ingenieros pueden ayudar. Desde cualquier sitio del litoral se observa ocioso y avergonzado el solar vacante de La Puntilla. Los arquitectos pueden resolverlo.
Y quiero terminar diciendo que ese grupo a que me referí contaba con un concejal de urbanismo inolvidable, Domingo Gonzalez Chaparro.
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