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La izquierda ilusa

Francisco Pomares

El sondeo publicado el domingo pasado por El País ha logrado sacudir la vida política nacional. No es extraño: parte del supuesto de que el PP perdería hoy la mitad de sus votos, desplomándose a un punto de los votos de Podemos, que parece imparable en su crecimiento. Al tiempo, la caída del PP convierte al PSOE en primera fuerza política, con poco más del 20 por ciento de los votos.

Un cambio del panorama político como el que pronostica el sondeo, ha provocado una situación de pánico generalizado en el PP, y de satisfacción yo diría que suicida en el PSOE. Porque no hay que creerse el descalabro del PP a pies juntillas: con la que esta cayendo, es probable que una parte importante del electorado conservador se niegue a reconocer –siquiera a un encuestador- que va a seguir votando a los que gobiernan este desastre. Pero dejemos a unos y otros con sus miedos y contentos, porque lo más interesante del sondeo no son las elucubraciones propias y ajenas de los dueños y señores del bipartidismo, sino la percepción de que el bipartidismo está bastante tocado. Pero el sondeo también refleja algún otro dato que debiera ser incontestable. A mi juicio, el más importante es que si no baja el PSOE, e Izquierda Unida y UPyD aumentan además un 20 por cientos sus propios resultados en las últimas elecciones generales, entonces el voto de Podemos no sale de dónde se nos ha dicho que salía. Y estamos hablando nada menos que de un 14 por ciento del voto nacional. Un voto que -o nos tragamos la poco probable hipótesis de que sale del electorado descontento del PP-, o aceptamos que sale mayoritariamente del voto nuevo o la abstención.

Lo razonable es que el voto nuevo se reparta de forma más o menos parecida al resto del voto. Pero aún nos queda la abstención. Una abstención que en 2011 fue del 28 por ciento del censo, incluyendo en ella a los votantes más críticos de la izquierda. Probablemente, el voto de Podemos tenga mucho que ver con esos dos millones de votantes de izquierda –la izquierda volátil, lo llaman los sociólogos- que no suele votar porque es muy crítica con el sistema y con los partidos de izquierdas. Ese voto remolón es el que dio la victoria a Felipe González en el 82 –por la ilusión del cambio- y a Zapatero en 2004 –en reacción a la manipulación del Gobierno Aznar con el atentado del 11-M.

La sociología nos dice también que la izquierda –desde el centro izquierda a la ultraizquierda- es mayoritaria en este país, pero su fragmentación y alta tendencia al abstencionismo crítico, permite ganar una elección tras otra a una derecha encuadrada masivamente en torno a las siglas del PP, con la única excepción de los exotismos nacionalistas. La asignatura pendiente de la izquierda española es, pues, superar su división, su incapacidad para articularse en torno a programas comunes. Es algo que sólo podrá ocurrir si se modifica el actual sistema electoral y se opta por un mecanismo de segunda vuelta, que concentre el voto ideológico en una única candidatura. El PSOE no ha querido nunca tocar el sistema electoral, que le beneficia claramente. Pero si el sistema electoral no cambia, por mucho que Podemos alegre el ambiente de nuestra izquierda ilusa, aquí la derecha tendrá siempre las de ganar, digan lo que digan los sondeos.

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