Espacio de opinión de Canarias Ahora
Malos tiempos
Está claro que la actual situación de crisis-recesión económica-descalabro causado por los especuladores? (añadan el epígrafe que más les guste) es real y, aunque muchos responsables políticos se empeñen en quitarle “hierro al asunto”, la realidad es la que es por mucho que se empeñen en negarlo.
Sin embargo, no es menos cierto que en las últimas décadas la cultura ha sido uno de los hermanos pobres de nuestra sociedad, junto con parcelas como asuntos sociales y sanidad. Ya les he contado la triste anécdota del cargo político al que se le ofreció la posibilidad de organizar un congreso internacional de bioquímica en una de las islas del archipiélago y respondió que, en aquellos momentos, no le interesaba, pero que si conocía a alguien que pudiera organizar un evento relacionado con la papa canaria seguro que encontraría quien se lo pagara.
Por esa regla de tres es más fácil que apoyen un estudio sobre la historia de la palmera canaria antes que una investigación que ayude a encontrar una vacuna contra el Sida. Claro que para las retorcidas mentes de los botarates que nos ha tocado soportar, sobre todo en la última década, descubrir una vacuna contra el Sida es menos importante que protegerse sus excelentísimas posaderas.
El caso es que la inversión en materia cultural lleva años rozando unos mínimos históricos, por mucho que algunos voceen que eso no es así. Cierto es que con el cambio de signo político algunas cosas han cambiado ?por lo menos ya no se cambian bibliotecas por chalet en zonas residenciales- pero la propia estructura de los centros públicos no ayuda a soñar.
Dichas estructuras, en la mayoría de los casos, no ayuda a que las cosas evolucionen y sus reglas están diseñadas casi expresamente para ello. Hasta es complicado donar material a una biblioteca, salvo que conozcas a alguien en una de ellas ?y después de una década colaborando con ellas, sé de lo que hablo.
Otro de los problemas, y éste sí que es mucho más serio, es la forma de trabajo que los organismos públicos tienen para con el personal externo a su organigrama. Lo primero que hay que tener claro es que si se quiere trabajar y/ o colaborar con uno de dichos organismos hay que poseer el espíritu de una ONG ?aunque al final presentes unas factura por tu trabajo-. La realidad dicta que sabes cuándo debes hacer tu trabajo, pero nunca puedes tener claro la fecha de pago, por mucho que te digan.
En principio, existe un trámite para ello ?bendita burocracia que permite que jueguen con un dinero ya asignado para un fin determinado, sin fecha límite- y después se les presupone una cierta voluntad de cumplir con su parte del trato. Todo esto es en teoría, aunque en la práctica, lo único que tienes claro es tu obligación y, después, a esperar.
Repito que las cosas han cambiado, por lo menos en las formas, y sobre todo por los modos y las maneras de los últimos diez años, pero en el fondo persiste una forma de contraprestación económica que acaba por lastrarlo todo.
No negaré que el espíritu de ONG es cada vez más necesario, más teniendo en cuenta la sociedad en la que nos movemos, pero todos tenemos derechos a ser retribuidos por un trabajo realizado, entregado y disfrutado por el público.
La consecuencia directa de todo ello es que si ya las cosas estaban mal, con un panorama como el que se dibuja en el horizonte cuesta mucho plantearse siquiera una colaboración con un centro público. Y ése es uno de los principales escollos para la cultura, la cual depende ?sobre todo en el archipiélago- de la inversión pública, dado la casi nula aportación privada. Por nuestra tierra los empresarios no se han enterado de lo que desgrava los patrocinios culturales y/o los mecenazgos. O simplemente les interesa pagar eventos que fomenten el consumo desmesurado y no aquellos que ayuden a que la gente tenga un criterio propio, lejos de eslóganes chabacanos y “jingles” bananeros.
La conclusión final es que tenemos muchos de nuestros museos en la cuerda floja, algunos de ellos esperando un director/ a que no llega; salas de teatro casi sin utilizar, o con una programación cuestionada por sus contendidos; bibliotecas que ya no dan cabida a quienes desean estudiar en ellas y actividades que se suspenden por falta de dinero/ personal/ interés público/ o desidia de la propia sociedad. Todo ello da como resultado una tremenda bola de nieve, cuyo destino final no llama a la esperanza.
Mientras tanto hay dinero para fastos que podrán ser muy válidos, electoralmente hablando, pero que en poco o nada ayudan a la buena marcha de la sociedad. Ya está bien de que los ciudadanos permanezcan impasibles ante las barbaridades de quienes se creen por encima de la ley, la cordura y el sentido común que debería regir.
Hacen falta más personas que se pregunten por qué si ellos no pagan un recibo se arriesgan a una denuncia y, en cambio, si un cargo político dilapida cientos de miles de euros puede permanecer tan tranquilo, como si nada hubiera pasado.
Hacen falta más personas que se pregunten por qué en la política de nuestro archipiélago no se conjuga el verbo DIMITIR, aunque sólo sea por darle cierto toque de respetabilidad a una actividad pensada para velar por el bien común, no para el bien de unos pocos.
Tampoco estaría mal que esas mismas personas reclamaran responsabilidades, coherencia y un mejor gobierno, dado que ellos han depositado un voto que les da derecho, precisamente a eso, a exigir responsabilidades a los actuales cargos electos.
Las papas, el ron, la música tradicional, las romerías y los carnavales están muy bien, pero hacen falta más cosas, sobre todo aquellas que den criterios a las personas y, más que nada, con la que se nos está viniendo encima a causa de los especuladores que nombraba unas líneas más arriba.
Lo peor del caso es que esos mismos especuladores son los que no tienen el más mínimo interés por que las cosas cambien, dado que muchos de ellos son los mismos que mueven los hilos de esos cargos electos que tan mal nos gobiernan.
Al final sólo queda la opción de atarse bien fuerte ante los vientos de “cólera y destrucción”, los cuales amenazan con destruir buena parte de la cultura para regocijo de unos cuantos, claro está.
Eduardo Serradilla Sanchis
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