Nos vamos ganando a pulso los periodistas españoles la mala fama de hablar sin tener ni puñetera idea de lo que decimos, de disparar hacia todas partes a ver si, en medio de la balacera, acertamos a darle a alguien en el bebe. Hay motivos, de eso no hay duda, pero debemos resaltar que son sólo unos cuantos los que, indocumentados como nadie, sin haber hecho el menor contraste, se dedican a pontificar, a contradecirse minuto tras minuto, a confundir el culo con las témporas, a atribuir competencias a quien no las tiene ni las tendrá, y a insultar y a inmiscuirse en la vida privada de los que no hacen lo que ellos creen que se debe hacer y como ellos creen que se debe hacer. Escuchando detenidamente una tertulia entre cuatro indocumentados de una radio canaria que hablaban sobre un asunto de máxima actualidad, el caso Lifeblood, comprendemos ese desprestigio de la clase periodística, porque los cuatro indocumentados van de eso, de audaces periodistas,y les vamos a demostrar cómo fueron sus desbarres uno a uno.