Complicidades amazigh

Sergio Sánchez / Sergio Sánchez Rivero

Y de repente, Agadir cambió. De la mañana a la noche, la tranquilidad que caracteriza a la capital de Souss Massa Dráa, al sur de Marruecos, dejó paso a un fluir de gentes con un aliciente común: celebrar su identidad amazigh, pero no como un acto excluyente sino, todo lo contrario, abierto a todas las culturas para darse a conocer y descubrir lo nuevo. A puertas del Ramadán, que comienza el próximo 7 de julio, los marroquíes del Sur han encontrado en este evento el preámbulo del ajetreo nocturno que marcará sus vidas durante los siguientes treinta días a esa fecha.

La plaza Al Amal no es la Meca, pero sí el referente indiscutible de una ciudad que encuentra en ella su espacio ideal para estrechar complicidades. Al margen de inquietudes religiosas, lo que mueve al público del Festival Timitar es la oportunidad de manifestar su orgullo de pertenencia a una cultura bien enraizada, con estrechos lazos que unen a más de sesenta millones de personas en torno a lo que se denominan lenguas bereberes en todo el Magreb.

La actual edición conmemoraba los diez años de la celebración ininterrumpida de un encuentro que nació tímidamente hasta constituirse en pocos años en todo un referente internacional en lo que se refiere a músicas del mundo. La programación de artistas extranjeros con renombre legendario, como el del americano Kenny Rogers, o con tantos seguidores y simpatías en Marruecos, como las que generan el senegalés Ismael Lô, los argelinos Idir y Khaled o la libanesa Magida El Roumi, fueron garantías de una peregrinación hacia la llamada Timitar (Signos, en bereber). Todos ellos fueron recibidos con fervor, pero no más que el que recibieron otros artistas y grupos locales que constituyen verdaderos signos amazighs. Son los casos de Fátima Tabaamrat, Latifa Raafat, Ribab Fusion o Nass el Ghiwane.

La plaza Al Amal es el centro de un festival que cuenta con otros dos escenarios, el Teatro de La Verdure y la plaza Bijaouane, junto a la playa. El sábado, último día de conciertos, ese último escenario quedó al margen de toda programación, lo que incidió en una mayor concentración de público en Al Amal, donde se cocía por todo lo alto la clausura de los cuatro días de fiesta.

Para los ojos de un asiduo al Festival Womad, ese que hasta hace tan poco se celebraba en Las Palmas de Gran Canaria con un espíritu similar, resultó verdaderamente alucinante ver la expectación que los conciertos suscitaban entre un público de lo más variopinto. Personas de todas las edades, religiones, razas y circunstancias sociales, acudieron en masa a la convocatoria solidaria.

Hileras de ancianas tendidas sobre mantas en el suelo pendientes de lo que acontecía sobre el escenario; madres con sus bebés en los regazos con un ojo puesto en los músicos y otros en los niños jugueteando a su alrededor; pandillas de adolescentes que eran los primeros en marcar el ritmo de las letras bien aprendidas; parejas plantadas durante horas en su espacio conquistado para moverse de repente al ritmo de unas notas seductoras; corros de hombres adultos aplaudiendo a rabiar los alegatos de exaltación de la identidad amazigh? Estampas todas de un público insólito en el parque Santa Catalina de la capital grancanaria.

Más allá de lo puramente anecdótico por las diferencias culturales en la forma, lo que subyace en tan variopinto y entregado público es un sentimiento de absoluta querencia a su cultura y a su identidad. Va más allá de lo folclórico, y tiene mucho que ver con un respeto total a un legado que se enriquece de generación en generación.

Quizás sea uno de los valores con los que aún no ha arrasado ese falso desarrollismo que en Canarias nos comió hace tiempo. El caso, es que durante cuatro días, en Al Amal, un pueblo alzaba su voz al unísono para gritar al mundo que siente, que quiere y que, eso es lo mejor, quiere mezclarse con el otro siempre que respete esas sus señas de identidad.

También es verdad, y hay que aclararlo para comprender esa movilización de masas hacia este evento, que Agadir no es una ciudad que se caracterice por su agenda cultural. Con un único teatro ?al aire libre, con aforo limitado, sin caja escénica y con una programación muy esporádica-, un único cine ?en condiciones bastante precarias-, y muy pocas iniciativas institucionales, la celebración del Festival Timitar constituye todo un acontecimiento social y cultural.

Fuera cuál fuera el motivo que les animara a acudir al Festival, las miles de personas que lo hicieron disfrutaron de lo lindo. Y eso sí, sin alcohol que mediara, que ya sabemos que es ese uno de los imperativos religiosos entre los musulmanes.

Poesía y ritmo al compás del pueblo bereber

Fueron los mensajes de una pléyade de poetas los que verdaderamente embriagaron a la concurrencia. Es de destacar la buena acogida de los argelinos Idir y Khaled. Al margen de las diferencias diplomáticas que caracterizan la actualidad entre Marruecos y Argelia, el pueblo dio muestras de estar por encima de todo condicionante político. El mismo día que el ministro marroquí de Asuntos Exteriores criticaba las condiciones de sus vecinos argelinos para la apertura de sus fronteras, el cantautor Idir era recibido en la plaza Al Amal como todo un guía espiritual. Sobrecogía escuchar a una multitud que seguía las letras de sus canciones. La figura menuda y enjuta del cantante, acompañado de su guitarra, se divisaba sobre el gran escenario mientras daba muestras de agradecimiento. Entonces, arreciaban los aplausos y cantante y público volvían a unir sus voces, todas en una, en un ritual de exaltación de la poesía.

Eso fue el jueves, y dos días después, Al Amal volvía a recibir a lo grande a otro argelino para volcarse con él en la clausura del Festival. Khaled, el mismo al que los asiduos al Womad canarión hemos tenido oportunidad de ver en Las Canteras y en el parque Santa Catalina, apareció con su característica sonrisa y con todas las ganas de volcarse en el directo. Se le notaba en su ambiente y eso le hizo derrochar una energía en nada que ver con la de sus conciertos en Canarias. Al Khaled que vimos y escuchamos este sábado se le notaba pletórico. También es verdad que estaba ante un público que se rendía a sus pies y coreaba todas sus canciones, incluso aquellas que más nos recuerdan las raíces del flamenco en su pasado andalusí. La apoteosis llegó cuando interpretó ese producto hecho para la comercialización, C'est la vie, pero que no deja de ser un canto a la vida; más cuando escuchas a miles de personas cantándola y bailándola al mismo tiempo.

Khaled infundió un ritmo que nos permitió ser testigos una vez más de la energía que corre por la sangre bereber. Ya la habíamos percibido con la actuación del senegalés Ismael Lô ?otro conocido del Womad canario-, que con su fusión de ritmos africanos, el rock o el blues ha conseguido acercarnos más al Africa subsahariana. De su boca volvimos a escuchar esas dos joyas que nos entroncan, no sin cierta melancolía, con un continente que ha sufrido, pero que mira al futuro con optimismo. Nos referimos a África y Tajabone. Dos auténticos himnos en las noches solidarias.

Hasta aquí nos hemos hecho eco de los principales artífices de la mayor efervescencia Timitar de esta edición, en su capítulo de invitados extranjeros. Sin embargo, hay que mencionar dos nombres sobresalientes de la escena local por sus dotes para seducir a la audiencia. Hablamos de Ribab Fusion y Nass el Ghiwane. El primero con una propuesta enriquecida, como su propio nombre indica, por la fusión de sus raíces amazigh con ritmos foráneos como el blues y el rock, y el segundo, con una actitud tradicional que dedica especial atención a la poesía y a la dramatización de sus canciones hasta un punto que ralla el paroxismo, pero que se le perdona por lo exótico que se presenta a los ojos y oídos del foráneo.

Y si hablamos de exotismo no podemos dejar de referirnos a un grupo que sin emocionarnos, nos ofreció una muestra de las posibilidades sonoras que se abren en el mundo de la fusión. Desde Mongolia llegó al escenario de la playa de Agadir la banda Hanggai, para brindarnos un paseo por un repertorio de lo más variado, que de repente sonaba a hard-rock como luego a ska y más tarde a un pseudorock con tonalidad oriental. Vamos, grupo este inclasificable donde los haya.

Llega hasta aquí la crónica de un Festival variado, con muchos aciertos y momentos estelares que no podemos pasar por alto de la mano de auténticas divas de la canción marroquí, como Fátima Tabaamrat y Laatifa Rafal, o la libanesa Magida El Roumi. Ellas consiguieron captar el mismo interés entre adultos y jóvenes, dando muestras de que su trabajo conecta de sobra con la sociedad amazigh actual.

Más tibia fue la acogida de las dos figuras en el cartel de la primera velada. Tanto el americano Kenny Rogers como la francesa Nolwen Leroy fueron recibidas con respeto y admiración, pero no así con entusiasmo. Es cierto que el nombre de la estrella del country ha dado promoción al evento, no en vano se trata de toda una leyenda viva. Por sus méritos, fue recibido con expectación y por su entrega cosechó el respeto del público amazigh, pero siendo honestos a lo que allí ocurrió, su actuación hubiese tenido mejor cabida en un espacio más íntimo, como el del teatro de La Verdure.

Kenny Rogers, con más de cincuenta años de carrera artística, llegaba por primera vez a un escenario africano, en la que asegura que es su última gira. Dado el caso, quizás debiéramos ser benévolos y agradecerle el gesto de buena voluntad para colaborar con la difusión de este festival que quiere abrazar al mundo entero. Le perdonamos pues que Al Amal se convirtiera en un gran piano-bar para desesperación del espectador con espíritu festivalero.

El caso de Nolwen Leroy, una joven guapa a rabiar con una gran proyección musical por delante, es otro. A Nolwen le reprochamos no haber venido con los deberes mejor hechos. Más allá de que tuviera que lidiar con los condicionantes técnicos de todo comienzo de festival, su directo dejó mucho que desear por falta de potencia y de creérselo ella misma sobre el escenario. Su figura coqueta sobre altos tacones y estilo a lo Bruni, no acabó de convencer ni a la comunidad francesa de Agadir que acudió a escucharla. Seguramente puede hacerlo mucho mejor y por eso estaremos pendientes de esta portavoz de los sonidos particulares de la Bretaña. La seguimos ya a través de sus discos y videos, porque las grabaciones resultan de sobra atractivas.

Es lo que tiene un festival. El trabajo se expone a los ojos y oídos de miles de personas, algunas más críticas que otras. Lo bueno, que todos los amantes de la música ganan mientras se siga apostando por la celebración de estos eventos en los que las culturas se encuentran. El Festival Timitar de Agadir sigue latiendo.

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