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Jugar con fuego quema

Albert Rivera (izquierda) y Pablo Casado (derecha), en una imagen de archivo

José A. Alemán

Me pregunto cuándo dejará la derecha (PP-Cs, quiero decir) de considerarnos idiotas y de actuar como si el país fuera suyo. Una idea tan arraigada en su mentalidad que perder el Gobierno les pareció un despojo. Ilegal, por supuesto. Así, tras ganar los socialistas La Moncloa, volvió el PP a lucir su mal perder con la desvergüenza de tildar de okupa a Sánchez ciscándose en la Constitución y en el Congreso de los Diputados, pues si la primera estableció la moción de censura, al segundo, depositario de la soberanía nacional, corresponde aceptarla o rechazarla. Y nada digo de la coña de reprocharle a Sánchez su ambición; como si Casado y Rivera no buscaran también ser califas en lugar del Califa.

Pero hay cosas que deberían preocuparnos más. Como que esa derecha pepera no pare de atizar rescoldos de viejas cuestiones hasta convertirlos en brasas tan activas que con unos pocos soplidos más pueden convertirse en incendio sin control. Y en eso están Casado y Rivera que ya han dictado sentencia contra los dirigentes catalanes que llevan ya un año en prisión preventiva. Se han anticipado a los jueces dentro de su estrategia de encabronar a todo bicho viviente. La forma de exigir que suban a los presos catalanes a la picota y cuanto les indigna la opinión de los juristas que no ven el delito de rebelión resulta significativo: hay en la derecha algo muy parecido al odio aunque su verdadero objetivo sea Sánchez al que hacen cómplice de los separatistas por sugerir a la Abogacía del Estado, que está a las órdenes del Gobierno, que no impute a Junqueras y compañía el delito de rebelión. Además de exigirle que ni se le ocurra indultar a los reos, dando por descontado que Sánchez lo intentará al momento como pago a cuenta de su apoyo. Casado y Rivera son, en definitiva, las cabezas visibles de una derecha política cada vez más claramente decantada como heredera no de Franco sino de su significado en el devenir histórico de España bajo el peso asfixiante de la derecha social y económica. Una situación que no es nueva como tampoco lo es la salida violenta a que conduce. Es tremenda la mediocridad de la actual dirigencia del PP.

En ese contexto se entiende la desmesurada rabieta de la pareja con el usurpador. La reacción de Casado y Rivera ha sido tal que pone negro sobre blanco como móvil a la venganza, no a la Justicia, aunque no sean los catalanes sino Sánchez la principal pieza a cobrar. Si no, ahí tienen la provocativa convocatoria de Casado a los partidos “constitucionalistas” con motivo del 40º cumpleaños de la Constitución. Es tan significativa la exclusión explícita del PSOE como que se le deje fuera a iniciativa del PP, heredero directo de Alianza Popular a la que costó Dios y ayuda convencer para que aceptara la Constitución. Fueron necesarios tremendos apaños para que el franquismo y los franquistas gozaran de la vista gorda que permitió a personajes siniestros como Billy el Niño prosperar en democracia a despecho de las víctimas de sus torturas, que se sintieron insultadas; o a Villarejo tener en vilo mediante chantaje a la clase política.

Y ya que menciono a Villarejo, anotaré las grandes diferencias entre la relación con el comisario de Dolores Delgado, hoy ministra de Justicia y la de su tocaya, Dolores de Cospedal por más que el PP las compare y equipare. Según sabemos, Delgado coincidió  con Villarejo en comidas de grupo sin otra finalidad que la de pasar un rato y favorecer la armonía entre funcionarios necesitados de entenderse. Nada que ver con su condición de fiscal, que eso era entonces la actual ministra de Justicia muy relacionada profesionalmente con el juez Baltasar Garzón, la bestia negra que el PP logró expulsar de la carrera en su intento de zafarse del caso Gürtel buscando un juez más “comprensivo”. Que haberlos, háylos.

Así las cosas, lo más que puede achacársele a la hoy ministra es su imprudencia al sentarse a la mesa con compañeros de los que cada cual era hijo de su padre y de su madre y darle a la húmeda cosa mala. No entro ni salgo en si debería o no dimitir pues no tengo elementos de juicio suficientes. Pero no es de recibo que desde el PP se equiparen los dos casos. Porque Delgado coincidió en una mesa con Villarejo sin tener nada que ver el encuentro con su trabajo de fiscal. Cospedal, en cambio, echó por delante a su marido, que recogió al comisario en un coche con los cristales tintados para llevarlo a la sede del PP y a la que entraron por el garaje para subir en ascensor hasta la planta 7, desierta por obras de reforma, donde estaba el despacho de Cospedal. Se le garantizó, pues, a Villarejo que nadie lo vería entrar ni salir. Las conversaciones fueron las que fueron y basta escucharlas para desmentir la afirmación de Cospedal de que sólo la movieron a hablar con Villarejo sus obligaciones de secretaria general. Hay mucho de cinismo en sus explicaciones pues a su interés en conocer las investigaciones policiacas del Gürtel, se añadía el de que le proporcionaran un “punto flaco” que permitiera al PP desatar una campaña para acabar con Pérez Rubalcaba, a la sazón ministro de Interior. Sin contar el compromiso de facilitarle al comisario trabajillos bien remunerados en agradecimiento: no tenía inconveniente en utilizar los dineros del Estado para sus conveniencias personales y/o partidistas. Para acabar, añadiría que Cospedal dimitió de la dirección del PP pero no renunció a su escaño en el Congreso. Lo que confirma que, en efecto, pone por delante del interés público el privado partidista. Si no, cabría pedirle que explique la razón de que dimita para evitar hacerle daño al partido con su presencia y no tome en consideración el que pueda hacerle al Congreso manteniéndose en su escaño.

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