Carlos Gibrán: un pintor con santuario en la naturaleza

Santiago Jorge (i) y Carlos Gibrán.

Santiago Jorge

Santa Cruz de La Palma —

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Heredamos el color de los ojos, el tono de piel, la estatura y hasta el carácter y algunas manías, lo sorprendente es que también se heredan habilidades artísticas y la pasión por el arte, esto lo podemos encontrar de forma evidente en este pintor y su familia.   Carlos Gibrán con tan sólo cinco años utilizaba el estudio de su padre (el conocido pintor Francisco Concepción) como un parque temático, aprovechaba los tubos de óleo que ya casi gastados caían al suelo, para manchar unas cartulinas, unos papeles y seguramente el suelo. El ambiente del estudio, los olores, los cuadros, todo lo vivía con absoluta normalidad, todo iba fluyendo casi como un juego, de forma espontánea. Con siete años ya pudo disfrutar de su primera experiencia de ir a pintar a la Caldera de Taburiente, acompañado de su padre y otros amantes de este espacio natural, único y especial. Posiblemente por instinto y desde un impulso innato. Con 14 años ya se aventura a pintar de forma más libre, por iniciativa propia, aunque en realidad nadie le obligaba, para él era algo tan normal como respirar.  

Sin renunciar y siempre desde el respeto, toma cierta distancia y se sumerge constantemente en la naturaleza para pintarla, su gran aliada y fuente de inspiración, la cual le atrapa y se percata de que es su camino y el lugar en el que mejor se siente. Contaba con 17 años cuando hace su primera exposición en el Casino de Santa Cruz de La Palma.  

Finales de los setenta, fue una etapa muy creativa en La Palma, se estaban formando los primeros grupos ecologistas y el primer colectivo de artistas jóvenes en la Isla, Nueva Generación, en el que Carlos participó con sus cuadros de aire surrealista muy personal. El hecho de compartir inquietudes y su decisión de dedicarse a la pintura en cuerpo y alma le empuja a salir de la Isla. Madrid es su territorio comanche, se siente cómodo y activo en la capital del reino, sus idilios con esta metrópoli se mantendrán en el tiempo; de la misma manera que se transforma en un artista nómada.  

La Academia de Bellas Artes Artium bajo la tutela del maestro Peña, es su cuartel general, allí dibuja y dibuja durante dos años seguidos, sin poder evitar sus salidas a la naturaleza, pueblos y parques dentro o fuera de Madrid, siempre buscando un tema para pintar. Visitas al Museo del Prado, a la Casa Museo de Sorolla, Toledo, Parque del Retiro, todo es importante para él y no deja nada por detrás. El servicio militar le obliga a desplazarse por la Península pero no le aleja de la pintura, siempre que puede, realiza un dibujo o una acuarela rápida, en Ferrol o en Salamanca, no importa, lo importante es pintar. 

Sus retornos a Tenerife y a La Palma y, sobre todo, su compromiso con La Bajada de la Virgen, nunca le alejan totalmente de su tierra natal por muy libre que se sienta en otros lugares, siempre la isla le llama y puede que sea su refugio y su descanso para seguir avanzando, no hay rumbo, lugar, ni destino; según sus propias palabras: “No planeo nada cuando salgo de casa”. Carlos no tiene agenda, su brújula es la improvisación, no busca, sólo encuentra, puede que se esté buscando a sí mismo, puede que necesite perderse, la pintura siempre será quien lo rescate.  

Podría dar muchos más datos técnicos de su obra o información de su biografía, pero este artista siempre sorprende, puedes verlo debajo de un pino pintando una acuarela, realizando un mural o pintando en su estudio cuadros surrealistas que lo evaden, y que sólo él sabe su mensaje secreto.  

Actualmente reside en la Costa Brava, dentro de un tiempo nadie sabe por dónde andará, simplemente es Carlos, es feliz pintando, ayudando a quien le pida ayuda y mirando al infinito a ver qué sorpresa le trae.

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