Espacio de opinión de La Palma Ahora
Eligiendo papel
Para Albert Camus, el actuar de cualquiera desvela sus sentimientos y emociones inconscientes y por tanto más sinceras. No hay una frontera clara entre la pantomima del actor y la sinceridad impetuosa de sus pasiones. Pero precisamente el enfrentamiento entre esos opuestos, el debate ante esa paradoja sin solución que califica como lo absurdo, desvela de alguna manera el posicionamiento de cada cual ante el dilema. Lo absurdo se constata siempre por la comparación entre el deseo y la realidad. Cuanto más se aleja el deseo de la realidad más absurda parece la existencia; la acción asociada al deseo que previsiblemente fracasará.
Esa tensión, la relación siempre ilógica entre la necesidad de sentido, unidad y claridad —yo añadiría con Nietzsche, de poder (hacer)— y la pluralidad irreductible y todopoderosa del caos en el que se inscriben nuestras vidas, es la tercera pata de la paradoja. La filosofía ha pretendido, según Camus, solucionar esta tensión paradójica, de lo absurdo, optando por negar una de las partes. La huella de Parménides en la filosofía occidental no permite más que un sistema. Mayoritariamente, por herencia del pensamiento religioso, la negación ha recaído sobre la vida, y por tanto, se tiende a afirmar lo trascendente (lo más allá de la vida) como una forma de evadirse de la impotencia. Es lo que llama la actitud del renuciamiento o el suicidio.
En la antesala de la muerte, a ese deseo del suicida de poner remedio a su impotencia, se opone diametralmente el deseo del también impotente condenado a muerte. Es decir, no negar lo absurdo, sino enfrentarse a ello mediante la inteligencia es la otra opción posible. Permítanme una cita larga:
“Una de las únicas posiciones filosóficas coherentes es, por lo tanto, la rebelión. Es una confrontación perpetua del hombre con su propia oscuridad. Es exigencia de una transparencia imposible. Vuelve a poner al mundo en duda en cada uno de sus segundos. Así como el peligro proporciona al hombre la irremplazable ocasión de asirlo, también la rebelión metafísica extiende la conciencia a lo largo de la experiencia. Es esa presencia constante del hombre ante sí mismo. No es aspiración, pues carece de esperanza. Esta rebelión es la seguridad de un destino aplastante, menos la resignación que debería acompañarla.
[…]
Esta rebelión da su precio a la vida. Extendida a lo largo de toda una existencia, le restituye su grandeza. Para un hombre sin anteojeras no hay espectáculo más bello que el de la inteligencia en lucha con una realidad que la supera. El espectáculo del orgullo humano es inigualable. Las depreciaciones no servirán de nada. Esta disciplina que el espíritu se dicta a sí mismo, esta voluntad bien armada, este frente a frente tienen algo de poderoso y de singular. Empobrecer esta realidad cuya inhumanidad hace la grandeza del hombre, supone empobrecerle a él al mismo tiempo. Comprendo por qué las doctrinas que me explican todo me debilitan al mismo tiempo. Me libran del peso de mi propia vida y, sin embargo, es necesario que lo lleve yo solo. En esta situación no puedo concebir que una metafísica escéptica pueda aliarse con una moral del renunciamiento.“ (Camus, ‘El Mito de Sísifo’).
Una de las estrategias de la ingeniería social capitalista al intervenir en el retrato que tenemos de la realidad mediante la industria cultural es, precisamente, alejar los deseos de la realidad de tal manera que nuestras acciones sólo tengan sentido optando por el renunciamiento. No cuestionándonos ya más las obvias contradicciones en las que nos sitúa, sino deseando cada vez más enardecidamente su infantiloide y personalizado paraíso de éxito, placer y poder. Si lo analizamos lúcidamente sabemos que ese paraíso, que tan fuertemente se nos revela e imprime en la conciencia a través de las pantallas, es tan falso, tan intangible, como el que cualquier otra religión ha reflejado en sus mitos y sus catedrales. Que pocas o ninguna persona vivirá jamás semejante tontería de plenitud sensual y espiritual, y menos aún sin dejar un estero de muerte por detrás. La moraleja, en definitiva, no original pero sí en declive, es que ante la negación del mundo a la que nos empuja el hastío por impotencia podemos optar por actuarla como renunciantes o como rebeldes. Todo depende de la grandeza de los deseos que cada cual cultive. También de los que cultivemos socialmente.
0