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India: Ruido, caos, dioses y cremaciones (1)

Luis León Barreto

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Desde el avión apenas divisamos la ciudad, tal es la nube de contaminación. Tras el bofetón de calor nos sumergimos en un ruidoso caos. Enseguida aprendes a saludar: las palmas de las manos unidas, hacia arriba, y dices la palabra Nemasté. Desde el aeropuerto al hotel dos horas por la saturación del tráfico y la ausencia de normas. Los coches y los tuk-tuks, motos convertidas en triciclos, avanzan a duras penas haciendo sonar la bocina. Nueva Delhi es la quinta ciudad más poblada del mundo, más de 20 millones. Las vacas andan por el medio del asfalto y los conductores tienen que esquivarlas. Los peatones cruzan como pueden, dentro de este desorden hay pocos accidentes. Hay infinidad de mercadillos callejeros, nubes de vendedores y mendigos, los olores nauseabundos se mezclan con inciensos, sándalo, pachulí, etc. Los vendedores son pegajosos pero India es un país bastante seguro, no te asaltan. Perros callejeros dormitan tranquilos como si fuesen vacas y las vacas, hacen de perros pues asaltan las bolsas de basura para alimentarse. Muchas capillas pequeñas y coloridas para los dioses, tan coloridas como los saris de las mujeres. Acudimos a templos en los que, con los ritos, suenan campanas, música y cantos. Hay infinidad de dioses y diosas, pero los tres más importantes son Brahma, el creador, Vishnu, el mantenedor, y Shiva el destructor-reconstructor. Abundan grabados en los que dioses y diosas copulan entre sí con naturalidad, desde el Kamasutra el sexo adquiere un hálito sagrado. Los tres dioses recuerdan la trinidad de Egipto: Horus, Osiris, Isis, o Zeus, Atenea y Apolo de Grecia. Los musulmanes son el 14 por ciento, apenas hay budistas, y los cristianos se refugian en Goa y otros territorios del sur que fueron colonias europeas.

Con tantos dioses, miles de celebraciones. ¿Quién fundó esta religión tan masiva? No se sabe. Los dioses son tan cercanos que no tienen inconveniente en salir en las telenovelas de cada noche, historietas de amores imposibles, hombres casados que pretenden a chicas jóvenes, chicas jóvenes que se fijan en hombres con poder. Siguen existiendo los matrimonios concertados por las familias, y continúan las castas. En bazares indios y en templos privados hemos visto el sincretismo hindú: el dios Ganesh, con cabeza de elefante, o el dios mono, al lado de la Virgen del Pino, la Virgen de Candelaria y el Cristo de La Laguna. No hay problema en mezclar sus dioses con del país en que se establecen. Yendo hacia el Fuerte Rojo se nos cruza un grupo de unos cien hombres, tocando tambor y gritando, esparcen polvos de colores y pasean a la diosa Durga, con sus ocho brazos. La llevan al trote, y el guía dice que al final tirarán su imagen al río. A los dioses los fabrican en serie, hay miles de ellos en los almacenes que divisamos, son de una estética dudosa.

Tras las lluvias el país es un cromo de verdor, alta la yerba y los pastos, los arrozales y enormes planicies inundadas. Incredible India es el lema turístico oficial, y, en efecto, el país pone patas arriba nuestro concepto de la lógica. Hay templos levantados hace más de mil años, como los eróticos de Kajhurajo, que se conservan muy bien pese a que las invasiones musulmanas han destruido mucho patrimonio, también las invasiones asiáticas destruyeron los monasterios budistas de tal modo que el budismo tuvo que abrirse camino fuera de la India; en Tierra Santa hay muy pocos cristianos y en India quedan muy pocos budistas. Pero desde que allá fueron The Beatles parece que India es un viaje necesario, Oriente seduce.

Si el hombre occidental se mueve por cosas urgentes: el dinero, el poder, el placer y el éxito, tal vez deberíamos mirar hacia una civilización antigua donde mucha gente vive con lo puesto. Pero la globalidad hace que occidente y oriente se vayan asemejando. A fin de cuentas India está en el camino hacia el desarrollo, ya tiene su bomba atómica y manda naves a la Luna. Su principal industria es la farmacéutica, medicamentos como Viagra y Cialis vienen desde allí. India y China se niegan a tomar medidas drásticas contra el cambio climático, porque argumentan que tienen el mismo derecho que tuvieron las naciones de Occidente para llegar al desarrollo. En los dos países no se registró la crisis económica tras las hipotecas-basura que tanto daño hicieron. Ahora ambos países son conscientes de que pronto van a ser potencias de primer nivel, con sus 1.200 o 1.300 millones de habitantes cada uno, van a imponer condiciones al orden internacional.

Las lluvias de los monzones han sido más duraderas que nunca, han causado víctimas y han estropeado puentes y carreteras, con lo que nuestro viaje se ha hecho más incómodo. Visitamos monumentos centenarios, templos de distintos dioses, mezquitas e iglesias católicas de la fundación Teresa de Calcuta, asistimos a ceremonias, montados en elefantes entramos en fuertes que asaltaron los ingleses, comimos en palacios de antiguos maharajás que ahora son hoteles y restaurantes. Las experiencias pueden parecer irreales. Por ejemplo: no se puede comer carne de vacuno, pero sí de búfalo; realmente búfalos, bisontes y vacas son de la misma familia. Hay que vivir esas sensaciones, nos dan conocimiento sobre la extraña condición de los humanos.

Vanarasi, antes Benarés, es la etapa final. La ciudad de los muertos, de las cremaciones con madera de sándalo si eres rico, del esparcimiento de las cenizas en el Ganges, el gran río que viene del Himalaya y es considerado una diosa. Con las lluvias del verano va muy rápido y tan crecido que ha sepultado las famosas gradas y los templos. Si eres pobre tirarán el cadáver directamente al río, igual que si eres niño, mujer embarazada o leproso. Diluvia porque el monzón se ha retrasado, hemos de contemplar las incineraciones a cubierto. En un techado están terminando una cremación, las llamas están vivas y en el revoltijo de cenizas vemos huesos pequeños y medianos del cuerpo. Al pie mismo del muerto que están quemando hay una masa que debe corresponder al anterior difunto, está amontonada en el suelo sin mayores miramientos. Como creen en las reencarnaciones, la muerte aquí parece menos dramática que entre nosotros. En los callejones que bajan al río –una vez lo atravesó de lado a lado un amigo que había sido buen nadador- los parientes de los muertos se someten al ritual de raparse la cabeza, en señal de duelo. Lo peor fue el regreso: en 30 horas cuatro aviones. El abuso del picante nos trajo al final las temidas diarreas. Pero valió la pena.

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