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Espacio de opinión de La Palma Ahora

Promoción fantasía

Carlos Felipe Martell

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Reciprocidad. En este septiembre se cumplen tres años, pero mis vivencias se anclaron de tal manera que todavía siento palpitar recuerdos en versión 2015. Tú dominabas desde esos asientos antivisita que la universidad te había alquilado en E.3.1, E.2.3 o “Eduardo Domenech”. Me escudriñabas con la innegociable curiosidad juvenil con la que siempre se analizan las primeras impresiones proporcionadas por un nuevo profesor. Recuerdo que sonreías. Sonreías y yo también lo hacía porque me contagiabas. Era imposible no hacerlo. Ahora, con el paso de los años, te miro y certifico que formaste parte de una promoción de cine. Quizá no lo creas, pero en 2015, a veces, mientras te daba clase, me sentía como si yo mismo estuviera al otro lado, en tu lado, observando y comiendo cotufas. Reciprocidad.

Nostalgia. Este año te gradúas. No todos tus compañeros estaban allí, en 2015, ni todos están ahora, en 2018. Algunos se habrán quedado en el camino. Otros, mis No Alumnos, se incorporaron más tarde. Pronto desaparecerás de este edificio; de la cafetería. En un par de años echarás de menos las asignaturas de alemán, el ascensor asesino, las risitas de tu amiga chiflada, las horas de estrés en la biblioteca… Nostalgia.

Fantasía. 2015 parece que fue ayer, pero, paradójicamente, también parece que fue en la época de los chaparrones. Fue el año de la división académica. El curso anterior hubo tal cantidad de suspensos en las asignaturas más puñeteras, que la facultad decidió dividir al alumnado en tres grupos: uno en Adeje y dos en Guajara (uno de mañana y otro de tarde). Desde el primer día me di cuenta de que tú y tus compañeros erais un grupo de estudiantes con unas miradas tan ávidas que se comían el aula, las expectativas, las ilusiones y la vida. Siempre estabais en modo arcoíris. Siempre. Por eso, día tras día, cada vez que cruzaba las puertas de entrada a las aulas, sentía fantasía dentro de mí. Sentía fantasía en tu ingenuidad, en tu franqueza, en tu espontaneidad. Daba igual si estabas en el grupo de tarde o en el de mañana. Daba igual la presencia física (la de Guajara) o la virtual (la de Adeje). Daba igual. Vosotros, gracias a vuestra arrolladora presencia y a una personalidad grupal aplastante, hicisteis mucho más fácil mi receptividad empática. Cuando te lo ponen fácil, la docencia fluye fácil. Fantasía.

Transición. En noviembre, cuando cumplí 52 años pero me sentía como un semipalíndromo de 25 en modo pausa, las clases se colorearon de globos y de tartas con velas inextinguibles. Con el paso de los días, mi torturadora e insaciable mentalidad analítica me hizo entender por qué recibí tus regalos. No creo que fuera exactamente por méritos propios, sino por deméritos de otros profesores. Tú venías del instituto. La palabra “instituto” conlleva sintonía e interacción entre alumnado y profesor. Pero luego, al dejar el instituto, llegas a la universidad y te tratamos como un número o una ficha, con una distancia y una soberbia indigna de un docente. Ese paso del instituto (donde te escuchan y te valoran) a la universidad (donde no eres nadie) es muy cruel. Lo es sobre todo durante el primer curso universitario; el más cruel. Transición.

Fortaleza. Y aunque ahora, querido estudiante, estás leyendo mi agradecimiento hacia ti en forma de reflexiones, permite que haga un brevísimo paréntesis y me dirija a mis compañeros. Al profesorado. Querido profesor. A veces lo olvidamos, pero los alumnos universitarios son unos seres mayores de edad que nos pagan nuestro sueldo y que, además, tienen la cabeza muy liberada de las paranoias que nos contaminan a nosotros. Nuestras propias paranoias nos conducen a ver a los alumnos como enemigos, como cucarachas o como seres inferiores. Enemigo. Cucaracha. Inferior. Es entonces, bajo esta perspectiva distorsionada de locura, cuando adoptamos una actitud de defensa contra el enemigo, una actitud de aplastamiento a las cucarachas o una actitud despótica de humillación al inferior. Pero, querido profesor (y no me des las gracias), las actitudes están para revertirlas. De nada. Ya está. Ya me he desahogado. ¿Te suena algo de esto? Un alumno como tú, que llevas tres años en la universidad aguantando nuestras vejaciones, nuestros egos o nuestras actuaciones psicóticas, es un héroe portador de unas cicatrices que jamás imaginó tener cuando llegó. Pero también es una persona enriquecida gracias a los conocimientos adquiridos, a los docentes vocacionales (que también los hay) y, sobre todo, a las amistades ganadas. Fortaleza.

Resistencia. Lo cierto es que sigues aquí. Son muchos los alumnos que terminan el bachillerato y se van a estudiar a otras universidades. Son muchos los alumnos que, a mitad de carrera, se van a otras universidades. Son muchos los alumnos que se irían a otras universidades, pero no lo hacen por falta de medios. Y tú, seguramente, te habrás cuestionado muchas veces qué hacemos nosotros, los profesores, ante esta realidad. ¿Por qué no nos preguntamos cuál es la razón de que nuestros alumnos no quieran quedarse? Esa cuestión, tan crucial a nivel teórico, nunca nos la planteamos seria y profundamente por miedo a mirarnos, analizarnos y aborrecernos. Y aunque no nos la preguntamos, sí que la respondemos de forma superficial para salir al paso. A esa cuestión crucial le damos respuestas subjetivas, respuestas blandas, de conveniencia, respuestas que no están basadas en un análisis introspectivo de cómo es nuestra convivencia universitaria con el alumnado. Porque, no lo olvides, la convivencia puede ser pacífica y horizontal o tirante y vertical. Teniendo en cuenta lo dicho, quiero agradecerte que sigas aquí, que seas uno de los supervivientes de la Promo Fanta. Quiero agradecerte que te hayas quedado en esta universidad, tu universidad, y que hayas luchado por ella a pesar de los inconvenientes. Y a nivel personal, quiero agradecerte todo lo que, sin tú saberlo, me has enseñado y aportado. Para un profesor no puede haber nada más enriquecedor que las enseñanzas que le aportan los jóvenes con su frescura, con su claridad mental, con sus reivindicaciones, con sus eternas sonrisas, con su educación… Sí, con su educación. Tener mala educación no es llegar tarde a TU aula para recibir TUS clases que TÚ estás pagando. Tener mala educación sería, por ejemplo, impedirle entrar en SU aula a una persona que te está pagando el sueldo para que la enseñes. Resistencia.

Rebeldía. Ahora que ya has recibido mi agradecimiento, permíteme que comparta contigo mi entorno, mi visión del mundo universitario que me rodea, aquello que tengo que soportar día a día. Aquello sobre lo que discuto con algunos compañeros de profesión. Hay cosas, querido alumno, que tú no te explicas y ante las cuales te rebelas. Hay actitudes que no entiendes. Te las voy a explicar. Yo creo que la clave en una docencia de calidad consiste en una relación totalmente horizontal entre profesores y alumnos. Ya va siendo hora de superar conceptos tan arcaicos como el “respeto” y el “usted”. Hay docentes que siempre están apelando al respeto, defendiendo una estructura y unas posiciones piramidales donde el profesor está por encima de los alumnos. Cuando en esa pirámide se defiende el respeto solo de abajo hacia arriba, de alumno a profesor, realmente se está abogando por el servilismo. Cuando se habla de respeto mutuo, pero en una relación que no deja de ser vertical, entonces hablamos de servilismo acompañado de condescendencia. No olvides que la condescendencia, de alguna manera, también es una forma de control. En cualquiera de ambas situaciones, desde arriba, desde la parte alta de la pirámide, se escupe soberbia. Se escupe superioridad, prepotencia. Son las personas prepotentes las que, de manera soterrada, defienden tanto el servilismo como la condescendencia. Tú, por suerte para ti, no sueles caer en el juego de las personalidades más retorcidas que intentan controlarte. Rebeldía.

Personalidad. Continúo con mis discusiones de cafetería. Estoy harto de escuchar a algunos compañeros hablando de los alumnos como si fueran un solo ente, un puñado de piezas idénticas, fabricadas en serie, que se unen y forman un lego ensamblado de torpeza, de conformismo, de inexperiencia. Y frente a ellos está él, el profesor, el salvador. Como docente que es, está dotado de una inteligencia innata y de una capacidad para definir, etiquetar e identificar, con un simple vistazo, todas las infinitas carencias de los estudiantes. Así, en plan Spiderman. Con un simple vistazo, con una sonrisa pedante y con tres o cuatro frases magistrales. Querido profesor. No es fácil justificar que las cien personas que tienes frente a ti están equivocadas y que tú tienes la razón. Y como no es fácil, genial aprendiz de artista, hay que inventar un artificio que equilibre nuestra desventaja numérica de cien contra uno. Ese artificio es el lego. Si yo logro armar un lego discursivo, si logro convencer a la sociedad de que el alumnado es una única manada directamente transportada desde el Paleolítico hasta el aula, justificaré mi ego, mi dominio, mi sabiduría y mi poder. Querido compañero. Esa es la gran perversión de la enseñanza. Si un profesor dice blanco y un alumno dice negro, no puedes imponer el blanco. Habrá que dialogar y tratar de consensuar otro color. Y no vale el gris. No vale un color triste, no vale un color que no guste a ninguno. Mejor buscar un fucsia, un rosa o un verde turquesa, ¿te parece? Ahora bien, si un profesor dice blanco y todo el alumnado dice negro, no puedes hacer trampas y considerar que sigue siendo uno contra uno. El alumnado no es un colectivo homogéneo e indivisible. Son cien personas diferentes, con cien visiones diferentes, con cien personalidades diferentes y con cien objetivos diferentes. Y tú no puedes tener tanta arrogancia como para considerar que los cien están conduciendo en dirección contraria. Si eres incapaz de entender que la dirección contraria es la blanca, tu cabeza no funciona bien. Personalidad.

Personalidad, por supuesto. Por eso te escribo en singular. No escribo a la Promoción Fantasía. Escribo a cada uno de sus miembros. Mis palabras no pretenden diluirse en un mensaje colectivo. Mis palabras pretenden llegarte a ti por todo lo que me has aportado. Y a ti, si me la aceptas, te hago una breve sugerencia. No permitas que el mundo frío te coma el alma. Regatea la rutina y vive. Vive.

Carlos Felipe Martell

Profesor y escritor

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