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Espacio de opinión de La Palma Ahora

Rebeca

Elsa López

Hoy es el cumpleaños de Rebeca. Rebeca cumple veinticinco años. Rebeca se columpia sobre sus propios pies y llora y grita y golpea el aire con sus manos y sus brazos atados para no herirse y no herir al mundo que la mira y no entiende qué le pasa a Rebeca. Rebeca es una muchacha hermosa. Alta y fuerte. Es una mujer ya. Ha crecido al amor de su madre y grita y palmotea cuando la ve. Rebeca sabe de su madre y de su amor por ella y alguna vez Rebeca se acurruca a su lado en la cama, apoya su cabeza en la cabeza de su madre y le dice bajito y muy claro al oído “mamá, te quiero”.

Quizá Rebeca no sabe. Quizá son sólo palabras que ha aprendido de su madre, pero las dice. Las dice. Y Rebeca sonríe. Rebeca es autista y en su cabeza llena de ruidos confusos, voces demasiado altas, alteraciones cósmicas y neuronas esquivas, esas palabras tienen un sentido mágico y deslumbrante. Rebeca nació porque quiso nacer y nada ni nadie pudo impedirlo. Llegó a nosotros como llegan las cosas que la vida nos coloca en el camino sin que podamos entender bien el por qué. Quizá alguno se preguntará para qué vino Rebeca a nuestras vidas. No lo sé ni me importa. Está aquí. A nuestro lado. Y no podemos apartar la vista de ella. No debemos huirla ni esquivarla. Su silencio es nuestro. Sus gritos son nuestros. La calle, el ajetreo, el ruido, las palabras perdidas, el miedo, los roces inquietantes de los cuerpos al tocarla o no tocarla, el temblor de la vida… Todo eso es nuestro.

Rebeca es una parte de lo que somos nosotros, igual a nosotros, pero aumentado en millones de partículas que sólo ella reconoce. El problema es nuestro que no somos capaces de entenderlo. No de ella que lo vive todo de una forma distinta a cómo lo vivimos nosotros. Rebeca es como un milagro incomprensible. Si pudiéramos leer en ella aprenderíamos algo más sobre las maravillas de la percepción humana, de nuestra capacidad para oler, escuchar y comprender lo que nos rodea. Rebeca podría enseñarnos muchas cosas si ella quisiera. Pero Rebeca no quiere. No es que no sepa, no, es que no quiere. Y esa es una pena que yo tengo. No ser capaz de alcanzarla, de llegar a lo más hondo de su hermosa cabeza y entender lo que tiene que contarme y cómo lo cuenta. Descubrirla. Averiguar lo que esconden sus silencios y sus gritos. Saber cómo es su forma de quererme para quererla yo igual.

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