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La transversalidad, el centro de la acción democratizadora

Irina Betancor Almeida

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En los últimos tiempos el concepto de transversalidad está en boga, en especial en el ámbito de la política institucional. Sin embargo, su uso reiterado acompaña a una erosión de su significado, como ocurre con tantos otros conceptos, por lo que es necesario recuperar su esencia para la comprensión profunda del contexto político en el que se aclama la importancia de esta idea.

Al hablar de un movimiento transversal se expone que dicho movimiento atraviesa diferentes sectores de la sociedad, que pueden estar articulados en clave socioeconómica, cultural, educacional, religiosa... Por lo tanto, a priori, implica un conglomerado heterogéneo que se inserta dentro de un marco común, o bien que comparte ciertas dinámicas, espacios o ideas. Cuando se utiliza este concepto dentro de un sistema referencial dado, por ejemplo, al hablar de un partido político transversal, entran en juego una serie de ideas asociadas que complejizan la caracterización.

En primer lugar, cuando se integran en las listas de un partido personas que provienen de diversos bagajes, como podrían ser médicos, arquitectas, ingenieros, psiquiatras, profesores etc., se produce instantáneamente una diversificación de perspectivas y un enriquecimiento que es fruto de la pluralidad. Se genera un tipo de inteligencia colectiva profesional de carácter transversal. La extensión de esta práctica inclusiva solo es posible en un contexto en el que la idea de carrera política haya sido superada y sustituida por la interiorización del perfil del servidor público. La democratización del acceso a la actividad política es crucial para lograr una representación institucional que refleje las demandas de la sociedad civil, algo que difiere profundamente de la tecnocratización de las instituciones.

Más allá, en el panorama político actual, asistimos a un marcado proceso de erosión de las afinidades partidistas, que queda plasmado en el incremento de la volatilidad del voto, siguiendo las lógicas del llamado voto de castigo o del voto útil. La carga ideológica de un partido ya no acredita la efectividad de las políticas propuestas, habiendo desaparecido entre las generaciones más jóvenes las dinámicas ligadas al carnet de partido. En parte, uno de los elementos que explican esta situación es la necesidad de soluciones estructurales para los grandes problemas globales. Con ello se hace referencia a las demandas urgentes del movimiento feminista o a las exigencias medioambientales de nuestro planeta. Es en este punto en el que la idea de la transversalidad juega un papel trascendental a la hora de enfrentar estas dinámicas. Sin un acuerdo transversal, en el que queden integradas fuerzas políticas consideradas como antagónicas, no será posible poner sobre la mesa medidas eficaces que mejoren considerablemente la vida de los ciudadanos. Y para ello es necesaria una férrea voluntad política que se aleje de las estrategias electoralistas y ponga en el centro de su actividad lo realmente importante, el output. Sin una visión global de estos problemas no se puede construir una práctica política sana.

Por lo tanto, entendida en estos términos, la transversalidad sería un componente esencial de una democracia estable y desarrollada. Ahora bien, en España aún queda un largo camino que recorrer hasta que se normalice esta perspectiva. Por ahora, candidaturas regionales como Más Madrid recogen esta esencia y la ponen en práctica, asentando un ejemplo que podría repetirse en una fórmula nacional que trajera consigo cierta continuidad en materias que requieren de un plan de actuación de emergencia, como la educación o la ecologización de la energía. La conformación del gobierno del Partido Socialista también reflejaba una intencionalidad de diversificación, aunque la elección de personajes públicos de gran calado parece mostrar tintes puramente superficiales.

Apostar sin miedo por las diferencias, por los Pactos de Estado, por los acuerdos intersectoriales, en definitiva, por la apertura de miras en virtud del bien mayor, es hacer política transversal y es poner en práctica las virtudes del sistema democrático.

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