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La vida en un lugar

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Después de muchos años desenvolviéndose hábilmente en el pensamiento antagónico del blanco y negro, con muchas más luces que sombras en su haber, la prestigiosa periodista Doralma Díaz confiesa que ha llegado al convencimiento de que la tonalidad gris, que suele ser el color del pensamiento de la gente sencilla, es la que realmente mejor pinta el sentido de la vida. Ya no le entusiasman los grandes proyectos transformadores de la sociedad, que la catapultaron a la fama por la vehemencia y claridad de ideas con que los defendía en distintos medios de comunicación, y mucho menos si estos son propuestos por quienes han ejercido el poder. Desprecia el discurso de los autocomplacientes y desconfía de los poseedores de soluciones para todo. Su carácter, otrora impulsivo, se ha vuelto reflexivo; su tendencia a la locuacidad se ha tornado en un fuerte apego al silencio; la soledad, que le producía pavor, es ahora su ansiado refugio, y está convencida de que los deseos aplazados casi nunca se verán cumplidos.

La pasión fue durante muchos años la seña de identidad de Doralma. Pasión en la defensa de sus ideas, pasión por el trabajo bien hecho y pasión por la vida. La agilidad, brillantez y frescura de sus razonamientos desmontaban los argumentos de sus oponentes, dejándolos sin opciones de réplica. Se sentía segura, y hasta se diría que un cierto placer, no confesado, la regocijaba cada vez que lograba humillar a un rival.

Las sombras de Doralma no son las que le dan penumbra a su vida actual, que es la antítesis de lo que fue. Sus sombras, de las que ella es plenamente consciente, son las que han oscurecido su vida amorosa. Durante años buscó el amor con la misma pasión que ponía en todos sus actos, y cuando sus parejas, extenuadas por su modo de apurar la vida, le rogaban sosiego y mesura, ella, desconcertada y herida en su orgullo, zanjaba definitivamente la relación.

Comenzó a creer que en los hombres la ambición contaminaba el arrebato pasional, despojándolo de ternura y de sensualidad. Tal vez, la pasión permanente sea una característica más frecuente en la mujer que en el hombre ?pensó?, e incluso deambuló por senderos que pronto le confirmaron que quien podía aplacar sus íntimos deseos tenía género diferente al suyo. Su indudable belleza, y el hecho de ser una estrella de la comunicación, le permitieron conocer a muchos hombres, alguno de los cuales abandonó estatus y familia, creyéndose el más afortunado del mundo, para comenzar una relación amorosa con fecha de caducidad.

Doralma decidió reflexionar seriamente sobre su forma de concebir el amor el día en que rompió, a los tres meses de iniciada su relación, con un mediático empresario, tres veces divorciado y diez años más joven que ella. Casi de inmediato se sintió atraída por él, durante una entrevista que le hizo como presidente de la asociación de jóvenes emprendedores del país. La vehemencia con que exponía sus ideas, la pasión con que defendía la calidad de los productos que ofrecía y, por qué no decirlo, su sonrisa y su mirada, que acentuaban la seguridad de lo que hacía y decía, terminaron por cautivarla. Lo que para muchos era una forma inteligente de pasar por la vida -disfrutar de los momentos que tiene toda relación en sus inicios y finiquitarla antes de que surjan los problemas-, para Doralma se había convertido en un suplicio y un fiasco de sus más íntimas convicciones. “No estoy dispuesta a sobrellevar un fracaso más en mi vida amorosa”, se dijo a sí misma. Marchitar sus deseos a fuerza de voluntad no dejaba de ser un reconocimiento a su incapacidad para entender la vida en pareja, y eso la soliviantaba y terminaba por repercutir en su estado de ánimo.

Cuando el director del programa de televisión para el que colaboraba le dijo que había sido elegida para entrevistar a una persona seleccionada al azar entre todos los habitantes del país, de la que no tendría ninguna información previa, no pudo evitar el vértigo que la incertidumbre le produjo. A punto estuvo de renunciar, pero pronto se rehízo y, fingiendo un gesto opuesto a su estado de ánimo, dijo mostrarse agradecida y entusiasmada con el reto.

La persona que la probabilidad hizo posible que se sentara, para ser entrevistada, en la mesa de plató con Doralma, resultó ser un hombre de unos cincuenta años, de apariencia grata, enólogo y residente en un núcleo rural de escasa población. Las respuestas reflexivas y el tono de voz pausado propiciaron de inmediato una atmósfera placentera entre la entrevistadora y el entrevistado, que trascendía la imagen televisiva. Doralma se lamentó enseguida de que solo dispusiera de una hora para la entrevista, que, a medida que se consumía el tiempo, se le antojaba la mejor que había hecho en toda su vida profesional.

Ante la pregunta de por qué una persona como él, nacido y criado en una gran ciudad, se fue a vivir a una zona rural, el interpelado le respondió:

?Hay lugares que nos hacen sentir bien. Lugares en los que nos invade la melancolía. Lugares en los que nos asalta la inquietud y parece que nos ahogan. Hay lugares para soñar y lugares para olvidar. Lugares donde el amor se marchita y lugares donde el amor se acrecienta? Cada uno debe buscar su lugar.

?¿Cómo elige el camino para llegar a ese lugar? ?le preguntó Doralma?, ¿y cómo sabe que está en el lugar apropiado?

?Todos los caminos ya están trillados, muchos otros antes que nosotros ya los han recorrido, y otros vendrán que creerán ser pioneros en recorrerlos. Estamos condenados a repetirnos y, sin embargo, cuando arribamos al lugar, creemos que somos los primeros en descubrirlo. Debemos ?continuó? aprender del pasado para andar con paso firme por la senda que nos conduzca al escenario que, con la decoración del presente, nos dé el pálpito de que ese es nuestro lugar.

?¿No resulta aventurado dejarnos guiar por nuestras sensaciones para tomar una decisión tan importante en nuestra vida? ?inquirió Doralma.

?Cuando digo que debemos aprender del pasado, me refiero a que tenemos que analizar qué es lo que nos ha conducido al lugar en donde no nos sentimos a gusto. A veces son nuestras propias decisiones erróneas las que nos conducen a él, y otras veces son otros los que, enalteciendo y jaleando interesadamente el rol que representamos, y que las más de las veces es una burda máscara de nosotros mismos, nos ubican en un pedestal en el que, si no descendemos de él, estaremos condenados a permanecer viéndonos obligados a ser títeres de por vida. El análisis de nuestras circunstancias pasadas es la luz que nos debe alumbrar en nuestro nuevo recorrido por los caminos ya trillados, hasta que encontremos nuestro lugar.

Doralma pronto cayó en la cuenta de que para su entrevistado el término “lugar” encerraba un significado que trascendía muchísimo la mera referencia física de un sitio. Ella, que se creía dotada de una mente brillante, capaz de destrozar dialécticamente a cualquier oponente en los más diversos temas, había decidido imponer la voluntad al deseo, en todo lo concerniente a su fracasada vida amorosa, ante su incapacidad para hallar un atisbo de respuesta a la pregunta de por qué su entrega pasional no era correspondida en el tiempo por ningún hombre.

El director de aquel programa de televisión, que había alcanzado un elevado índice de audiencia en solo tres emisiones, no daba crédito a la carta de renuncia que la presentadora Doralma le había dirigido. De inmediato la llamó y le dijo que su decisión era un desplante a la audiencia, que constituía una irresponsabilidad y que su prestigio se resentiría hasta lo indecible. Ella le argumentó que lo importante era el programa y que otros entrevistadores podrían continuarlo, con igual o mayor éxito que el logrado por ella; además, ya estaba claro el formato del mismo, cosa que para ella había constituido un verdadero reto. En cuanto a su prestigio profesional, le manifestó que no se preocupara, ya que había decidido apearse del pedestal.

Las vidas de las tres personas anónimas que entrevistó causaron un fuerte impacto en las, hasta entonces, sólidas convicciones de Doralma. Las respuestas a sus preguntas le aportaron argumentos para analizar su propia vida, y para darse cuenta de que formaba parte, entre bambalinas, del teatro en el que se representa, intencionadamente, la realidad falseada. En sus reiterados fracasos amorosos, mucho tuvo que ver el hecho de que sus parejas fueran meros actores del elenco de la compañía de la manipulación mediática.

Doralma hizo oídos sordos a todas las especulaciones que los que hasta hacía poco tiempo fueron sus colegas vertieron sobre las razones de su alejamiento de los platós televisivos, en el momento de mayor éxito de su carrera profesional. Solo en un medio radiofónico, para un programa dirigido por una entrañable amiga, telefónicamente, dio una lacónica respuesta cuando le preguntaron el porqué de su decisión.

?Me empaché de blanco y negro. Me apetece adentrarme en el gris.

Doralma buscó en la lista de contactos de su teléfono móvil el nombre y pulsó la tecla de llamada.

? Sí, ¿dígame? ?respondió una voz en tono pausado.

?Soy Doralma, ¿Qué tal...? He decidido cumplir con mi compromiso de aceptar tu invitación para degustar tus vinos, durante este próximo fin de semana. Claro, si te viene bien...

?Claro, claro. Puedes venir sin ningún compromiso. Me alegro mucho de que te hayas decidido.

?Llevaré los postres ?dijo Doralma, mientras las risas de ambos se entremezclaban en las ondas de la comunicación.

Mientras pulsaba la tecla de fin de llamada, Doralma se dijo a sí misma: “Tengo el pálpito de que este fin de semana redescubriré el gris”.

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