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De mal en peor
Días atrás tuve que acudir a un laboratorio dermatológico a hacerme un escáner de la piel de la cara y me dice la sanitaria que atendía el servicio que tenía que esperar a que llegara un técnico, porque ella no sabía encender el aparato que echaba la foto. Consecuencia: su ignorancia hizo que perdiera yo hora y media de mi vida en hacerme una prueba que podía haber despachado en cinco minutos. Un amigo me comenta que había pagado 150 euros a un fontanero para que le reparara una cisterna que perdía agua y que se la había dejado peor de lo que estaba. Consecuencia: tuvo que apoquinar otros 150 a otro profesional del ramo para que le arreglara no sólo la susodicha avería, sino también el desaguisado de su incompetente colega.
Con motivo del primer centenario del destierro de Unamuno a Fuerteventura, el cabildo de la isla decidió hacerle un monumento en forma de las gafas del autor y colocarlo en el paseo marítimo de Playa Blanca (Puerto del Rosario), en que tantas veces había él ido a soñar con la libertad perdida en los cuatro meses que estuvo confinado en la isla. El diz que el escultor encargado de realizar el trabajo debió de hacerlo a ojo de buen cubero, pues una patilla de las gafas le salió más pequeña que la otra. Consecuencia: los operarios que las instalaron en el lugar convenido tuvieron que calzar la pata coja con una piedra para que las gafas se mantuvieran derechas; una piedra que aún hoy sigue allí formando parte del monumento, sin que parezca que haya nadie interesado en poner remedio a la chapuza.
Una profesora de inglés declara en un programa de televisión que nunca había leído nada de Shakespeare, porque “lo odiaba”, y un profesor de Literatura española, que no había leído a Rulfo, porque “le cargaba”. Consecuencia: sus alumnos habrán de terminar el curso sin tener ni la más remota idea de estos dos monstruos de la literatura universal, tan importantes para la historia de sus pueblos y de la humanidad toda. Como confesó ella misma en sede judicial, la anterior responsable de medio ambiente y protección civil de la Generalitat Valenciana carecía de “conocimientos y experiencia” para gestionar la gota fría de octubre del año pasado en su comunidad autónoma. Consecuencia: las riadas que produjo esta grave perturbación atmosférica se llevaron por delante más de 200 vidas humanas.
¿Por qué se ha llegado en España a tan lamentable, costoso, bárbaro y peligroso estado de incompetencia profesional, a veces no exenta de cinismo? ¿Porque se gana poco, como sostienen los sindicatos y analistas más o menos ponderados? ¿Porque la gente no quiere trabajar, como refunfuñan algunos empresarios? ¿Porque el clima y las condiciones sociales de su país han hecho flojos o incompetentes a los españoles, como afirman los aficionados a un determinismo más o menos simplón? ¿Porque Dios los hizo así, como suponen los providencialistas? Nada de eso. Por una parte, los salarios bajos (y en España lo son, sin ninguna duda) desincentivan a la gente, pero no impiden su formación profesional; entre otras cosas, porque la formación profesional, la verdadera formación profesional, que es en parte una cuestión de amor y vocación, viene antes que el trabajo. Por otra, el tópico de que los españoles son unos holgazanes que viven del cuento o de la picaresca carece de fundamento real. El pueblo español ha sido siempre un pueblo muy laborioso; un pueblo de trabajadores muy conscientes y hasta artísticos; un pueblo para el que en muchos casos hacer bien las cosas era mucho más importante que hacerlas. No exageramos la nota si decimos que la mayor parte de los pescadores, agricultores, pastores y artesanos de nuestro país han sido siempre auténticos artistas y aun catedráticos en su profesión. Hasta tal punto es esto así, que el Juan de Mairena de Machado pensaba que en España “el saber universitario no puede competir con el saber popular. El pueblo sabe más y, sobre todo, mejor que los universitarios. El hombre que sabe hacer algo de un modo perfecto -un zapato, un sombrero, una guitarra, un ladrillo- no es nunca un trabajador inconsciente, que ajusta su labor a viejas fórmulas y recetas, sino un artista que pone toda su alma en cada momento de su trabajo. A este hombre es difícil engañarlo con cosas mal sabidas o hechas a desgana”. ¿Cómo se explicaría la existencia en España de artistas de la talla de un Velázquez, un Picasso, un Cervantes o un García Lorca si el sentimiento artístico no estuviera en el ADN de nuestra gente? ¿Qué es don Quijote sino un artista del pueblo que quiere hacer un mundo perfecto?
En realidad, la incompetencia profesional que sufrimos hoy en España es un fenómeno moderno y tiene una causa muy concreta: el deterioro del sistema educativo, que, en un mundo tan complejo como el actual, en que los saberes se han especializado tanto, es quien tiene la obligación de proporcionar a los jóvenes la formación profesional, artística y social que necesitan, ellos y la sociedad a que pertenecen. Obviamente, los responsables de este deterioro son los que planifican, dirigen y administran el sistema educativo, que son los políticos de turno y sus asesores, obsesionados por eso que llaman “actitudes y valores” (los propios de cada partido o facción, por supuesto), en detrimento de los contenidos, y por rebajar demagógicamente los niveles de exigencia académica, generalmente, para contentar a los padres de los chicos; o, por mejor decir, a los votantes, que es lo que parece interesar a los que gobiernan. Y esto es un asunto que nadie ignora, aunque no quiera reconocerse o decirse en voz alta. Pero hay que decirlo clarito, para que se conozca la raíz del problema y pueda remediarse algún día: son los políticos, y no los ciudadanos o las condiciones naturales, sociales o salariales del país, los verdaderos responsables del lamentable deterioro profesional que padecemos. Y no parece que quieran, les interese o sepan arreglarlo, porque las cosas van de mal en peor. Comprobado está que cada nueva reforma del sistema educativo (irremediable siempre que hay cambio de gobierno) lo que hace es empeorar el anterior, en lugar de mejorarlo. Como si estuvieran dando palos de ciego. Hasta tal punto ignoran determinados políticos la importancia del papel que juega la escuela en la formación profesional del ciudadano, tan necesaria para el buen funcionamiento de la sociedad, que no faltan ministros de universidad que declaren en público que lo importante a la hora de elegir a la gente para un cargo público no son los títulos (es decir, el trabajo de la universidad y las escuelas profesionales), sino la hoja de servicios. Pueden decir los militares que lo importante en la milicia no es la competencia, el valor o las cualidades humanas de los soldados o los oficiales, sino su fidelidad o sumisión al mando, pero no los políticos, porque la sociedad civil no es un cuartel, aunque muchos de ellos la confundan con él. Rebajar los niveles de exigencia académica (mediante esa perversa fórmula que llaman “aprobado por compensación”, por ejemplo) hasta el punto de aprobar asignaturas sin que el alumno tenga ni la más remota idea de las materias que estas implican y dedicar buena parte del tiempo del siempre limitado horario de clase a enseñar actitudes y valores en abstracto no hace otra cosa que depauperar la formación de los chicos y discriminar a los que verdaderamente se aplican y aprueban las asignaturas con su propio esfuerzo. Se da la esperpéntica circunstancia de que hay carreras de Letras donde tenemos alumnos (afortunadamente, no todos, por ahora) que apenas saben leer y escribir y que, a pesar de ello, terminan graduándose y, consecuentemente, dando clase en colegios, institutos y universidades, extendiendo así de forma exponencial por toda la sociedad la ignorancia que atesoran. Es la pescadilla que se muerde la cola. Las actitudes y los valores hay que enseñarlos, sí, pero a partir de los contenidos. No hay actitudes y valores en abstracto, sino actitudes y valores en relación con contenidos históricos, filosóficos, lingüísticos, matemáticos, biológicos, físicos, químicos, etc., concretos. ¿Cómo pueden valorarse las cosas y tomar postura ante a ellas si no se las conoce?
Si el sistema educativo hubiera formado bien a los profesionales citados más arriba, se les hubiera exigido el título correspondiente para desempeñar el cargo que ocupan u ocupaban y se les hubiera pagado como Dios manda, a buen seguro no habría perdido yo más de hora y media del tiempo de mi vida en hacerme un simple escáner de piel; se habría ahorrado mi amigo los 150 euros extras que tuvo que pagar para que le arreglaran la cisterna de su cuarto de baño; estaría instalada en la avenida marítima de Playa Blanca de Puerto del Rosario el merecido monumento del rector de Salamanca sin el antiestético calzo de piedra mencionado; disfrutarían los alumnos que sufren a los profesores de literatura de marras de las excelentes creaciones literarias del gran William Shakespeare (Hamlet, Otelo, Macbeth, El mercader de Venecia, Sueño de una noche de verano…) y del gran Juan Rulfo (Pedro Páramo, El llano en llamas…) y, lo que es más importante todavía, conocerían la relevancia que estas obras han tenido y tienen para su formación como seres humanos, aunque sus profesores no lo sepan; y, con toda seguridad, el número de víctimas que provocó la terrible dana de Valencia no habría resultado tan obsceno y escandaloso como fue.
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