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Mariposas negras
El cambio climático, junto al hambre y la desertización, son tres de los principales problemas que afectan gravemente a nuestro planeta y están condenando a millones de personas a la muerte y a migraciones forzadas. Todos van de la mano, producto de la contaminación sin escrúpulos de la tierra, el agua y el aire, y de la explotación intensiva y extensiva de todo tipo de recursos naturales. Sus consecuencias son la alteración y la destrucción del medio ambiente, generando además fuertes desequilibrios y modificaciones en los modelos socioeconómicos, sin olvidar los estragos paralelos en la flora y la fauna y la modelación negativa del territorio y el paisaje a nivel mundial.
Mariposas negras, dirigida por David Baute, que ha obtenido recientemente el Goya a la mejor película de animación, es una denuncia internacional que sintetiza los graves efectos que están provocando todos esos procesos, sin que se tomen medidas para frenarlos ni para asegurar la pervivencia de la humanidad bajo una relación equilibrada con la naturaleza.
Los acuerdos internacionales en materia de industrialización y contaminación son una cortina de humo ante una situación alarmante a escala global que, en principio no parece reversible, teniendo en cuenta que los países más industrializados y más poblados son los que realmente generan esa alteración del ambiente natural.
En sí mismo refleja la eterna división entre el norte y el sur. China y Estados Unidos, las dos principales economías, encabezan esa lista negra, cuya rivalidad impide cualquier tipo de acuerdo y consenso en materia medioambiental, a pesar de publicitarse que ambos están dispuestos a colaborar en este aspecto y a implementar energías renovables. La carrera por ser la primera potencia del mundo implica actuar bajo cualquier criterio que revierta positivamente sobre sus respectivas economías, sin frenar su correspondiente desarrollo industrial, a base de seguir emitiendo ingentes cantidades de CO₂ a la atmósfera. Por el contrario, los países del sur, ya condicionados por ser pobres y dependientes de ayudas internacionales, son los que padecen las consecuencias negativas del cambio climático y los resultados de esa contaminación en forma de frecuentes huracanes, subidas del mar, fuertes lluvias, inundaciones, sequía e incendios incontrolados, entre otros, con los subsiguientes desastres asociados, dando pie a la figura del migrante climático.
Estas trasformaciones progresivas han incidido negativamente en el entorno habitual donde se asientan distintas poblaciones, generando su desplazamiento, que puede ser temporal o con un carácter continuo. El objetivo es encontrar un lugar que sea más o menos adecuado para comenzar su vida otra vez. Pero, ¿cómo conseguir esto cuando dejan atrás las raíces que les unían a un territorio y los escasos recursos materiales con los que contaban para ponerse a merced de la incertidumbre, el desamparo y el miedo? Muchas veces, esta transformación de sus vidas implica atravesar fronteras y extensos territorios, con los consiguientes problemas de detención ilegal, la ausencia del respeto a sus derechos universales, su captación por tratas de blancas y el sometimiento a torturas, por mucho que se hable de que las rutas migratorias ya existentes facilitan su tránsito. Por eso, no estoy de acuerdo con la afirmación de que la migración climática es esencialmente de carácter interna, es decir, dentro del propio país donde se produce, porque existen suficientes casos acreditados de migrantes que se instalan, sobre todo, en los países vecinos, pero otros muchos, dentro de su desesperación, atraviesan naciones en un largo recorrido antes de llegar a su destino.
Al final, la mayoría no volverá a su lugar de origen porque ya no tiene casa: su vida pasada quedó enterrada por un corrimiento de tierra, el lecho seco de un río o las altas temperaturas y la ausencia de agua que hacían impracticable la agricultura. Ahora asumirá, por obligación, su condición de desplazado, pero sin saber si contará con la protección del país receptor, que en algunos casos, paradójicamente, puede ser hasta una de las naciones del primer mundo causante directa de ese cambio climático y que no respeta esos acuerdos internacionales en materia climática.
Esto genera una situación de vulnerabilidad en esos migrantes porque se constituyen como un colectivo afectado por una dificultad determinada, que trasciende las fronteras y las distintas economías, asentándose en otros países de manera irregular, con los correspondientes contratiempos y barreras como, por ejemplo, la xenofobia, la cualificación no demostrada y las cuestiones vinculadas al género. En relación a esto último, se estima que cuatro de cada cinco de esos migrantes son mujeres, lo que permite afirmar que estamos ante una feminización de la pobreza. Si a esto sumamos el peso del condicionante histórico de la sociedad patriarcal, su naturaleza vulnerable y los factores de desigualdad en sus lugares de origen y en los países receptores, ya que en muchos de estos últimos no hay política de inclusión, al final, niñas y mujeres hacen frente a una nueva realidad desfavorable en un marco donde no existe una transición hacia una sociedad socioecológica que las acoja, las comprenda y las dote de recursos materiales y sicológicos para retomar su vida desde una perspectiva más comprensiva.
Mariposas negras es una nueva advertencia de la deriva a la que llevamos la Tierra y no es alarmante afirmar que nuestra existencia tiene los días contados como sigamos a este ritmo de destrucción medioambiental. Pero también es una expresión visual y una denuncia pública de cómo la movilidad humana climática, y la femenina en particular, se generan por decisiones arbitrarias que provocan daños duraderos e intencionados en el ecosistema a gran escala.
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