De espaldas al enoturismo de calidad

El Grifo, una de las marcas que oferta servicios enoturísticos, en Lanzarote (www.elgrifo.com)

Román Delgado

Santa Cruz de Tenerife —

Canarias tiene poco más de 40.000 hectáreas en cultivo, un cuarto de ellas (cerca de 10.000) pertenecientes a explotaciones vitivinícolas (una de las actividades agrícolas dominantes en las Islas, junto a los frutales y el plátano); 11 denominaciones de origen del vino (cinco en Tenerife y una por isla, menos en Fuerteventura y más la regional llamada Islas Canarias); cientos de bodegas que producen vinos de calidad dentro de esas reglas de juego, y nada más y nada menos que 13 millones de turistas al año, que se suman a una población residente de dos millones de personas.

Todas estas son características del Archipiélago, pero, pese a tan enorme potencial de negocio, a día de hoy las Islas no tienen ni una ruta certificada del vino, que son, para entendernos, la joya de la corona en enoturismo en España (donde en la actualidad funcionan 24. Cuando se descatalogó la tinerfeña, a finales de 2013, había 21, o sea, que se ha crecido en cuatro desde entonces). No hay nada de nada, aunque sí hubo algo hace tan solo dos años: primero, en la comarca de Tacoronte-Acentejo, en Tenerife, y luego en toda esta isla. Pero la alegría duró poco, bastante poco.

La Ruta del Vino de Tenerife, que murió por “inanición” (como llegó a decir un gestor público del Cabildo de esa isla en el anterior mandato), llegó a funcionar muy poquito. Tuvo una presencia casi instantánea, pero ya no está, y con esa desaparición, ocurrida de forma oficial a finales de 2013 (la echaron por incumplir las normas del selecto club de Rutas del Vino de España), lo que hoy domina en Canarias es el desierto: territorio baldío en la prestación de servicios de calidad certificados y complementarios a las tareas propias de la vitivinicultura local (cultivo y bodega), algo de lo que tanto hablan los representantes públicos, por las virtudes que estas iniciativas traen al campo, suelen decir, y de lo que tan poco se ha hecho hasta ahora en las Islas.

Un paisaje en el que domina el desierto

Esta es la triste realidad, la visible a día de hoy, lo que no implica que en la actualidad no haya algunas actividades, aunque poco integradas en el medio rural, que se puedan meter dentro del cajón del llamado enoturismo. Claro que se ofertan, pero casi todas responden a iniciativas que parten de las propias bodegas, las de mayor dimensión y mejores instalaciones, y en pocos casos están vinculadas a planes desarrollados por los gestores de las denominaciones de origen, de algunos cabildos, muy pocos, o bien de ayuntamientos con importancia manifiesta del cultivo de la vid en su territorio. También hay empresas de servicios, por ejemplo en Tenerife, que ofrecen salidas de este tipo, pero vuelven a ser escasas.

Pese a que Canarias dispone de once denominaciones de origen vinícolas, que es una barbaridad, sobre todo por las cinco que hay en Tenerife (Tacoronte-Acentejo, Valle de La Orotava, Güímar, Abona e Ycoden-Daute-Isora); pese a que posee numerosas bodegas radicadas en el medio rural (donde se registran elevadas tasa de paro) preparadas para el enoturismo y que algunas lo practican, aunque con éxito desigual; pese a que tiene espléndidas fincas y paisajes agrícolas y naturales cercanos a esas explotaciones, y pese a que recibe aquellos millones de turistas que son clientes potenciales de este negocio aún poco boyante en el Archipiélago, pese a todo esto…, en las Islas nadie, ninguna institución pública, se ha preocupado de verdad por sacar adelante un proyecto de enoturismo vigoroso, integral (comarcal o insular) y sobre todo certificado como Ruta del Vino de España, que es lo que muchos profesionales entienden que debe ser el objetivo número uno de toda iniciativa con impulso público y carácter colectivo, la misma que debe procurar la consecución de la máxima calidad y, por supuesto, que ésta sea certificada de forma externa.

Esto, así planteado, tiene un nombre en este país, y es el de Ruta del Vino de España, una plataforma que hoy dispone de 24 opciones en todo el territorio nacional, sin ninguna en el mapa de Canarias, y que representa el vehículo más potente de promoción del vino y su cultura en toda España y en el extranjero (se recomienda visitar estas páginas web: www.acevin.es, www.wineroutesofspain.com, www.spain.info y www.alimentacion.es.

El fracaso de la iniciativa que partió de Tacoronte-Acentejo

Tenerife lo intentó, pero le salió muy mal. La isla canaria con mayor potencial vitivinícola (con más oferta de vinos de calidad, con más superficie de vid cultivada y con hasta cinco denominaciones de origen protegidas, aparte de con el Cabildo que se autoproclama como institución pública que más apoya la actividad vitivinícola de calidad) dio pasos muy interesantes hacia un mejor futuro en el ámbito del enoturismo de calidad, pero luego, casi a la vez, retrocedió con igual de fuerza. Esta historia para olvidar se escribe así.

El motivo de la ausencia de esa isla (desde finales de 2013) dentro de la oferta actual de Rutas del Vino de España fue justamente la mala gestión de la hoy extinta marca Ruta del Vino de Tenerife (nace como prolongación insular de la primigenia Tacoronte-Acentejo), cuyo gestor era la Asociación Ruta del Vino de Tenerife (entidad sin ánimo de lucro), que así se llamaba y a la que pertenecían no pocas instituciones públicas de Tenerife, sobre todo ayuntamientos, más empresas privadas vinculadas al negocio del vino y consejos reguladores del vino. Los trabajos de consolidación de esa ruta, ya expulsada del sistema oficial español, se financiaron con fondos públicos de la Unión Europea y de la Comunidad Autónoma de Canarias, más las aportaciones de los municipios que formaban parte de la gestión, al menos cinco del norte de la isla.

El descalabro, con efecto de expulsión de tan selecto club, se produjo por no poder certificar de forma externa las normas de calidad que Rutas del Vino de España impone a sus socios y también por no realizar los planes de trabajo aprobados y establecidos para el proyecto tinerfeño. En fin, que murió por no hacer las cosas bien, que éste era el compromiso asumido para mantener la marca y con ello unas garantías mínimas de calidad.

Tal y como en su día confirmó la Asociación de Ciudades Españolas del Vino (Acevin), la entidad sin ánimo de lucro que aún gestiona ese ambicioso programa nacional de enoturismo con calidad certificada y con respaldo oficial de los ministerios de Turismo y Alimentación, la Ruta del Vino de Tenerife se vio obligada a abandonar el sistema en 2013, tras no poder demostrar que cumplía las normas de calidad que impone el programa Rutas del Vino de España.

Según confirmó Acevin, el gestor de la Ruta del Vino de Tenerife, la ya citada asociación local, no había realizado la última auditoría externa obligatoria e incumplió otros preceptos básicos y necesarios para no perder la acreditación como ruta. Éstos fueron, por ejemplo, los planes de trabajo que se habían definido y se debían desarrollar. La marca o distinción como Ruta del Vino de España se renueva cada dos años y en 2013 la de Tenerife no logró superar los controles. Así cayó en el abismo y terminó su breve historia.

La intención incumplida de recuperar la certificación

Cuando se conoció la defunción de la Ruta del Vino de Tenerife, el responsable del área de Agricultura en el Cabildo era José Joaquín Bethencourt, de ATI-CC, que, al ser preguntado sobre cómo se explicaba ese paso atrás y quiénes eran los culpables, se limitó a decir que “la Ruta del Vino de Tenerife murió de inanición. Después de asumir el reto necesario de extenderse a la totalidad de la isla, [la primigenia] Ruta del Vino Tacoronte-Acentejo solo contaba con la implicación del consejo regulador de dicha comarca, un pequeño grupo de ayuntamientos, liderados por el de Tacoronte, y muy pocos empresarios privados”. Bethencourt entonces avanzó que “el Cabildo se había comprometido a impulsar la ruta desde la Casa del Vino, para garantizar la visión insular [de este recurso]”, y sostuvo que “el proyecto debe enmarcarse en el conjunto de acciones encaminadas a la integración del sector vitivinícola local. Solo así será creíble”, subrayó al ser consultado sobre esta cuestión tras darse a conocer de manera pública tal desaparición en septiembre de 2014.

El entonces consejero insular Bethencourt añadió que “no debemos dramatizar a partir de la decisión de Acevin, que, obviamente, respetamos, ya que el enoturismo existe en Tenerife y es uno más de los atractivos que la isla ofrece cuando se quiere disfrutar de nuestro medio rural. Por consiguiente, estoy convencido de que, en cuanto se den las condiciones necesarias, recuperaremos la certificación de la ruta”, remató. Esto se dijo en septiembre de 2014. A día de hoy, ya sin José Joaquín Bethencourt en el Cabildo de Tenerife y más de un año después, la certificación de la ruta no se ha recuperado y, por lo tanto, no existe. Se confirma el fallecimiento.

La insuficiente promesa que parte del Ejecutivo autonómico

Acerca de sus intenciones en el ámbito del enoturismo de calidad, la Consejería de Agricultura, Ganadería, Pesca y Aguas del Gobierno de Canarias, a través del Instituto Canario de Calidad Agroalimentaria (ICCA), también se ha manifestado hace poco tiempo, en noviembre pasado, cuando utilizó un genérico para definir su apuesta inicial: “Pretendemos potenciar el Archipiélago como destino enoturístico, en colaboración con otras administraciones y entidades de las Islas”.

Con ese objetivo, se señaló en una nota de prensa del ICCA, este centro directivo “está organizando unas jornadas dirigidas a trabajar en la elaboración de un proyecto integrador de agroturismo para Canarias”, según palabras atribuidas al director de ese organismo autónomo, José Díaz-Flores, tras la celebración de la primera reunión en la actual legislatura del Consejo de la Viña y el Vino de Canarias (de 3 de noviembre de 2015), un órgano colegiado especial que está integrado por el ICCA y del que forman parte los consejeros competentes en materia de Agricultura en los cabildos insulares, un vocal por cada denominación de origen y representantes de las asociaciones de vitivinicultores y de las organizaciones profesionales agrarias de las Islas.

En la actualidad, si uno se plantea una búsqueda sobre enoturismo en Canarias en los sitios oficiales en internet del Gobierno autonómico, se puede llevar una tremenda sorpresa, por lo poco que se encuentra y por la tan baja calidad de los contenidos que se ofrecen: un verdadero desastre.

A modo de síntesis, se puede y debe afirmar que el enoturismo con calidad certificada y como concepto integral, de ámbito comarcal o insular, no existe en las Islas y, lo peor, tampoco a día de hoy se conocen proyectos avanzados que conduzcan a su aparición inmediata. Lo único que se puede hallar en estos momentos son propuestas de algunos ayuntamientos y cabildos, muy puntuales, y lo escaso y discontinuo que plantean pocas de las cientos de bodegas y pocos de los miles de vitivinicultores que existen en las Islas.

Canarias vuelve a estar en la cola, y ya no hace falta volver a repetir la potencialidad que tiene este negocio en el Archipiélago. Queda casi todo por hacer…

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