Vivir eternamente: la muerte como elección
De los pocos seguros que tiene la propia existencia es la futurible e insalvable mortalidad: nacer implica morir. El es ley de vida o la naturaleza es así son frases que acompañan velatorios o cierran debates sobre la finitud de la existencia. Pese al inamovible final, el hombre no ha dejado de soñar con la vida eterna, ya sea a través de ficciones o amparándose en creencias religiosas, pero siempre manteniéndose en los márgenes de la utopía o lo indemostrable. Esta vez, en cambio, el afán de inmortalidad ha empezado a germinar en terreno científico, augurando avances importantes en cuanto a esperanza de vida se refiere. Uno de los principales divulgadores de estas nuevas medidas es Jose Luis Cordeiro, docente e investigador de la Singularity University, quien afirma tajante en sus ponencias: “Yo no me pienso morir”. Y no es una excentricidad. El investigador se ampara en estudios –algunos encabezados por él mismo− y otros avances tecnológicos, que apuntan hacia el objetivo de alargar la vida indefinidamente. Es la llamada “posthumanidad”, un tiempo en el que el control de nuestro genoma nos permitirá actuar con antelación ante posibles enfermedades. Así, la medicina pasará a ser preventiva en lugar de curativa, consiguiendo frenar el envejecimiento y, a largo plazo podremos−según palabras de Cordeiro−: presenciar la muerte de la muerte.
La clave de la inmortalidad: el cáncer
Uno de los nombres que más suena en los medios cuando se habla de estudios de inmortalidad es la Singularity University, un centro que realiza investigaciones en campos tan diversos como la biotecnología, la neurociencia o la inteligencia artificial. Califica sus programas de estudio como “agentes de cambio”, defendiendo la premisa de que la ciencia transformará la vida del ser humano. Con sede en Silicon Valley, cuenta con la financiación de Google y la NASA, lo que aumenta su prestigio pese a sus arriesgadas propuestas que corren el riesgo de ser tachadas de ciencia ficción.
Jose Luis Cordeiro es uno de sus representantes más notable, famoso por su participación en ponencias y congresos, mantiene la confianza en tan polémicas propuestas basándose en la idea de la “singularidad tecnológica”. Este concepto denota que el desarrollo científico y tecnológico no es lineal, sino exponencial. Cada nuevo invento amplía el rango de posibilidades, lo que da pie a nuevos descubrimientos que aumentan a una velocidad cada vez mayor. De modo que, en las próximas décadas, presenciaremos más avances tecnológicos que en los últimos dos siglos. De ahí que el investigador augure que la vida eterna será posible de aquí a treinta años.
Uno de los ejes clave de la inmortalidad tiene su punto de partida, paradójicamente, en el cáncer. Ocurre que la temida enfermedad es tan resistente gracias al funcionamiento especial de sus telómeros. Normalmente, una célula sana va acortándolos con cada división, hasta alcanzar el punto en que no puede volver a replicarse y, en consecuencia, muere. Las células cancerígenas, sin embargo, tienen la capacidad de multiplicarse sin que sus telómeros se vean significativamente afectados. Esto es gracias a una enzima conocida como telomerasa, que repara los telómeros durante la división, permitiendo al cáncer perpetuarse sin medida. De esta observación se deduce que el cáncer es inmortal. Bien es cierto que, en última instancia, éste termina muriendo con el cuerpo de la persona; en cambio, si es trasplantado, consigue subsistir. Es lo que ocurrió con las células cancerosas de Henrietta Lacks. Tras su muerte en 1952, a causa de un cáncer de útero, los médicos cultivaron in vitro las células de su biopsia, dando lugar a las rebautizadas células HeLa. A partir de entonces, éstas se han venido utilizando en laboratorios de todo el mundo para investigar las causas de muchas enfermedades y ensayar tratamientos para curarlas. El cultivo se mantiene hasta nuestros días, dividiéndose ilimitadamente, demostrando que estas células son inmortales pues han descubierto cómo no envejecer.
La secuenciación del genoma humano, es otro de los argumentos de peso para consolidar la idea de una vida eterna. Descifrado al completo en 2013, su descubrimiento abrió las vías para detectar, prevenir y tratar enfermedades. Secuenciarlo supuso una inversión de 3.000 millones de euros pero como suele ocurrir en estos casos, su posterior desarrollo ha ido abaratándose, por lo que se espera que termine incorporándose como una herramienta de diagnóstico más, en la medicina convencional. Cordeiro va más allá y prevé que, en diez años, tendremos acceso a aparatos de diez dólares que estudiarán nuestro genoma. De hecho, hoy en día, la empresa estadounidense Life Technologies ofrece un equipo llamado Ion Proton que consigue mapear nuestro genoma en un solo día y por un precio de mil dólares, con la intención de aplicar terapias preventivas.
En San Diego, existe ya una corporación que utiliza los avances en genómica y las terapias con células madre para proporcionar un servicio diagnóstico. La idea es alcanzar un envejecimiento a salvo de enfermedades y para ello está secuenciando 40.000 genomas humanos al año, creando la mayor base de datos hasta el momento. Esta compilación permitirá, no sólo estudiar, sino también prevenir enfermedades relacionadas con el descenso biológico tales como: demencia, diabetes, cáncer o enfermedades hepáticas y coronarias.
Frenar el envejecimiento
El envejecimiento, más que un destino insalvable, pasará a la categoría de enfermedad, y enfermedad curable además. Controlar la edad biológica de las células tiene previsión de realidad para las próximas décadas, según las estimaciones del gerontólogo biomédico Aubrey de Grey, también profesor de la Singularity University.
Grey focaliza sus investigaciones en la prolongación de la longevidad y el rejuvenecimiento, en la llamada −como no podía ser de otra forma− Fundación Matusalén. Es ahí donde realiza estudios con ratones, con los que compartimos el 90% de nuestro genoma, encaminados a prolongar la vida. Incentiva a científicos de todo el mundo por medio del Methuselah Mouse Prize, gracias a las donaciones de sociedades y particulares, alcanza los tres millones de dólares. Hasta el momento, el certamen ha logrado triplicar el tiempo de vida de los ratones. Lo que, extrapolándose a medidas humanas, podría llevarnos a alcanzar una existencia de trescientos años.
Por su parte, el doctor Joon Yun creó, en 2014, el conocido como Palo Alto Longevity Prize, equivalente a un premio Nobel que otorga a su ganador un millón de dólares, en caso de lograr hackear el código de la vida y curar así el envejecimiento. Por ahora, treinta equipos de todo el mundo se han inscrito para competir, incluyendo grupos de investigación de la Universidad de Stanford y la Universidad Medical Center de Nebraska.
Las investigaciones privadas, igualmente, tienen cabida en la búsqueda de la inmortalidad, con representantes tan importantes como Calico –abreviatura de California Life Company−, subempresa de Google, integrada por ex altos cargos de compañías farmacéuticas y expertos de primer nivel en genómica. La entidad pone a su disposición recursos financieros, tecnológicos y creativos para abordar el problema del envejecimiento y sus enfermedades asociadas. O CyteGen, donde miembros de ocho universidades estudian el envejecimiento desde la perspectiva de que éste es un proceso integral y no sólo un deterioro de partes específicas del cuerpo. Su objetivo es aumentar drásticamente la duración de la salud humana frente a enfermedades neurodegenerativas como el Parkinson o el Alzheimer, y revertir así el declive relacionado con la edad.
La bioimpresión: el futuro de la medicina
Uno de los avances que intervendrán en la prolongación de la vida viene de mano de la revolución de las impresiones 3D. En el campo médico, esta técnica podrá acortar las listas de espera, resolviendo la falta de órganos para trasplantes. Combinando el cultivo de células madre y la ingeniería tisular, se podrán desarrollar órganos a medida del paciente, haciéndolos totalmente compatibles y terminando así con el índice de rechazos. En la actualidad, este tipo de impresiones ya se utiliza para hacer implantes craneales, prótesis personalizadas e, incluso, tejido humano.
Otra de sus importantes aplicaciones es el uso de estos órganos artificiales para realizar ensayos clínicos de fármacos. Terminando con el uso de animales para este fin y obteniendo unos resultados más certeros, lo que desembocaría en una reducción tanto de tiempos como de costes. Además de mejorar la formación de los médicos, que podrán practicar con ellos complejas operaciones.
A pesar de ser una ciencia reciente, no dejan de extenderse sus aplicaciones, impulsadas por compañías como Organovo. Ésta desarrolla bioimpresoras que han servido para crear tejidos de hígado con los que poder probar la toxicidad de ciertos medicamentos. Recientemente, se ha unido a la marca cosmética L’Oreal para crear un proyecto conjunto de impresiones de piel. También son reseñables las investigaciones del doctor Atala quien, junto a su equipo, ha implantado con éxito varios tejidos regenerados a partir de células del propio paciente.
Ciertamente, aún estamos en una fase inicial pero la bioimpresión se presenta como la vía más prometedora de la medicina regenerativa, un medio para mejorar nuestra calidad de vida y extenderla en el tiempo.
Una segunda oportunidad con la criopreservación
En el mundo hay alrededor de 250 personas que están criopreservadas, esperando despertar en un futuro donde las enfermedades que acabaron con sus vidas hayan sido erradicadas. Actualmente, hay tres grandes centros en el mundo: Cryonics Institute en Michigan, Alcor Life Extension Foundation en Arizona y la rusa KrioRus.
La criopreservación se basa en mantener un cuerpo a bajas temperaturas por medio del nitrógeno líquido, induciéndole un estado en el que el sistema biológico y las reacciones químicas se detienen, pudiendo conservarse sin daños. Como ya ocurre con los embriones humanos o las células germinales (óvulos y espermatozoides), que han sido congelados hasta dos décadas, dando posteriormente lugar a bebés reproducidosin vitro con total normalidad.
Es sonado el caso de Walt Disney, cuyo nombre está unido a la criopreservación, seguramente a causa del íntimo funeral que impidió a los medios ver su cuerpo y al hecho de que la familia pidiese donaciones en lugar de flores, lo que se entendió como una estrategia para financiar el procedimiento. Lo cierto es que esto no es más que una leyenda urbana, ya que el creador de Mickey Mouse fue incinerado. En cambio, si lo está el famoso jugador de beisbol norteamericano Ted Williams y otros, como el presentador Larry King o la multimillonaria Paris Hilton, esperan hacerlo tras su muerte.
Para aplicar esta técnica es imprescindible que el fallecimiento se produzca por muerte natural o enfermedad, ya que no es posible llevar a cabo este procedimiento en caso de accidente grave –por quedar el cuerpo muy dañado− o en aquellos casos en los que sea necesario practicar una autopsia. Lo ideal es inducir el proceso de congelación antes de que la enfermedad provoque grandes daños físicos, como en el caso de padecimientos crónicos. De ahí que se esté luchando por cambiar la legislación vigente, permitiendo acelerar este paso en los casos terminales, a voluntad del paciente.
A día de hoy aún no es posible invertir la muerte y devolver a estas personas a la vida pero los expertos se muestran optimistas de cara al futuro, atendiendo a la evolución en campos como la nanomedicina o la biología molecular. De hecho, la tan ansiada inmortalidad puede parecer inalcanzable en nuestros días pero, de la experiencia se observa que la inventiva humana es asombrosa. Tiempo atrás, la gente fallecía de una simple gripe o contaba con una esperanza de vida inferior a los treinta años mientras que, en este momento, se realizan trasplantes de cara con éxito o se fabrican piernas biónicas. Ya lo decía Arthur C. Clarke: “Toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”. Así que tal vez nos parezca inverosímil hoy, pero quién sabe mañana.