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Agaete antes de La Rama

Fiesta de La Rama en Agaete. | Acfi

Gara Santana

Las Palmas de Gran Canaria —

¿Qué magia tiene Agaete que secuestra para siempre el corazón de los visitantes? Este municipio del norte de Gran Canaria hace que se sienta nostalgia por volver allí, aunque allí no se haya nacido. ¿Es por sus casas del color de la cal y del azul del cielo reflejado en el mar? Lo cierto es que la villa marinera lo tiene todo: tiene el mar, el valle, la tierra volcánica y el pinar de Tamadaba como si realmente Dios hubiera puesto su dedo directamente allí.

Como cuenta con un puente construido a fuerza de trayectos marítimos con Tenerife junto con el hecho de que en ocasiones desde el muelle se pueda ver el Teide da la sensación de que este municipio tenga una parte del corazón en cada isla capitalina.

En el puerto los barcos vienen y se van. Puerto que una vez fue testigo de recepción y envío de mercancías al Nuevo Mundo. A pocos metros los bañistas ni se inmutan. Permanecen allí bajo los riscos con picos de sierra que cortan el cielo y descubren su capa más azul. Son tranquilos los días que preceden a La Rama y los que la suceden pero eso no quiere decir que los agaetenses no tengan todo el año un gran sentido del disfrute en su municipio. En este reportaje hemos querido pasear por sus rincones y descubrir al menos parte de este secreto de Dios.

Oro blanco desde el pueblo hasta el puerto

Fue en 1486 cuando el capitán castellano Alonso Fernández de Lugo obtiene la primera cosecha de caña de azúcar en este municipio. La plantación se extendía desde el pueblo hasta el Puerto de las Nieves donde se encontraban tanto el molino como todas las dependencias para la fabricación del azúcar. En esos momentos el azúcar era conocido como el “oro blanco” por ser un producto de lujo que se vendía en Europa a unos precios elevados, generando una gran rentabilidad.

Dado que Alonso Fernández de Lugo era un militar en 1494 se ve obligado a vender el ingenio para continuar la conquista de las islas de La Palma y Tenerife. (No es casualidad que la patrona de la isla de La Palma sea también la Virgen de Las Nieves).

La venta la hace al genovés Francisco de Palomares y a su hermano, Antón Cerezo, que será el que administre y se haga, años después, con la propiedad. Los nuevos propietarios no eran militares sino comerciantes y por ello, amplían y mejoran el ingenio haciéndolo mucho más rentable. Con los beneficios obtenidos del azúcar en los mercados peninsulares y del norte de Europa, Antón Cerezo construyó la ermita de las Nieves y mandó pintar el retablo flamenco de la Virgen.

Casi cinco siglos de ermita

La actual ermita de Las Nieves es el resultado de una serie de reformas y ampliaciones realizadas a lo largo de casi cinco siglos. Se construyó junto a la torre-fortaleza para acelerar la definitiva conquista de la isla. Cuando Antón Cerezo muere deja escrito en su testamento, redactado en 1532, que se compromete, junto con su mujer Sancha Díaz de Zorita, a establecer un monasterio y la iglesia de Nuestra Señora de Las Nieves. El monasterio nunca se hizo pero sí la ermita bajo el patronazgo de sus herederos y sucesores. Hoy la podemos observar con sus cúpulas confundiéndose con el paisaje rocoso sin que apenas parezca una construcción humana. Como ermita no tiene un horario de apertura determinado, se suele aconsejar a los visitantes preguntar a los vecinos del Puerto de Las Nieves para visitarla.

Un retablo llegado desde Flandes

Fue el matrimonio formado por Antón Cerezo y Sancha Díaz de Zorita quien encarga en 1535 el retablo de la ermita de Las Nieves y lo manda pintar en Flandes, sede de una de las principales escuelas pictóricas de la época y en estrecho contacto con las Islas Canarias como receptora de sus exportaciones de azúcar.

El síndrome del miembro fantasma

Si seguimos caminando hacia el muelle antiguo que divide en dos la playa, a nuestra izquierda nuestros ojos querrán seguir encontrando el Dedo de Dios, que la naturaleza amputó en 2005 por medio de la tormenta tropical Delta. Lo que actualmente podemos ver es el resto de la formación rocosa de piedra basáltica situado en la zona geológica más antigua de isla de Gran Canaria. (Más de 14 millones de años).

Pero los casi diez años que han pasado desde que se quebrara el Roque no han hecho que la zona pierda ni un ápice de su magia y misterio ni que sus habitantes lo hayan olvidado. Dejando para el recuerdo la denominación de zonas recreativas o turísticas y topónimos por el que nuestros nietos nos preguntarán.

Caminamos por la Avenida Marítima y encontramos el monumento a tres poetas que viera nacer Gran Canaria: Alonso Quesada (1886-1925), Saulo Torón (1885-1974) y Tomás Morales (1884-1921) ¿Qué tenía Agaete que atraía a los tres referentes de la generación de los modernistas canarios? Tal vez, parte encontremos la respuesta en el Huerto de Las Flores. Subimos al pueblo para conocerlo.

El huerto de las flores

Se trata de un reducto de paz en medio del barullo, en el corazón urbano de la villa marinera, aguarda un jardín botánico que cuenta con plantas exóticas traídas de distintas partes del mundo que conviven con las especies canarias a la perfección porque el microclima de la zona lo permite. A principios del siglo XX el poeta Tomás Morales, que entonces era médico en el municipio, se casó con la nieta de los propietarios del Huerto. Fue ella, Leonor Ramos de Armas, quien con tan solo 19 años le impuso a Morales la disciplina de escribir e invitaba frecuentemente al huerto a escritores como Saulo Torón, Alonso Quesada, Néstor de la Torre… ¡Qué no daríamos hoy por escuchar, aunque sea escondidos tras la espesura del tiempo, sus tertulias! O recrear una tarde de paz y conversación en lo que pronto se conoció como la Tertulia del Huerto de las Flores.

Olores de fiesta

Salimos por la calle Huertas y llegamos a la Plaza de la Constitución. Allí ya están preparando las luces y las cintas de colores que parecen nacer en el campanario de la iglesia de La Concepción. Un escenario que aun huele a pintado se alza en medio de todo y los vecinos sacan su silla a la acera porque este movimiento de preparativos les acompaña.

Hay que desempolvar los papagüevos, embellecer los exvotos, acicalar las calles para que pasen por allí las ramas en su trayecto desde la cumbre hasta el mar. Realmente es complicado hablar de Agaete ‘sin’ La Rama, ya que está incrustada en el corazón del municipio y ha configurado su carácter y su forma de acoger a los visitantes en torno a esta celebración del octavo mes. Y es que cuando un municipio disfruta de su fiesta, enseña a los visitantes a disfrutarla y no permite que nadie la estropee. Y como Agaete quiere a La Rama, ésta se queda allí durante todo el año.

Y mientras tanto, en el Valle del Silencio

Ajeno al mundanal ruido, donde nace el valle, aguardan desde hace siglos las sepulturas prehispánicas de más de 600 tumbas. Se alza sobre una colada de lava que discurre por el cauce del barranco. La necrópolis de Maipez abarca un amplio espacio constituido en la mayor parte de los casos por túmulos compuestos por amontonamientos de piedra, normalmente de planta circular. El tamaño y la complejidad estructural varían considerablemente de unos edificios sepulcrales a otros, pudiendo reflejar esto desigualdades sociales entre los individuos que allí recibieron sepultura. El hecho de que toda la necrópolis esté rodeada por un muro de piedra seca, puede haber sido fruto de la intención de sus constructores de separar claramente el mundo de los vivos del de los muertos.

Hoy el Maipez se ha convertido en un yacimiento arqueológico por el que se puede pasear y escuchar el silencio de las almas que aún esperan que la Historia les dé explicaciones.

Detrás del valle, hay más Agaete

Al adentrarnos en el Valle de Agaete llegamos al refugio tradicional de la aristocracia de dos siglos atrás. El Balneario de los Berrazales o la Finca de los Manrique de Lara en Las Longueras, son ejemplos de construcciones donde el calor daba una tregua a las personas pudientes que quisieran descansar y estar en contacto con la naturaleza.

Aquí paramos nuestro recorrido. Observamos las faldas del valle adornadas  por el pinar de Tamadaba, un manto verde que contrasta con el azul del mar y el negro y rojo de la lava volcánica, además de ser suministro anual de las ramas para ofrendar al cielo para rogarle el agua para todos los cultivos.

Advertirá el visitante el secreto de este municipio: que no ha estado viendo un municipio solo sino muchos en uno. Observando como el muelle, el casco urbano y el valle tienen historias diferentes y naturalezas contrastadas pero el mismo espíritu diferente y cautivador que le hará volver siempre que pueda.

¿Qué es La Rama?

La fiesta de La Rama fue declarada en 1972 Fiesta de Interés Turístico Nacional. No es la única fiesta de La Rama que se celebra en Agaete pero sí es la que atrae a más visitantes. El día grande es el 4 de agosto, víspera del día de Las Nieves. Es el día en que se bajan ramas desde el Pinar de Tamadaba y se baila por toda la villa en la retreta, al ritmo de la música de La Banda de Agaete. También bailan los papagüevos o cabezudos que representan a personajes que han sido populares en el pueblo. El objetivo es llevar las ramas hasta el mar y una vez allí golpearlas contra el agua simulando el efecto de la lluvia. Hay una teoría que asegura que se trata de un rito de origen aborigen, con el que los antiguos canarios pedían lluvia al dios Alcorac. Después de la conquista de la Isla, esta costumbre pagana se adaptaría a la religión cristiana. Se puede datar la celebración de La Rama desde mediados del siglo XIX, momento en que se recuperara la tradición, interrumpida tras la llegada de los castellanos, gracias a los testimonios escritos en las Crónicas de la Conquista de Gran Canaria. Desde el año 1990 está prohibido echar agua a los romeros desde las casas para evitar que se pierda la esencia de la fiesta o que se confunda con otras fiestas de la Isla. Lo único que hay que llevar si se va a La Rama es una rama y ganas de pasarlo bien respetando la tradición y el municipio.

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